Tras el informe que ha propiciado la dimisión de Santos Cerdán, ahora todo son decepciones ingentes, abatimientos profundos, pucheritos compungidos y aflicciones sobreactuadas. Buena parte de los que hoy se rasgan tanto las vestiduras son artífices y palmeros de otra infame corrupción que arrancó en el minuto uno de legislatura.

Y buena parte de los que hoy muestran desolados aspavientos, han venido descalificando e intimidando a los distintos profesionales (jueces, guardias civiles, periodistas…) que realizaban su respectiva tarea. Toda esa gente, ¿se escandaliza ahora y antes no? Curioso. Curioso y repugnante.

Cuando el jueves Pedro Sánchez nos ofreció su nueva performance (esta vez tocaba ir con ojos tristes y tono de pesadumbre) se apoyaba en la investigación de la UCO. El presidente obviaba la corrupción institucional que fue germen de su Gobierno: prestarse al chantaje independentista, y por tanto sacrificar el bien común, para así garantizarse la investidura.

Las contraprestaciones se pagaron (y se han venido pagando, y se seguirán pagando mientras se aferre a la presidencia) con el talonario de todos. Aquel salvoconducto a La Moncloa suponía y supone un alto precio, y desde luego que no sólo en términos económicos. Corrupción institucional de libro, que es compatible (y además se retroalimenta) con la corrupción de las mordidas, pucherazos y extorsiones.

Un ejemplo autonómico. Carlos Martínez Mínguez, líder socialista en Castilla y León: “Inmensa decepción por lo que estamos conociendo. Tolerancia cero, transparencia, contundencia, honestidad, humildad y trabajo. Se lo debemos a la ciudadanía y a nuestra historia” (12-6-2025, en X).

Cuando Sánchez ha dinamitado el concepto de igualdad entre unas Comunidades Autónomas y otras, dinamita territorial orientada única y exclusivamente a mantenerse en el Gobierno, ¿el tal Martínez Mínguez ha dicho algo con un mínimo de firmeza? No. Ni antes de ser secretario general del PSOE en CyL (porque entonces no habría llegado a serlo) ni después (porque habría caído en desgracia dentro del partido, y el hooliganismo le habría llamado “resentido”).

Otro ejemplo nacional. Óscar Puente (12-6-2025, en X): “Es un día muy duro. La decepción es muy grande. Pero el PSOE va a estar a la altura. Como lo ha estado nuestro Secretario General y Presidente del Gobierno”. Vaya, vaya. El ministro de Transportar Insultos ese día estaba cabizbajo. Él, tan dado a propagar la teoría de que todo lo que les incomoda es fruto del “fango”, la “fachosfera” y la conspiración antisanchista, el jueves se mostraba lloroso.

Eso sí, que las lágrimas nunca impidan hacer la pelota a Sánchez. Ése es el triste destino de todas estas actitudes macarras que frecuentan los Puente, los López, los Bolaños y compañía: matonismo contra quien ose distanciarse de sus dogmas, y baboseo adulador hacia el Liderííííísimo.

En función del corifeo de propagandistas que tiene Sánchez alrededor (en su partido, en el CIS, en el tertualinismo que enjabona cada uno de sus escorzos, en el activismo gubernamental que simula ser analista…), no puede extrañar que el presidente tenga tan alta consideración de sí mismo.

En la comparecencia del pasado jueves, Sánchez apuntó: “No soy perfecto. Tengo muchos defectos. Y uno de ellos es creer en la limpieza de la política y en el poder transformador de la política”. Qué maravilla, por favor. Un tipo cuya autocrítica se limita a haber creído en “la limpieza de la política” (algo así como considerarse “muy perfeccionista”, cuando en una entrevista de trabajo al candidato le piden que se ponga un pero), y un tipo que nos clarifica, por si había dudas, que en él no reside la perfección. Extraordinario, presidente.