En la misa de la iglesia de los padres jesuitas de Ruiz Hernández en Valladolid hemos orado por la salud del Papa Francisco, miembro de la Compañía de Jesús y un gran renovador del papado. El padre Jorge ha resultado ser una primavera para la Iglesia Católica, como la de San Juan XXIII, el pontífice del Vaticano II .

Para muchos, Francisco es el Papa de los pobres. Al sucesor de Pedro no le gusta el calificativo. Piensa que es una ideologización. "Yo soy el Papa de todos. De los ricos y de los pobres". Según el padre Jorge todos somos pobres. Su rasero no mide las riquezas materiales. Por igual todos somos pobres, en el sentido de pobres pecadores y a la cabeza el propio Papa.

Algunos católicos soñamos más primavera eclesial y que el cardenal jesuita Martini, arzobispo de Milán y eterno ‘papabile’ hubiera calzado las “sandalias del pescador”. Declinó generoso en favor de Benedicto XVI. Fue el intelectual católico más sólido del siglo XX. Martini no alcanzó el papado, pero otro jesuita, el padre Jorge Berglogio cardenal de Buenos Aires logró la “fumata bianca”.

El nuevo pontífice era un arzobispo que en la populosa capital argentina viajaba en metro, conversaba con sus compañeros de asiento o visitaba con frecuencia a los presos. En la ciudad bonaerense no era el señor cardenal, era sencillamente el padre Jorge. Un cura que observaba la hora en un modesto reloj de plástico.

Nada más resultar elegido pontífice, a la hora de salir a saludar a los fieles a la balconada de la plaza de San Pedro fue revestido con su blanca sotana y se le ofrecieron los tradicionales zapatos rojos que calzan los pontífices. El padre Jorge los rechazó y exclamó que a sus avejentados zapatos no les pasaba nada y los iba a seguir utilizando. Se trataba de un vetusto calzado con el que el cardenal viajaba en el metro bonaerense. Zapateaba escaleras con humildad y austeridad.

El Papa Bergoglio cerró los apartamentos privados pontificios en San Pedro y se marchó a vivir a la Casa Santa Marta, una sencilla residencia para sacerdotes, con comedor comunitario y en cuyo salón de televisión jalea los goles de la selección de fútbol argentina.

Francisco tiene potentes detractores, dolorosamente entre proclamados fervorosos católicos. Dicen que es un Papa comunista, un guerrillero montonero y para otros un “videlista” de extrema derecha . Quienes así denigran su honor no han leído nada de las purgas de Stalin o los asesinatos del dictador Videla.

Los católicos sin careta, los de la cara descubierta, tenemos que estar con el Papa, sea Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco. Es obligado defender a quien es nuestro pastor. Me sentí menos identificado con Juan Pablo II o Benedicto XVI. Pero ni una mala mueca, era el Papa, era mi Papa. Cierre total de filas. Por cierto, reconozco como gran apóstol a Juan Pablo II, la ilusión de millones de jóvenes, un incansable misionero, un ejemplo de entender el papado como una cruz. Al pontífice Wojtyla debe Europa la caída del comunismo.

Bergoglio organiza cenas con centenares de pobres, abraza a las prostitutas, acaricia a los enfermos terminales , a los niños y los encarcelados. Manifiesta sin reservas que la iglesia tiene que acoger a las personas LGBTIQ . “¿Quién soy yo para juzgar?” dice el Papa sobre los gays. “Dios te hizo así y te ama” añade. Francisco nos ama a todos, sin reservas, sin distingos. Querido Santo Padre, tendré su fotografía en mi mesita de noche, junto a mi venerado San Juan XXIII. Aunque me llamen comunista, montonero o “videlista”.