Paisaje de otoño.

Paisaje de otoño. Ayuntamiento de Piedralaves

Opinión RUIDO BLANCO

Hay batallas que ya son para otros

"Escribió Mateo Alemán aquello de que la juventud no es una época de la vida, sino un estado de ánimo. Puede entonces que suceda igual con el otoño"

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Admiro a las personas que son capaces de mantener sus guerras durante toda la vida. Que se pasaron la juventud en primera línea de fuego y, con el pelo canoso, continúan azuzando a las tropas desde el barro de las trincheras mientras gritan consignas imprescindibles con la frente tiznada de derrotas.

Hace tiempo que descubrí que no soy de esos. A mí las canas me están dibujando bocetos de certezas cercanas. Como baja el cielo en la meseta los días de lluvia. Me acortan el horizonte igual que a Antonio Corral Castanedo se le iba acercando poco a poco el cementerio de su pueblo. Aquel lugar de muertos antiguos que de niño quedaba tan lejos.

Hay batallas que ya son para otros. De ello te das cuenta siempre en otoño. La estación dorada, en la que los árboles se visten de gala para despedirse de sus hojas y morir fugazmente. Aquella donde los días se hacen pequeños y torpes, la luz tímida y el hogar vuelve a ser el lugar más hermoso del mundo. Quizá lo más natural sería, como ellos, morir al menos una vez al año.

Solo durante este trance, que en Castilla no dura demasiado, uno es capaz de encontrar una claridad aterciopelada, una resignación templada y una nostalgia serena que pronto asesinará el crudo invierno. Con los años te das cuenta, a veces de repente, de que no vas a salvar el mundo. Que tampoco reinventarás el periodismo ni descubrirás la penicilina. O quizá que todo aquello, en la medida de tus humildes posibilidades, ya lo hiciste en su momento justo.

El otoño es ese instante exacto e indeterminado en el que sabes que el futuro nunca será tuyo. Un cuadro de Friedrich donde la lejanía es niebla. Cuando empiezan a pasar veinte años de casi todo, se levantan remolinos de hojas caducas y recuerdos. Hoy me reconozco periodista de vocación inconstante, de paciencia dispersa, de confianza resabiada y de utopías en ruina. Está bien que los jóvenes se ganen el futuro. Puede que ahora que son conservadores con acné en vez de soñadores revolucionarios lo tengan un poco más complicado.

Pero todo esto no significa en absoluto darse por vencido. No es fácil aceptar que jamás te podrás desencadenar del pasado. Ni siquiera la muerte desata ese estrujado lazo. A partir de los cuarenta y tantos toca vivir el presente. La felicidad solo está en el presente, el resto es una ensoñación, y el presente es tan efímero y reconfortante como el más apretado de los abrazos. El carpe diem maduro se disfruta desde dentro. Aprender a mirar es cuestión de tiempo.

Escribió Mateo Alemán aquello de que “la juventud no es una época de la vida, sino un estado de ánimo”. Puede entonces que suceda igual con el otoño.