Siempre que hablamos de este gravísimo problema que acontece en las aulas solemos reparar únicamente en dos figuras, la del acosador y la del acosado sin reparar en unas piezas del tablero de ajedrez que son determinantes para plantar el jaque mate al acoso: los observadores.

Los observadores en el bullying son aquellas personas que sin agredir directamente son testigos directos o indirectos de estas acciones.

Pueden ser los amigos del acosador, que estén o no presentes en el momento del ataque. Son personas conocedoras de lo que sucede, y que, aun pudiendo estar en contra de lo que se le hace a la persona acosada, no toman cartas en el asunto para zanjar el problema.

También pueden ser compañeros del centro, o meros conocidos, que presencian los abusos pero que no hacen nada por miedo a pasar de observadores a acosados, y ante esto se paralizan y dejan que se produzcan las vejaciones.

Incluso muchas veces pueden ser observadores pasivos las personas del círculo cercano del acosador, que intuyen que algo está pasando con su hijo, o que incluso, han encontrado pruebas de que ha realizado actos indebidos pero que son incapaces de reconocer o asumir que este niño o este joven sea capaz de realizar tales hazañas.
Pues bien, en todos los casos, no cabe lugar al miedo, la lealtad o la incredulidad. Hay que actuar para poder ayudar a la persona que está sufriendo.

Los amigos cercanos al acosador, deben saber que su compañero tiene un problema, y está pagando sus frustraciones o carencias con una persona externa para así sentirse mejor. Está haciendo daño a otro para olvidar su propio dolor interno.
Es en ese momento cuando deben de dar la voz de alarma para evitar que su amigo siga con ese comportamiento y así poder ayudar a ambos, acosador y acosado.

El resto de compañeros que ven la escena pero la evitan, tienen que tener herramientas suficientes, proporcionadas por los docentes y familias, para poder acudir a un adulto a explicar lo que está sucediendo y pedir ayuda.
Si se arman de valor tienen que estar en un entorno seguro y no tener miedo por su propia integridad. En definitiva, tener claro que, si hablan, a ellos no les pasará lo mismo.

El último grupo, los allegados al acosador, es uno de los más complejos. El amor que le profesan al niño o joven es tan grande que no cabe en ellos la idea de que se esté comportando como un auténtico salvaje y esté destrozando la vida de otra persona. Intentan mirar hacia otro lado con el consiguiente sufrimiento interno.

Desde aquí decirles que lo mejor que pueden hacer por su ser querido es denunciarlo. Así recibirá el asesoramiento y tratamiento necesario para que esto no vuelva a pasar y encontrará, con la ayuda de profesionales, la raíz del problema y la paz mental.
El bullying no es un problema fácil, ha existido toda la vida y por desgracia estamos lejos de erradicarlo, ya que cada día aparecen más variantes y más posibilidades para hacer daño al prójimo.

Si en nuestras manos, en algún momento, tenemos la posibilidad de contribuir a que una persona que está siendo acosada deje de estarlo y así pueda tener una vida sana y feliz, no debemos dudar ni medio segundo. Hay que echar el resto y entrar a matar cual miura saliendo por toriles.

No olvidemos que nunca es tarde para hacer el bien y aunque ayer no lo hiciésemos, hoy si lo podemos hacer.

La vida es corta como para pasarla sufriendo y con miedo ¡Actúa!