Me asomo a la ventana y no veo a la chica de ayer. Lo que veo en mi jardín son las luces navideñas que acaba de colocar Carlos García Carbayo, el alcalde. Durante unas décimas de segundo, mi cerebro se retuerce entre un cruce de estaciones. No es posible que estemos ya en Navidad si el verano acaba de terminar.
El despliegue de ristras de bombillas cuando todavía vamos en manga corta, y a más de dos meses del turrón y las uvas, lastima los ojos. Debe ser que soy extraterrestre, porque no acabo de comprender la lujuria festiva que recorre muchas ciudades y pueblos de España.
Mientras te desperezas, los informativos radiofónicos te inyectan la primera dosis de malhumor del día con la noticia de que el aumento del déficit público en España en 2020 tuvo un desfase del 11%, es decir, 3,8 puntos más que en toda la eurozona, y que nuestra economía es la cuarta con mayor deuda pública de la Unión Europea. Los bolsillos del pijama entran en pánico y se te clavan en los muslos.

Algo falla aquí

Tratas de aliviar el ánimo observando a través de la ventana el semblante del día, que amanece despejado y augurando sol, y, de repente, te topas con las bombillas fastuosas y contradictorias de Carbayo. Algo falla aquí, pendejo, me digo: o mienten los canallas de la radio o Carbayo está preparando una inocentada.
Porque no concuerdan las cifras del déficit y la deuda pública con la cofradía de bombillas. Es como mezclar garbanzos y chochos, que decían en el XVII, gente honrada con ladrones, jueces con políticos, curas y monjas con fulanas y chaperos.
La parroquia goza con este adelanto insólito de la Navidad, y el afán de los alcaldes es hacer felices a sus feligreses. La felicidad del pueblo de Jovellanos o la de Lope de Vega: Porque, como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto.
La felicidad llevó a un alcalde a incluir en la ordenanza municipal del cementerio el regalo de una corona funeraria a cada persona fallecida empadronada en el lugar. La funcionaria encargada de que se cumpliera el mandato sufría sofocos los fines de semana. Dado que no podía llevarse a casa la lista del padrón municipal, ¿cómo saber si un muerto durante el fin de semana estaba empadronado o no?
En otros municipios, los alcaldes se afanan en que el ayuntamiento sufrague los libros de texto de los escolares o complemente el coste de los viajes de los mayores, subvencionados ya por el Imserso. En todos los casos, la búsqueda de la felicidad de los vecinos por encima de todo. Porque, ya lo decía Mariano Rajoy, hay un vínculo indisoluble entre los vecinos y su alcalde: si él los hace felices, ellos le devolverán esa felicidad renovándole el sillón de la alcaldía.

El pleno más importante

El asunto de las fiestas, mejor ni meneallo. Daría para una enciclopedia. En cualquier ayuntamiento, el pleno más importante del año es el que aborda el programa de fiestas patronales. Lo habitual aquí es tirar la casa por la ventana. Se entiende así que anglosajones y nórdicos nos vean como wasteful y fucking lazy.
Muchos extranjeros se preguntan por el secreto de la longevidad de los españoles. La respuesta está en el clima y en nuestro estilo de vida: la dieta mediterránea, la siesta y la fiesta, el optimismo, la vitalidad del presente y así.
El dinero tintinea en enormes parvas en los austeros y laboriosos países del norte, sí, pero los días fríos y nublados de sus gentes transcurren sobre un mar de depresión.
En cambio, a los españoles, el dinero, el propio y el ajeno, se nos escurre entre los dedos como fina arena. No tintinea en cofres, pero lo oyes correr alegremente por calles y terrazas de bares. Nadie se explica que la caja común no haya reventado todavía. Somo auténticos maestros en multiplicar panes y peces. Mi amigo inglés, Barry, no sale de su asombro. Es el milagro español, mi cuate.