Estos días, uno ha cumplido años. No voy a ser tan indiscreto de decir la cifra, que es considerable; bueno en realidad uno más que los que ya tenía, por aquello de que desde los faraones egipcios se cumplen de uno en uno.

Y, naturalmente, ha habido, felicitaciones y parabienes, para continuar la tradición y dentro de esta un viaje a la Salamanca de mis estudios universitarios y que, como afirmó Cervantes: “Enhechiza la voluntad de volver a ella a todos los que de la apacibilidad de su vivienda han gustado”.

Uno de mis nietos, el mayor y ya universitario, cuando caminábamos por la Rúa Mayor, convertida en alegre zoco, me preguntaba cómo era aquella Salamanca de mis años mozos de estudiante, y yo tenía que reconocerle que más difícil y triste que ahora: no teníamos un duro, entonces cinco pesetas, y además contábamos con la presencia de un Franco en todo su apogeo y que nos daba, a través de sus incondicionales y los famosos “grises”, dolores de cabeza y más de un porrazo, cuando pretendíamos manifestarnos o tan siquiera reunirnos.

Él, mi nieto, ponía cara de sorpresa y es que aquello tenía poco o nada que ver con el ahora. Aunque, también, nos corríamos, de vez en cuando, alguna juerga que otra. Pero, no obstante, las catedrales siguen deslumbrando al igual que una Casa de Lis, que entonces no existía como tal, y que cuenta, entre sus muchas colecciones, con óleos magníficos del mirobrigense Celso Lagar. Una verdadera delicia contemplar su contenido art decó.

Y no digamos los famosos restaurantes con sus asados, Casa Paca y El Río de la Plata que son verdadera delicia gastronómica y que en mi época estudiantil no los catábamos ni por asomo.

Ahora, la actividad cultural sigue rebosante de actividades, con conciertos polifónicos y obras de teatro con un Echanove genial. Y, claro, la Universidad con su famosa rana buscada por cientos de turistas ávidos y él no menos famoso Astronauta de la catedral, otro atractivo más.

Ni que decir tiene que la Salamanca unamuniana sigue siendo “renaciente maravilla académica palanca de mi visión de Castilla…”, y que sigue deslumbrando y enamorando con aquel recuerdo de épocas pasadas que, en gran parte, ya no volverán. Y es que, la nostalgia tiene también sus ventajas, a pesar de los años que uno lleva a cuestas, pues al menos, se personifican en unos nietos, nuevas generaciones, que conocerán unos tiempos también con dificultades, pero, sin duda, no peores, rebatiendo lo de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.