A Alfonso Fernández Mañueco no le gustan las sorpresas. El presidente de la Junta de Castilla y León es un político previsible, entre sosegado y gris, de luces largas y palabras cortas. Conoce de sobra lo que es la paciencia en política, que no consiste solo en saber esperar, sino en saber cuándo hay que esperar.

No debería sorprendernos de un liderazgo surgido de la rutina, de este sistema de partidos aristocráticos donde los cargos no se ganan, se heredan. En esta comunidad autónoma, con el PP ocupando bancos azules desde julio de 1987 (y la mayor parte de este tiempo con holgadas mayorías absolutas), elegir militancia en estas siglas los últimos casi treinta y ocho años ha sido equivalente a estudiar una oposición, heredar una farmacia o hacer carrera en el Ejército. Suena más a empleo que a ideología. Hay que estar preparado para cuando salen los exámenes, que aquí son los congresos autonómicos y las citas electorales, con la casi completa seguridad de que si esta vez no, un día será un sí. Cuando la política se convierte en profesión, si no cometes grandes errores y eliges bien los enemigos internos, al final llegas a un despacho confortable. No hay problema mientras sigas viendo pasar cadáveres (políticos) bajo tu ventana. Lo peligroso llega el día que no ves el muerto y todos te miran con el peso de un forzado semblante serio.

Mañueco ha sido predecible hasta cuando ha querido causar desconcierto. Las dos rupturas de sus fallidos gobiernos de coalición, con Ciudadanos primero y Vox después, fueron el resultado de meses y meses de rumores de desavenencias. Para la única que decidió como presidente mantenía un ejecutivo condenado en el corredor de la muerte. Él solo puso la fecha para ejecutar una sentencia que había sido publicada antes decenas de veces. Algo parecido sucede en este momento.

Este lunes, la Junta Directiva Autonómica del PP de Castilla y León ha confirmado sin decirlo el secreto a voces del adelanto electoral. "Estamos preparados", sentenció Mañueco en un discurso conocido y repetido siempre que se acercan comicios. En realidad, comienzo a sospechar que todas las Juntas Directivas del PP son la misma y que Mañueco desempolva el mismo discurso una y otra vez sin cambiarle ni las comas. Si no me cree, revise la hemeroteca.

Los tambores de guerra llevan sonando meses, pero la reciente renovación de liderazgos en el PSOE autonómico ofrece todavía más argumentos al presidente para olvidarse de nuevo aquella aburrida rutina de completar legislaturas. Los populares aquí no están acostumbrados a sobresaltos. Salvo el susto de 2019, aquí siempre hay viento a favor y el poniente de izquierdas de entonces ya se ha calmado. Mañueco no quiere dar opción a una hipotética remontada de los socialistas de Carlos Martínez, aprovechando el impulso y la ilusión que siempre genera un viejo nuevo líder. Demasiado conocido en Soria y desconocido en el resto de provincias, lo más inteligente es no dejarle tiempo para ganarse un espacio propio.

Además, la fragilidad parlamentaria y la imposibilidad de aprobar unos presupuestos, pero eso importa menos. Para seguir gobernando aquí siempre hay tiempo. Lo que no quiere Mañueco es una remontada que ponga en riesgo precisamente eso: la eterna dinastía popular (hay muchos que siguen esperando su turno) y el granero de votos que también necesitará Feijóo para ganar La Moncloa.