Asegurar que Parthenope es una obra de arte quizá es lo que se espera de un snob. Si es así, me declaro culpable. No la veas si necesitas dinamismo, diálogo y no pensar mucho. Si eres ese tipo de gente, esta película no es para ti. No está ni bien ni mal, como casi todo en la vida, simplemente es ser ordenado.
Sorrentino no sorprende, sentencia. No se esperaba nada mejor a La Gran Belleza y es entonces cuando entra en debate, que eso es lo que hace la gente que es la de Dios: crear controversia. Este otro tipo de gente siempre está bajo el ojo crítico de un cualquiera esperando que te pases de listo. Cuando realmente “cualquiera” lo que debería hacer es algo con su vida y dejar de criticar desde la envidia al resto.
Parthenope es todo y nada. Todo lo que quiera ser y nada de lo que se espera de ella. Es romper las barreras del camino que está marcado, lo que es políticamente correcto, la proyección y lo que, por presión social, tiene que pasar. Parthenope hace todo el rato lo que le viene en gana. Vive cada experiencia que le llama la atención, prueba contra todo pronóstico lo que no debería, decide lo que hacer en cada momento… Ahora esto sí, luego no. La simbiosis entre “me apetece” y “ya me he cansado”, “me parece divertido” y “ya no lo es tanto”, en definitiva, se aburre. Jugar a poder tenerlo todo y, una vez saboreado, denostarlo por insulso, insustancial, vacío. Es un reto constante, incredulidad con astucia. Lo que a todo el mundo gusta, pero muy pocos son capaces de mantener en el tiempo. Parthenope da miedo, impone. Es un tren que sabes que pasa una única vez en la vida y eres consciente de no estar a la altura. Por eso la dejas ir, te conformas con haber pertenecido a un ínfimo fragmento de su historia. Un aprendizaje persistente a lo largo de la vida para comprender y asimilar que nadie puede satisfacerle tanto como ella misma.
Durante el largometraje se repiten dos preguntas que no dejan indiferente a nadie: ¿qué es la antropología? y ¿en qué piensas? La primera se acaba solventando con aprender a ver, que es lo mismo que darse cuenta de lo que pasa alrededor, aunque sea tarde, aunque no quede tiempo, aunque ya no haya vuelta atrás. La segunda es mi favorita. Cuando alguien te pregunta en qué estás pensando es porque espera una respuesta concreta, así que la mejor manera de esquivar la bala es dando a entender que lo que se espera es una obviedad. Entonces entras en un bucle psicológico intelectual en el que muchas veces sabes de lo que estás hablando y otras esperas que sea de lo mismo.
Absolutamente impoluta a nivel fotográfico, perspicaz en el guion y extremadamente inspiradora en los dispares escenarios que presenta para invitar a la reflexión sobre uno mismo. Por supuesto, no es para todos los públicos.