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Opinión

El espejo

26 abril, 2019 20:15

La berrea es un periodo de tiempo en el que los ciervos machos luchan por alcanzar el favor de las hembras bramando por ellas, en un estado de frenesí que les hace perder el contacto con la realidad (psicosis), sufrir alucinaciones, delirios (creencias falsas), tener pensamientos anormales y alteración del funcionamiento social, que es exactamente como se comportan nuestros políticos cada vez que se aproxima un periodo electoral.

Es verdad que es esa época de “celo” en la que nuestros dirigentes se dedican a actuar de forma esquizofrénica; pero, además, y como agravante de la situación, se encuentra el bajísimo nivel que estos demuestran tener en el ámbito personal, profesional, intelectual, e incluso en el político, al que se dedican; vamos, que no cabe un tonto más en este país.

Tenemos una Sra., Juana Rivas, que pone de manifiesto que la Ley de Violencia de Género es una filfa que sólo sirve para que una panda de mangarranas se hagan ricos, mientras las víctimas de verdad no son amparadas, resultando que dicha legislación es incluso dañina para la mujer, pero tenemos a mi colega Cristina haciendo payasadas en el Congreso y condenando al varón por el hecho de serlo.

Unimos a esto que contemplamos cómo se utiliza el sufrimiento de una paciente con ELA y las decisiones personalísimas que ello conlleva, para ser utilizado políticamente, mientras, como consecuencia de la ideología de género, ver vemos cómo ahora su marido es conducido directamente a un Juzgado de violencia de género que actuará como un tribunal inquisidor -no por deseo de los magistrados, sino por el imperio de la Ley-. Aceptamos que en estos periodos se pierda el norte, pero es que hemos llegado ya demasiado lejos.

En el colmo de la estupidez, nos encontramos con que se prohíbe el cuento de caperucita por machista y se critica a los católicos por defender el no al aborto, mientras se pretende introducir el islam en las escuelas olvidando que con esa fe se lapida a las mujeres, se les practica la ablación y son consideradas seres inferiores.

Continúan sus chorradas hablando de políticas sociales que se cubren con el dinero de todos sin que ellos, con carácter previo, apliquen esa forma de actuar, y coloquen a su mujer en un puesto para el que no tiene preparación, cobrando un pastizal que se considera secreto de estado y se cubren bien el riñón o, como autómatas, criminalicen a la derecha y las élites corruptas  mientras ellos se compran casoplones cubiertos por una docena de guardias civiles y para los que la banca les conceden préstamos que al resto de ciudadanos ni se nos podría permitir pensar que nos concedieran.

Aparecen con el alarde la patria o de la solvencia profesional y descubres cómo llegaron ellos a alcanzar sus puestos, aquellos que los tuvieron, cuál es su nivel profesional real o cómo actúan en su vida privada en la que la patria es su bolsillo. Cómo se rodean de “pseudo delincuentes” con los que me relaciono profesionalmente, pero a los que no deseo como compañeros de viaje y mucho menos como dirigentes de nada, pues si lo admito me convierto en cómplice de ellos.

Se utiliza un modelo guerracivilista de enfrentamiento, alimentado por unos y otros para sacar rédito, sin comprender que, en la política, hay adversarios pero no enemigos, hay disputas pero no guerras y que hoy discrepas y mañana acuerdas, que la crítica, en política y en la vida, no es sinónimo de odio o de no ser capaz de tener una amistad que se mantiene en disenso dentro de un marco de juego que respetamos todos, y únicamente se debe de considerar una agresión la transgresión de ese campo marcada, concedida y acordada por todos.

Quien me critica me hace más fuerte y me ayuda a mejorar, el que lo hace con maldad se retrata y el que lo intenta desde el cariño me enorgullece con su amistad.