La misteriosa desaparición de Esther López en Traspinedo el pasado 12 de enero ha puesto en el foco mediático nacional a este pueblo vallisoletano, famoso sobre todo por sus exquisitos pinchos de lechazo churro asados a la brasa de sarmiento.

Después de más de diez días de la extraña desaparición de esta mujer, poco es lo que está trascendiendo sobre el caso. Las batidas sobre el terreno no arrojan resultados. Se alberga todavía una leve esperanza de que pudiera haberse trasladado voluntariamente con alguna amistad a cualquier ciudad próxima, pero el inusual silencio de su teléfono durante tanto tiempo acentúa los temores.

La Guardia Civil, que opera al margen de ruidos y comentarios, puso en marcha desde el minuto uno su proceso de investigación, que es siempre sistemático y se desarrolla en múltiples frentes: rastreos, toma de declaraciones, investigación del entorno, uso de teléfonos móviles… El equipo investigador ha sido reforzado ahora con los especialistas de primer nivel de la UCO. Esperemos que esa labor investigadora dé frutos pronto y podamos conocer lo sucedido.

Tristemente, las desapariciones de personas siguen sucediéndose en nuestra comunidad autónoma. Junto a Esther, se busca también a un joven desaparecido el pasado miércoles, 19 de enero, en la también localidad vallisoletana de Olmedo, y a un hombre de 76 años en el no muy distante municipio palentino de Carrión de los Condes.

Castilla y León, de moda

De un tiempo a esta parte, parece que Castilla y León se ha puesto de moda, si bien por asuntos impropios. Al interés por los casos de las desapariciones, especialmente el de Traspinedo, hay que añadir la campaña electoral autonómica adelantada. Un día sí y otro también se dejan ver por aquí líderes políticos de todo signo, a los que, a buen seguro, perderemos el rastro después del 13F. Ayer, por ejemplo, Pablo Iglesias visitaba Valladolid y José Luis Rodríguez Zapatero acompañaba a Luis Tudanca en Salamanca.

Se acercan hasta estas tierras en motos llamativas con atuendos horteras, se hacen ridículas fotos con nuestras vacas, cuestionan la calidad de nuestros productos agroalimentarios, lanzan burdos puñales dialécticos contra el adversario, trasiegan nuestros vinos, prometen el oro y el moro sin rubor… Y alguno, caso de Ortega Smith (Vox) reivindica las excelencias del aire que se respira aquí despojándose de la mascarilla, incluso cuando charla con los sacrificados guardias civiles que vigilan que todo discurra de la mejor manera posible.

Se escuchan estos días demasiadas simplezas y estupideces. Soflamas que ofenden la inteligencia y hacen pensar que nuestra clase política es incapaz de articular un discurso medianamente racional o nos toma por pobres pueblerinos imbéciles. Claro que las sandeces no salen solo de las bocas de los que llegan, las vomitan también los que teníamos dentro.

Una precampaña de discursos en la que unos y otros prefieren apelar a las emociones y en la que las ideas y el análisis racional brillan por su ausencia. Los políticos tratan a Castilla y León como un pañuelo de usar y tirar. Estamos ante unas elecciones autonómicas, pero de lo que menos se habla es de los problemas sempiternos del territorio y sus gentes: despoblación, paro, desarrollo rural, atención sanitaria, infraestructuras, frecuencias ferroviarias, desmantelamiento de servicios básicos en los pueblos, financiación… Han convertido esta tierra en un simple campo de Marte donde dirimir sus cuitas nacionales.

Pablo Iglesias en Valladolid

El exlíder de Podemos, Pablo Iglesias, despojado de su icónica coleta y de sus ímpetus revolucionarios de antaño, reabrió ayer en Valladolid la polémica del chuletón y las macrogranjas, creada inoportunamente por su colega Alberto Garzón. Le metedura de pata de Garzón ha dado pólvora electoral al PP, que la está aprovechando con gran habilidad.

Podemos trata de justificar lo injustificable. No es de recibo que el ministro de Consumo airee en el extranjero defectos agroalimentarios. Los trapos sucios, si los hubiera, se lavan en casa. Los españoles pagan el sueldo a sus ministros para que defiendan al país fuera, y en el caso de Garzón, para que solucione internamente los problemas de los consumidores.

Así, el debate de las macrogranjas parece interesado y engañoso. Si existen macrogranjas será porque cumplen la ley. Porque si la incumplieran habrían sido cerradas. Si Garzón, Iglesias y Podemos no están de acuerdo con las macrogranjas (yo tampoco), que aprueben una ley en el Congreso de los Diputados que las regule de otra manera o las prohíba. El BOE está ahora en sus manos.

No se puede sorber y escupir al mismo tiempo, gobernar y al rato travestirse de populista revolucionario.