No por previsible puede ser más decepcionante la sesión de investidura de Alberto Núñez Feijóo como presidente del Gobierno de España. Y no hablo del resultado, sino de la pobreza del discurso político, de las actitudes y el macarrismo imperantes.

Dicen unos que el discurso de investidura de Feijóo fue más una moción de censura a Sánchez y a un Ejecutivo que aún no ha formado y probablemente así haya sido. Un Ejecutivo que, de formarse, previsiblemente dejará a España en manos del golpista Puigdemont y al resto de Comunidades en cueros y tiritando, cargando con sus deudas y sus prebendas y esta sensación amarga, esta certeza de lo barato que resulta perpetrar un golpe de Estado, atentar contra la Constitución y la Ley, permitido por quien debería ser su defensor primero.

De la esperada réplica de Sánchez nada se puede decir, porque ese Sánchez que pedía seis debates en la tele calló donde tenía que hablar, aunque sólo fuera por respeto al candidato y a sus millones de votantes, de los que también será presidente el día de mañana si el Rey le llama para formar Gobierno y continúa con sus alianzas, trucos y trueques con quienes no quieren a España, no se sienten España, pero sí cobran su sueldo como parlamentarios españoles a nuestros lomos. El mundo del revés.

Ese Sánchez que dijo que jamás pactaría con Bildu o que la amnistía a los golpistas catalanes no cabía en la Constitución (ahí están las hemerotecas), eludía hablar de todo ello, cediendo su voz a Óscar Puente, al que sólo le faltó una chupa de cuero y gomina para ejercer de pandillero de película de Travolta. Y no lo digo sólo yo, que lo dicen también muchos de los de dentro, aunque en voz baja, entre tú y yo, si de un tiempo a esta parte todo el que critique al gurú Sánchez se convierte automáticamente en un fascista y un casposo, así hayas votado históricamente al PSOE, así sean Felipe González y Alfonso Guerra o históricos varones a los que se han ido quitando de en medio. Democracia interna se llama.

Previsible y esperado es también que este viernes Feijóo no sume los apoyos y que Sánchez sea presidente a costa de dejar en pelota picada a los que no exhibimos el nacionalismo como método de extorsión, como impuesto revolucionario. Pobre tierra mía, pobre gente mía; lástima que no queramos ser portugueses o paraíso fiscal de frontera para no tener esta sensación de que votemos lo que votemos, nuestros votos valen menos que el perenne chantaje del nacionalismo, ese buitre al que todos, todos, les han terminado cediendo el botín.

No seré yo la que diga que un presidente perdedor en unas elecciones pero que aglutina una mayoría en el Congreso sea inconstitucional. Pero sí pueden ser inconstitucionales sus formas y las consecuencias económicas y penales que tenga el previsible pacto que nos deja forzosamente en manos de los extremos en uno y otro sentido, si PP y PSOE no han sido capaces, ni lo han intentado, de llegar a pactos de gobierno basados en el progreso social, una buena gestión económica, la defensa de las libertades y la igualdad entre todos los españoles. Por respeto a toda esa masa social catalana que se siente española; por respeto a tantos y tantos ciudadanos moderados que sólo quieren paz, pan y curre; por respeto a los cuerpos y fuerzas de seguridad que se la jugaron para nada; por respeto a la Constitución que votaron todos los españoles, por justicia y por la igualdad entre los pueblos, tan desigual siempre.

Visto lo visto y ante el desplome y desplume que va a suponer perdonar millones de euros al prófugo Puigdemont y su tropa, quizá saldría más rentable que con ese dinero comprásemos una isla remota y se la regalásemos para que se marchen ya mismo de España sin fraccionar a España, sin romper la convivencia, sin chantajear a quien gobierne; para que renuncien a su nacionalidad española y a los beneficios que les aporta el Estado en detrimento de Comunidades mucho más deprimidas como lo es la mía, Castilla y León, y la gran mayoría de las que conforman el mapa. Para que dejen de hablar con su lenguaje único en nombre de todos esos catalanes y españoles que parecen no tener voz.

Sin dramas, de buen rollo: váyanse a la isla, invéntense una patria o una matria nueva, dejen de romper platos que pagamos los demás y dejen vivir en paz a los que se sienten españoles en Cataluña. Precisamente por eso, porque es España, mucho me temo que la pondrán de nuevo en sus manos, listas para llevárselo a sacos llenos, no para acariciar, gobernarla y quererla como merece. Como merecemos.

Una isla, por favor.