Se celebra el Día de la Madre, y esta efeméride me hace recordar un apunte de Emily Dickinson. La poeta estadounidense aludió a todas esas flores que mueren en el bosque o que se marchitan en la colina “sin el privilegio de saber que son hermosas”. Ya ven. En su texto no se habla de madres, pero sí creo que el verso nos puede resultar extrapolable.

Si alguien no lo hubiera expresado todavía; si alguien lo expresó a regañadientes; si alguien lo expresó de forma protocolaria, pero poco sentida... Aún está a tiempo de poner remedio a ello. Y si alguien ya lo expresó con autenticidad y convicción, tampoco necesitará aguardar 365 días para volverlo a expresar.

Ustedes, que ahora están teniendo la amabilidad de leerme, sabrán a quien corresponde transmitir esa verdad: a su propia madre; a la madre de sus hijos; a las madres que encuentran en su cercanía; a las madres que siempre seguirán siéndolo, aunque físicamente ya no tengan a su lado su criatura… A todas esas madres, hagan lo posible por no privarlas de ese conocimiento al que se refería Dickinson.

Ese “privilegio” que contempló la autora reporta recíprocas ventajas. Hacer saber “que son hermosas” es un privilegio que vuelve privilegiada a la persona que lo transmite. Algo así como un privilegio búmeran, que se lanza… y regresa. Un extraño privilegio que no sonroja. Un particular privilegio que sí es defendible. Un curioso privilegio que es todo un acto de justicia. Un anómalo privilegio que se dilapida al ser escatimado. Hacer saber “que son hermosas” es un privilegio que no se agota al derrocharlo, sino que, bien al contrario, tan sólo se despilfarra cuando se racanea su debida expresión.

Hay un día en que una madre ya no está. Hay un día en que percibes toda la importancia de haberle dicho que es “hermosa”. No seré yo quien ande dando consejos, pero me animaría a constatar que no aguarden a lamentarlo; que no esperen a que sea demasiado tarde para formular lo ineludible. Esos mensajes adquieren sentido el Día de la Madre. Y mañana seguirán teniéndolo. Y la próxima semana. Y la siguiente. Y la posterior a la siguiente… Nunca cabe dejar de decir aquello que ha de ser dicho.

En su “Nota biográfica”, Gloria Fuertes cuenta que nació “a los dos días de edad”, dado que su madre tuvo un muy laborioso y delicado parto: “si se descuida muere por vivirme”. Un empeño que tantas y tantas madres vuelcan de continuo en atención a sus hijos. Ese firme anhelo por sus retoños lo proyectan las madres el día del parto… y todos los diarios partos que acarrea la vida. En todas esas ocasiones, tantas y tantas madres se dejan la existencia por perfilar, impulsar, batallar y enriquecer la existencia de sus vástagos.

En ese reseñado poema, Gloria Fuertes incorpora más anotaciones: “A los nueve años me pilló un carro/ y a los catorce me pilló la guerra;/ a los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía”. Hay edades y edades, por supuesto. Circunstancias y circunstancias, qué duda cabe. Pero nunca habrá momento propicio ni coyuntura adecuada para que se produzca esa marcha. Así que, recordemos. A esa amarga fecha que supone el adiós de una madre, no añadan la tristeza de no haberle expresado la incontestable evidencia de su hermosura. Un privilegio búmeran del que no cabría prescindir.