La Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Castilla y León resultará innecesaria a este paso. No habrá ya un patrimonio natural del que preocuparse porque lo habrán fagocitado los incendios. La comunidad autónoma está en candela, abrasada por varias de sus esquinas: el sur de Salamanca, León, Zamora, Segovia…

Las llamas acabaron con buena parte de la vegetación de la Sierra de la Culebra, territorio del lobo por excelencia, y han dado una dentellada al bellísimo valle de Las Batuecas, en los límites entre Salamanca y Cáceres, espacio natural de singular valor debido a su orografía, donde uno acampaba hace años al arrullo de las aguas cristalinas del arroyo del mismo nombre.

El viento es caprichoso y zarandea las llamas de acá para allá, hasta empujarlas desde Monsagro hacia El Maíllo, en las laderas de la sierra de Francia, y luego hacia Morasverdes, cuya población, igual que los habitantes de Monsagro, ha tenido que ser evacuada también a Ciudad Rodrigo.

El gobierno central está ganando la partida mediática a la Junta de Castilla y León en este cúmulo de siniestros. La delegada del Gobierno, Virginia Barcones, se personó el pasado martes en Ciudad Rodrigo para interesarse por la situación de los habitantes de Monsagro evacuados hasta allí, y ayer se desplazó a la zona el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska.

Hay que destacar la gran labor llevada a cabo por el alcalde de Ciudad Rodrigo, Marcos Iglesias Caridad (PP), que desde el primer momento puso a disposición de los evacuados todos los medios humanos y técnicos del Ayuntamiento mirobrigense.

Al tiempo que valoraban la solidaria actitud del alcalde, la gente se preguntaba en las redes sociales dónde estaba el presidente de la Diputación de Salamanca, Javier Iglesias, exregidor de Ciudad Rodrigo. Casualmente, el presidente de la Diputación salmantina se halla de vacaciones desde primeros de este mes y eso explica quizás su ausencia en los dramáticos momentos que vive la provincia en su zona sureste.

En situaciones así lo habitual es cargar las tintas contra el responsable del ramo, en este caso, contra el consejero de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Castilla y León, Juan Carlos Suárez-Quiñones, quien ayer acompañaba a Grande-Marlaska, ambos jueces de profesión, en El Maíllo.

Visto lo visto, parece que la Junta de Castilla y León ha pecado de cierta desidia ante la situación climatológica extrema que se anunciaba. Algún sindicato ha denunciado ante la Fiscalía falta de previsión a tenor de lo acaecido en la Sierra de la Culebra. Se critica que la Junta haya esperado hasta primeros de julio para poner en marcha al cien por cien su dispositivo veraniego contra incendios.

Llegados a este punto, la duda que surge es si la dotación de más recursos materiales y humanos habría evitado la catástrofe medioambiental que se está produciendo. La extensión de algunos incendios y los daños materiales y medioambientales causados quizás hubieran sido menores, pero el problema general persistiría.

Lo que falla en origen es el concepto mismo de la lucha contra incendios. Desde que se crearon las comunidades autónomas, los gobiernos regionales han ido acaparando competencias medioambientales. Unas competencias que excluyen a la población rural de cualquier acción medioambiental. Hasta para podar un árbol ubicado en tu propiedad se precisa de un permiso de la Consejería de Medio Ambiente. Y que no se te ocurra desbrozar un camino o la ribera del río si no hay por medio un permiso de Medio Ambiente o de la confederación hidrográfica correspondiente.

Hasta el más tonto de cada pueblo sabe que la mejor campaña contra incendios es la que se lleva a cabo en invierno. En enero deben realizarse las podas y es el momento de retirar la broza del monte. A menudo vemos que se realizan desmoches, pero la maleza queda apilada entre los árboles. Cuando se produce el incendio, como en estos días de calor extremo, el bosque entero se convierte en una gran pira funeral imposible de contener, por muchos medios de los que se disponga.

Las cabras y ovejas son otros de los grandes aliados de los bomberos. Las cabras especialmente limpian los montes de hierbas y matojos. El problema es que cada vez hay menos rebaños de cabras porque nadie quiere ser cabrero. Son más agradecidas las paguitas a cambio de nada que se distribuyen desde el gobierno.

La lucha contra incendios acaba convirtiéndose así en un asunto casi exclusivamente palaciego, de moqueta, en un cúmulo de farragosas leyes y decretos en los parlamentos, en una retahíla absurda de preguntas y respuestas entre los grupos de oposición y el ejecutivo correspondiente.

De fondo, el problema de la España vaciada. Si no se ataja esta sangría, los campos estarán cada vez más dejados de la mano de Dios. El problema de los incendios forestales es sólo uno más de los apéndices de ese problema mayor que es la despoblación del mundo rural. Y el problema se agravará en los próximos años si persiste esta intensa sequía.

Lo que necesitan los pueblos son camperos de los de toda la vida que puedan ganarse el sustento dignamente con sus profesiones. Y que las administraciones públicas los impliquen de verdad en la conservación del territorio.

Por desgracia, hay demasiada política y excesivo ecologismo de moqueta en estos asuntos. Los verdaderos vigilantes deben ser estos hombres y mujeres sabios que conocen al dedillo su entorno natural.

Un ejemplo de buena gestión ambiental es la comarca de Pinares de Soria-Burgos. Y lo es no por la intervención de ninguna administración pública, sino por el interés egoísta de cada vecino de la zona, que es beneficiario directo de los frutos diversos que proporciona el bosque.

Bosques que, en líneas generales, no arden porque están cuidados durante todo el año y porque cada vecino es al mismo tiempo excursionista, leñador, cabrero, policía y bombero. El modelo lo tenemos tan cerca que casi nos muerde. La gestión medioambiental no debe estar solo en manos de las administraciones públicas, es un asunto de todos.