17 de noviembre de 1957. Poco antes, a Albert Camus le habían notificado que era ganador del Nobel de Literatura. Fue premiado su talento, y fue también reconocida su conciencia cívica frente a la barbarie totalitaria. En esas circunstancias, con tal galardón, muchos habrían optado por la postura presuntuosa y la conducta soberbia. Pero esos muchos no eran Camus, claro.
El autor argelino-francés optó por escribir al señor Germain: "He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted". Ese señor Germain que vino tan de inmediato a la cabeza de Camus, justo a continuación de su madre, había sido su maestro de primaria. Aquel maestro que había marcado su infancia, y su vida posterior, cuando le dio clase en una humilde escuela de Argelia: "Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto".
Y Camus sigue añadiendo aquello que para él representaba el señor Germain, por el ejercicio profesoral desempeñado: "(…) sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido". "Le abrazo con todas mis fuerzas", se despedía en la misiva.
Recurro a esta conocida carta de Camus, porque me parece uno de los más hermosos homenajes que se le han expresado a la docencia, y al potencial que encierra la educación, y al privilegio de toparse con profesores que despliegan, en plenitud, su vocación: profesores tras los que nada vuelve a ser como era. Y si recurro a esta carta es también porque en estas fechas se conmemora la festividad universitaria de Santo Tomás de Aquino.
El pasado sábado, precisamente, la Universidad Pontificia de Salamanca celebraba esta conmemoración. Tras el trabajo en medios y tras una beca de investigación para la realización de la tesis doctoral, emprendí mi contrato con la Ponti, hace ya más de un cuarto de siglo; así que en esa jornada festiva recogí el reconocimiento a ya mucho tiempo de vínculo con la institución. A lo largo de estos años, y en los años precedentes, he tenido la fortuna de encontrarme con profesorado como aquel al que se refería Camus. Como es lógico, el papel del docente hacia su alumnado no es el mismo en las distintas edades. Pero en esencia, dejando de lado la anécdota y yendo a la categoría, cómo no van a existir similitudes en el conjunto de etapas educativas.
Quiero pensar que en las universidades hay vida inteligente más allá de los cuartiles y los JCR. Y, desde el punto de vista educativo, no se me ocurre algo más inteligente, más valioso y con mayor efecto multiplicador, que aquello que desencadena esa "mano afectuosa", y ese "corazón generoso", y ese "ejemplo" edificante, y esos "esfuerzos" por transmitir respuestas e interrogantes, aprendizaje y reflexión, actitud y valores. Esos Germain siguen existiendo. Y hoy, me permitirán, quisiera brindarles gratitud.