La historia de España nos hace un pueblo que consiguió el imperio más grande y longevo del mundo, el descubridor de un nuevo mundo en el que, con errores, desarrollamos un derecho indígena y un modelo que sirvió de fundamento y basamento de lo que hoy son los Derechos Humanos. Un pueblo que ha tenido los más grandes investigadores, los más importantes científicos; que, de una guerra salió solo, pues Europa estaba en la suya, más fuerte, más sólido y desarrolló modelos sociales que, a día de hoy, se encuentran vigentes y son punta de lanza del progreso, por más que imbuidos de un modelo totalitario.

Históricamente, fuimos provincia romana, nos hundimos en el ostracismo visigodo, nos conformamos como capital del imperio Saladino, que se destruyó con la desunión de las taifas. Volvimos a la grandeza con la unión de los Reyes Católicos y la fuerza, visión e inteligencia de la Reina Isabel, la mujer más importante de la historia del mundo. Volvió nuestro hundimiento con la división interna que se consolida con una República federal, que se desarrolla durante poco tiempo, por un movimiento de recuperación del régimen absolutista que, con devaneos, nos lleva a una nueva República, que ahonda la división nacional, impregna la vida diaria de muerte, sectarismo y violencia buscada, desarrollada, por unos y otros, y llevada a sus últimas consecuencias con el asesinato del jefe de la oposición.

Tras 40 años de totalitario movimiento sin oposición, con la sumisión pacífica de la mayoría del pueblo, con la unidad en torno al dictador, pues la disidencia ni era importante, ni fuerte, ni apoyada en el exterior y, menos aún, en el interior, que permitió que el régimen muriese con su líder y que los propios seguidores facilitaran, permitieran y apoyasen una transformación democrática, fruto del consenso entre dictadores y opositores, nacientes en muchos casos al albur de los aires de libertad que el pueblo reclamaba sin criterio político. De este modo, no fueron los unos, ni los otros los que trajeron la democracia, sino la exigencia social de un pueblo paciente que, en torno a su monarca, como figura apolítica, se empeñaron en ello.

Es evidente que la historia de España nos demuestra que, cada vez que hemos sido un pueblo unido, sólidamente juntos, hemos obtenido y conseguido las más grandes gestas, obtenido las más altas cumbres sociales, económicas, políticas y de progreso; pero ello nunca nos debe de hacer pensar que somos una raza especial, ni que tenemos un ADN que nos hace diferentes, sino que siempre que hemos sido un pueblo solidario, pacífico, sencillo, con humidad y unidos hemos hecho cosas grandes. Por eso, cuando un pequeño núcleo patrio se empeña en la desunión, en el asesinato, en la consideración de razas especiales, en cambiar la historia y el actuar común, no nos debe valer la estrategia cortoplacista que derechas e izquierdas han desarrollado, llegando al paroxismo con el gobierno Frankenstein del Sr. Sánchez.

Me da igual quién lo hiciere o quién lo desarrollase, lo cierto y verdad es que ha llegado el momento de reivindicar la unidad nacional, el desarrollo común, la actuación conjunta y la colaboración de todos, persiguiendo a los asesinos que quitaron la vida de miles de ciudadanos que, en democracia, no querían la división, o crearon grupos de asesinos de presuntos terroristas desde el Gobierno, acabar con los delincuentes que pretenden instaurar la división, la ruptura y el incumplimiento de la Ley en pos de un supuesto ADN superior o una historia, mejor dicho cuento, generado ad hoc.

La mejor lucha contra la división, contra el terrorista, contra el inconsistente intelectual que reclame la ruptura de España es la cultura, la historia sin manipulación, el engrandecimiento del espíritu de sentirse español, el sentimiento de pertenecer a un gran pueblo que siempre que ha estado unido ha hecho lo mejor; pero, si despedazamos nuestra historia, si la cambiamos con una memoria sesgada, si no hacemos sentir a nuestros hijos el sentimiento y valor de la bandera, el himno y los signos de España como reflejos de lo que somos, de lo que fuimos y la obligación que tenemos de ser en el futuro, independientemente del sesgo político, la ideología o posición que tengamos cada uno, por ser uno en lo esencial, estamos traicionando nuestro pasado, nuestro presente y destruyendo nuestro futuro, y la historia, nuestros sucesores, nos lo demandarán.

España, su bandera, su himno, sus instituciones, no son propiedad de unos u otros, y debe de ser defendida frente a cualquiera de ellos; mira con recelo a los envueltos en la bandera, y persigue a los quemadores de la misma, júntate con el que el que la porta, la apoya y la defiende como casa común.