Vajilla de La Cartuja Generada con IA
Romper todos los platos
"Heredar una vajilla de La Cartuja supone educar el gusto, que es algo que ni todo el dinero del mundo puede comprar. Hay una riqueza que no se puede explicar, que se toca, que se entiende o no y empieza por saber poner una mesa"
Supongo que la frase de no haber roto un plato en la vida nació con La Cartuja, que es cuando romper un plato se empezó a convertir en un pecado porque en España las mesas que merecen la pena no se montan con porcelana china, ni de Limoges. Desde el siglo XIX se ponen con cerámica de Sevilla. Sevilla de Velázquez y de Murillo, Sevilla de Bécquer, de Camacho y Antonio Burgos y Sevilla de Charles Pickman. Porque Sevilla es por donde España se internacionaliza cuando algo merece la pena: puerta del Nuevo Mundo y para cada continente descubierto, de regalo, una vajilla.
El café de la mañana, en una taza rosa de la colección 202 de La Cartuja tiene rumor de palacios viejos, de terciopelos densos, de "tú y yo", faltando tú... De olores nuevos.
Tengo dos vajillas distintas de La Cartuja que heredé: una de mi abuelo y otra de mi abuela, porque es mejor heredar dos docenas de platos llanos y otros tantos hondos, de postre, bajo-platos y servicios de café que un fideicomiso repleto de ceros. Heredar una vajilla de La Cartuja supone educar el gusto, que es algo que ni todo el dinero del mundo puede comprar. Hay una riqueza que no se puede explicar, que se toca, que se entiende o no y empieza por saber poner una mesa, sobre todo para compartirla y llenarla de amigos las noches alegres y los domingos que piden cocido.
Hoy se han quedado huérfanas todas las mesas donde merecía la pena sentarse a cenar. Los manteles blancos de lino almidonado que ya pueden teñirse de luto, las velas de los candelabros... Ha cerrado La Cartuja que abrió un inglés en Sevilla, porque Hacienda no distingue entre lo que está bien y lo que está mal. Que cierre La Cartuja de Sevilla es como que dimita La Giralda, el Palacio Real o La Cibeles, con el agravante de que ninguno de los monumentos anteriores podía salir de España y La Cartuja convertía en Embajada cada mesa del mundo donde había cerámica sevillana.
Recuerdo hoy cuando a Karina Sainz Borgo, madrileña de Caracas, le dio por pedir en su cumpleaños de una jofaina de La Cartuja de Pickman como, si en vez de cumplir años, cumpliera siglos recién salida de una novela ejemplar de Cervantes. Hay regalos que son para toda la vida.
Que haya cerrado La Cartuja de Pickman es como si nos hubieran mutilado el buen gusto, como si a Sevilla le hubiesen quitado un ole, como si España hoy pesara –en todos los sentidos– menos en el mundo. No rompan un plato, porque a partir de ahora será difícil reemplazarlo por algo que no sea de Ikea.