Castilla y León ha vuelto a ser por un tiempo epicentro de las Españas, como antaño, cuando lideró la Reconquista y, tras concluirla, impulsó el viaje de Colón hacia el Nuevo Mundo y la evangelización de los indios americanos.

Pero es solo un resplandor momentáneo por el plebiscito nacional en que han convertido las elecciones autonómicas anticipadas. Y también, tristemente, por la desaparición de Esther López en Traspinedo (Valladolid), cuyo trágico desenlace, conocido ayer, ha ensombrecido la campaña electoral.

Sin embargo, la parafernalia mitinera mantiene su ritmo. Apenas es noticia ya la recua diaria de políticos nacionales en la comunidad autónoma tratando de apuntalar la campaña de sus respectivos partidos: Pedro Sánchez, Zapatero, Aznar, Casado, Ayuso, Santiago Abascal, Almeida, Arrimadas, Belarra, Garzón…

Igea saca pecho

Todavía queda algún eco del debate televisado del pasado lunes, 31 de enero, entre los tres candidatos con grupo parlamentario en las Cortes de Castilla y León. Francisco Igea, de Ciudadanos, es quien más pecho saca por el supuesto triunfo en esa refriega dialéctica. El próximo debate, previsto para el día 9, se augura más emocionante.

Se observa en la militancia de Ciudadanos mayor entusiasmo desde que el CIS de Tezanos diera a conocer, el pasado 27 de enero, los datos de su polémico barómetro, que atribuye a la formación naranja una horquilla de entre 2 y 5 escaños.

La euforia aumentó tras el debate, en el que Francisco Igea cobró particular protagonismo, no solo por hallarse en cuarentena en el domicilio familiar, sino sobre todo por el acoso al que sometió al candidato del PP, Alfonso Fernández Mañueco, su exsocio en el gobierno regional.

El talante electoralista de Igea ha ido cambiando con los días. El médico sosegado e intelectual ha dado paso a un orador gamberro y bravucón que arroja pullas continuas al que parece su único adversario, o sea, Mañueco, y luego ríe a carcajadas sus propias groserías. Acaso esa condición inédita forma parte también de la personalidad política de Igea, del que algunos dicen que su apariencia engaña, como si fuera otro doctor Jekyll y señor Hyde.

El candidato socialista, Luis Tudanca, sigue con su pose estatuaria. A Tudanca le sucede como a Fernández Mañueco. Ambos son consumados apparátchik, es decir, funcionarios de sus respectivos partidos, de modo que sus discursos consiguen encender a la militancia, pero no conmueven a los electores.

Adolecen justamente de esa cualidad de Isabel Díaz Ayuso que consiste en que la audiencia se ponga en pie solo con su presencia. Un don misterioso para conectar con la gente que tanto temen el socialismo de Pedro Sánchez y el mismísimo Pablo Casado.

La España imperial

Los dirigentes de Vox han encontrado en Castilla y León el terreno ideal para desparramar su discurso carcunda de la España imperial. Ese mismo relato y esos mismos mitos con los que el franquismo de la postguerra trató de ocultar la triste situación de España tras la guerra civil.

Los dirigentes de Vox han recuperado así la denominación de Castilla la Vieja, se han echado al hombro la estatua ecuestre del Cid Campeador de Burgos, enarbolan la figura de Isabel la Católica y presumen de la gesta de Colón hacia las Indias. El orgullo gay de otros convertido en su caso en orgullo de hispanidad.

“Yo no necesito ir subido en un caballo para ser el presidente del campo”, fue el recado que envió Mañueco ayer a Abascal desde Zamora. El problema de Abascal y Vox en general es ofrecer ideas primarias, o sea, simples, como solución a los problemas complejos de nuestro tiempo, como si la realidad les causara dentera y necesitaran el refugio lejano del siglo XVI.

En esa línea, su candidato a la Junta de Castilla y León, el joven burgalés Juan García-Gallardo, era un total desconocido y sin ninguna experiencia política. Si Vox tuviera que entrar en el gobierno regional, tal como vaticinan algunas encuestas, no parece que se haya diseñado un equipo al efecto en sus candidaturas. Es más, parece que el auténtico candidato a la Junta es Abascal y no García-Gallardo. Es como si más que a un cardenal Cisneros, lo que Abascal buscaba realmente en Castilla y León era a un Felipe el Hermoso.

Un Felipe el Hermoso del siglo XXI, ay.