Acabamos de saberlo: España y Portugal, Pedro Sánchez y Rebelo de Sousa, han pactado en Bruselas, en el seno de la Unión Europea, un régimen de bajadas de precios energéticos como gas y electricidad, que se aplicaría conjuntamente a los dos países; eso sí, con el visto bueno de la Comisión Europea.

No es la primera vez que existe un “Pacto Ibérico” y, uno recuerda, siendo un adolescente, cuando en 1954, precisamente en el Parador Nacional de Ciudad Rodrigo, Franco y Oliveira Salazar se reunieron como un acto más del Pacto Ibérico que habían firmado en 1942 en Lisboa, y también llamado Tratado de Amistad y de mutua colaboración en seguridad y defensa y que dio pie a que España fuera aceptada, a pesar de su dictadura, entre los países atlánticos y, sobre todo, por el todopoderoso Estados Unidos.

No obstante, ello también fue aplicado para detener a huidos de la dictadura franquista en territorio portugués, como se había hecho con anterioridad al Pacto con el poeta Miguel Hernández, en Rosal de la Frontera.

El Pacto, no obstante, terminó con la caída del régimen dictatorial en Portugal con la Revolución de los Claveles en 1974, y con un franquismo agonizante que, igualmente, tendría su principio del fin un año después.

Todas estas historias de relaciones entre España y Portugal y a pesar de sus altibajos y guerras seculares, vienen repitiéndose en la actualidad con una mutua colaboración, ya que los gobiernos de ambos países han venido reuniéndose periódicamente para resolver múltiples problemas comunes derivados de su vecindad, como es el caso de las comunicaciones, explotaciones hidroeléctricas, etc… y, ahora, con su relación conjunta frente a la Unión Europea.

Hoy resulta lógico que se vuelva a pactar cuándo nos acucian problemas tan graves y actuales como la carestía creciente de productos energéticos y, sin duda, tendremos más fuerza ante la poderosa Bruselas nuestros dos países unidos, por aquello tan sabido de que “la unión hace la fuerza”.

Hay quien dice que la integración de España y Portugal será una utopía eterna y, un escritor portugués, nada menos que premio Nobel, como fue José Saramago, siempre defendió hasta su muerte esta unión, que resurge cada poco tiempo antes de estrellarse en el muro de la realidad.

Y aunque compartimos 1.200 kilómetros de frontera además de estrechos vínculos culturales, económicos e históricos, a menudo parece que vivimos de espaldas a través de esta famosa “raya”.

Ahora, como consecuencia de la pandemia, la crisis económica y el desorden internacional, son buenos motivos para impulsar esta alianza que vaya más allá de la relación cordial entre socios europeos.

Yo siempre dije, cuando tenía responsabilidades institucionales en Ciudad Rodrigo que, la frontera, o la raya, no debía servir para separarnos sino para unirnos. Y tanto es así que hicimos hermanamientos con ciudades como Aveiro y Figueira da Foz, a la vez que conjuntas ferias y estrechas relaciones con poblaciones portuguesas de la entonces Nacional 620 entre Tordesillas y la costa portuguesa.

Gregorio Peces Barba, hombre y maestro de la sensatez, dijo pocos años antes de morir que cuando en 1668 Felipe IV optó por la independencia de Portugal mediante el Tratado de Lisboa a cambio de conseguir que Cataluña se integrara en España, se cometió un error y mejor hubiera sido lo contrario. Estas palabras dichas en un Congreso Nacional de Abogados sentaron como un tiro a los letrados catalanes allí presentes, pero, aunque así fuera no dejaban de tener razón y, sobre todo, visión de futuro, como ahora se está viendo.

En todo caso, esperemos pues, que, con el empuje de nuestros hermanos portugueses, consigamos frenar esta guerra de precios que tanto daño nos está haciendo a ambos países.