Si Alfonso Fernández Mañueco tenía bastante con el endiablado mapa político que ha alumbrado el 13-F, ahora se le suma el sainete de Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. En el fondo, esta guerra de parientes en Madrid le viene bien, porque tendrá las manos más libres ahora que Castilla y León ha dejado de protagonizar el foco mediático nacional.

El PP celebró el pasado martes, día 15, una junta directiva nacional para analizar los resultados de las elecciones autonómicas de Castilla y León. Mañueco volvió de la reunión con un mandato suicida de Teodoro García Egea: “Alfonso, tienes que llegar a acuerdos con Soria Ya, UPL, Por Ávila, etcétera, y conseguir que el PP gobierne en solitario con apoyos puntuales de otros partidos”.

Casado y Egea están en contra de un acuerdo con Vox porque consideran que eso perjudicaría notablemente los intereses del PP nacional, de modo que les sirve cualquier solución que no pase por el entendimiento con la formación de Santiago Abascal. La ecuación con Vox o sin Vox que debe dirimir Fernández Mañueco se la dio resuelta el pasado martes Egea: sin Vox. Una opinión a la que también se ha sumado José María Aznar, uno de los grandes iconos de Fernández Mañueco.

La estrategia de llegar a pactos con lo que será un variopinto grupo mixto en las Cortes regionales (estará formado por cinco partidos políticos) es una vía muerta desde el principio, una pérdida de tiempo. Las cuentas no salen. En el mejor de los casos el PP sumaría 40 escaños de los 41 que se necesitan para la mayoría absoluta. Esos 40 serían más bien 39, porque no parece que Unidas Podemos vaya a regalarle el suyo. Y, después de lo que hemos oído semanas atrás, tampoco se puede confiar demasiado en lo que haga Francisco Igea, único procurador de Ciudadanos.

La abstención de los 28 procuradores socialistas se antoja también un sueño lejano. Sería una solución buena para el interés general, pero no para PP ni para PSOE, cuyos votantes, me temo, no verían con buenos ojos un arreglo semejante. Además, dejaría a Mañueco en una situación de extrema debilidad, siempre en manos de los socialistas para sacar adelante cualquier iniciativa parlamentaria.

Única alternativa

Así pues, la única alternativa viable para lograr un gobierno estable es el temido acuerdo con Vox. Pero el pacto tampoco será inocuo. Ambos partidos acabarán dejando muchos pelos en la gatera, sin duda, bastantes más el PP que Vox.

Los dirigentes nacionales de Vox han reiterado su intención de alcanzar en estas tierras un pacto de gobierno con el PP. Al fin y al cabo, la vieja Castilla y el antiguo reino de León aglutinan en su historia las esencias verdes de la formación de Abascal: el valiente Cid, guerrero incansable contra los moros infieles; los Reyes Católicos, unificadores España y promotores de la gesta de Colón, que trajo luego la expansión del catolicismo y la hispanidad; la cuna de la vocación centrípeta de España contra los separatismos; los toros bravos de las dehesas, y así. Esa vieja Castilla, desaparecida hace siglos, es el espejo en el que se mira Vox.

Abascal lanzó el órdago inoportuno de la cara de vicepresidente que se le estaba poniendo a su doméstico, Juan García-Gallardo. Luego añadió que, en un posible pacto de gobierno, a Vox le correspondería al menos lo mismo que hasta ahora tenía Ciudadanos. O sea, la vicepresidencia de la Junta, cuatro consejerías y la presidencia de las Cortes de Castilla y León.

El asunto de la presidencia de las Cortes se las trae, claro, sobre todo por la paradoja de ver al frente del parlamento regional a alguien de una formación política entre cuyos propósitos está echar el candado a las autonomías. O sea, como poner al zorro a cuidar del gallinero, algo surrealista, sin duda. Pero el surrealismo se ha enseñoreado de la política de Castilla y León desde el pasado 20 de diciembre. Y aún quedan mucho camino por andar y muchas cosas por ver.

Si PP y Vox quieren llegar a un acuerdo, deberán obviar sus diferencias y centrarse en los puntos que tengan en común. La actitud prepotente de Abascal de exigir la vicepresidencia y las declaraciones posteriores de García-Gallardo reclamando la derogación de las leyes de violencia de género y de memoria histórica no son, desde luego, el mejor punto de partida.

Póker entre tahúres

Mañana, lunes, Mañueco inicia su ronda de conversaciones con los líderes de todos los partidos políticos que han obtenido representación parlamentaria. Comenzará así un póker entre tahúres.

El primero en pasar será el socialista Tudanca, que insinuará la posibilidad de apoyar al PP, pero con las condiciones imposibles que ya marcó Pedro Sánchez. La postura de Tudanca será ir de bueno, pero de modo que el acuerdo resulte inviable para que nadie pueda acusarlo luego de no haber hecho todo lo posible para frenar la entrada de Vox.

Después irá Vox. Mañueco ofrecerá un acuerdo de mínimos y Juan García-Gallardo le pondrá sobre la mesa uno de máximos. A partir de ahí, si ambos están por el acuerdo, uno deberá ir aumentando las concesiones y el otro, reduciendo las demandas.

La presidencia de las Cortes y la elección de miembros de la Mesa será el primer escollo que sortear. Dudo mucho de que el PP acepte que alguien de Vox presida la cámara. Sería dar una visibilidad poco conveniente a la formación de Abascal. Lo más probable es que la presidencia de las Cortes recaiga en el segoviano Francisco Vázquez (PP), hombre de la máxima confianza de Mañueco, con el que tiene además esa deuda, ya que Vázquez se quedó sin el puesto en la pasada legislatura a raíz del pacto con Ciudadanos.

La vicepresidencia primera tal vez vaya para la socialista Ana Sánchez (para que Vox no presida en ausencia del presidente), y la segunda, para alguien de Vox, quizás para la exalcaldesa de Zaratán, Susana Suárez Villagrá, ahora procuradora de Vox por Segovia.

Y en las tres secretarías, un procurador de cada uno de los tres partidos más votados, es decir, PP, PSOE y Vox. Así, PP y Vox, con dos miembros cada uno en la Mesa de las Cortes, tendrían garantizada la mayoría del órgano de gobierno del parlamento regional.