En la transición se consiguió, por vez primera, que la izquierda y la derecha aceptasen sus errores, perdonasen sus pecados y enfrentasen el futuro con una visión de conjunto, respetando las diferencias y posiciones, pero asumiendo un único campo de juego que denominaron Constitución y que era el documento de paz y concordia.
 
De uno y otro lado, quedaron unos restos violentos y díscolos que no aceptaron la decisión de la inmensa mayoría de los españoles y, en defensa de esa paz, murieron muchos, pero la democracia y la concordia bien merecían el precio.
 
El pueblo español era consciente del logro que suponía la democracia, el valor que ella tenía, que no sería el sistema ideal, pero era con claridad el menos malo y que había que ir mejorándolo y construyéndolo día a día; pero, nuestros políticos, alcanzando la púrpura, en lugar de revitalizar, fortalecer y engrandecer la democracia, la profesionalizaron, permitiendo que se alzaran a los puestos más importantes los más inútiles, los menos preparados y los que hacían de la política no un servicio, sino que se servían de ella para vivir.
 
El ciudadano era consciente del déficit intelectual de sus políticos, pero no veía el riesgo democrático en ello y se dejaba llevar por los cantos de sirenas de unos y otros, interiorizando que la democracia no estaba en peligro, para dejar de valorar y comprender que es un sistema en riesgo permanente y que debe de ser exigido, cuidado, promovido y apreciado en su defensa permanente.
 
La izquierda ha permitido que los sectores más reaccionarios de su "banda" se hagan fuertes y los contemplan como valientes defensores de los valores propios, recuperando políticas, visiones, posturas, no sólo periclitadas y caducas por superadas, sino manifiestamente totalitarias para, por ser de izquierdas, ensalzarlas como democráticas, poniendo en riesgo y peligro cierto la democracia en España.
 
Los independentistas, que contemplan en ese modelo de izquierda un ariete para conseguir sus propósitos, renuncian a los valores propios y principios conservadores para adherirse a ellos y juntarse con los radicales de una izquierda asesina que se engríe y enorgullece de someter y humillar a una supuesta izquierda que sólo ve el poder como un objetivo en sí mismo y, en su detentación, una obligación propia derivada de su título de propiedad frente a una derecha melindrosa que carece de solidez en sus valores y en la defensa de la democracia.
 
El ciudadano no es consciente del riesgo de pérdida de la democracia, e incluso ha dejado de valorar la democracia como un modelo necesario para la libertad y el avance social, admitiendo postverdades, manipuladas y falaces, que sólo buscan convertirse en una droga que permita destruir la realidad y someter al ciudadano en un modelo totalitario más propio del absolutismo histórico que de un estado democrático moderno.
 
El Estado de Derecho, democrático y social, que establecía nuestra Constitución, exige y establece un modelo que no permite su alteración sin los cursos y concursos democráticos, pero ab initio nuestros políticos han retorcido la norma en su interés, han destruido los controles formales e informales que en ella se establecían y han ido empobreciendo la calidad democrática de nuestro modelo constitucional, restando únicamente por eliminar el control jurisdiccional y la unidad de la nación para, con ello, dar por finalizado el proceso de deconstrucción Constitucional.
 
En este marco, se pretende la amnistía que, para ser practicada, se venderá bajo otra denominación, pues el modelo de deconstrucción se fundamenta en hacer lo que se quiere cambiando su denominación y haciendo que las cosas dejen de ser lo que parecen no por su realidad, sino únicamente y exclusivamente por su presentación, es decir, la violación deja de ser violación para ser acceso carnal inconsentido, pero por más que le cambies el nombre no deja de ser lo que es. Pues bien, con la amnistía se hará exactamente eso, pero no dejará de ser la eliminación del control jurisdiccional en favor de un simple y sencillo interés aritmético personal de poder, que hace que empodere al delincuente que deja de serlo frente a los jueces y la Ley, que dejan de tener el valor y el respeto precisos.
 
Si lo precisan, no dudes que la unidad de España y la igualdad de los ciudadanos ante la Ley, la soberanía del pueblo español, se eliminará sin pudor ni vergüenza, pues sólo vale aquello que permita alcanzar el poder a cualquier precio, por más que el precio sea la sangre y el alma de un pueblo dormido, silente, anestesiado y drogado.