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Idol Kids: gana Omar Montes

No sé ni qué canta ni de dónde es, ni a qué dedica el tiempo libre. Pero ha sido majete con los chiquillos, cariñoso con las abuelas, atento con sus compañeros.

1 febrero, 2022 06:12

Anoche se estrenaba en Telecinco la segunda edición de Idol Kids con Camela, Ana Mena y Omar Montes como jurado. Teniendo en cuenta que yo no sabía hasta ayer quién era Ana Mena, que Omar Montes era para mí el ex de Chabelita (ahora Isa Pantoja, para mí siempre Chabelita) y que Camela es Camela, la cosa no es que me entusiasmase mucho.

Presentaban un Jesús Vázquez por el que no pasan los años y una Lara Álvarez con infantil atuendo (peto vaquero después de los ocho años, no), en claro contraste con todos esos niños vestidos de personas mayores. Reconozco que a mí los niños vestidos de personas mayores haciendo cosas de personas mayores me ponen un pelín nerviosita. Y los talent shows infantiles están llenos de ellos.

Me pregunto, por cierto, por qué programan los talent shows infantiles entre semana y a horas intempestivas (acabó a la una y media de la mañana de un lunes). ¿Son los adultos su público objetivo o es que los niños de ahora trasnochan? Dejo aquí esta duda por si alguien me la resuelve.

La cosa no empezó mal: un numerito musical de los cuatro miembros del jurado y que a mí me sirvió para, mientras movía el piecito, googlear quién era Ana Mena y darme cuenta de que si quieres hacerte la joven tienes que saber quién es Ana Mena. Enseguida, un chiquillo dando botes cantaba una de Hombres G y luego una cría más grande que la presentadora hacía lo propio con una de Niña Pastori. Como era grandecita me recordó a Rosa de España y fui con todo a que ganaba esta. Pero no contaba yo con el factor abuela dando pena, que fue la carta que jugó, y muy bien jugada, una pelirroja de 14 que, además, cantó “Cuando zarpa el amor” de Camela.

Apunten futuros concursantes: abuela que llora hablando de morirse más versionear a miembro del jurado, combo ganador. “Yo veo una abuela y tengo que ir a por ellas” decía Omar Montes, que todo lo dice como desganado, como si él pasara por allí y tampoco le apeteciese mucho. “Veo una y me lanzo”, insistía mientras abrazaba a la abuela y se sentaba con ella y casi la adopta. Cantó la chiquilla, lloró la abuela, lloró el de Camela, lloró la de Camela. Le dieron el ticket dorado, claro. Como para no dárselo.

Porque la cosa funciona de la siguiente manera: sale un chiquillo vestido de mayor, canta, los miembros del jurado hacen “oh” y hacen “ah”, el público aplaude y se pone de pie, acaba la actuación, les dicen que tienen mucho talento y que qué bien todo y votan. Le pueden dar al botón rojo o al verde. Con dos votos verdes o tres, se descubre el porcentaje de aceptación del público y pueden ser clasificados. Con menos de dos verdes, descalificados. Los tres con mayor porcentaje de aceptación pasan a las semifinales.

Y además hay tres tickets dorados, como en Charlie y la Fábrica de Chocolate, uno por cada miembro del jurado, que sirve para que cada juez pueda mandar directamente a la final al participante que más le guste. Total: seis críos a las semifinales y seis llorando a sus casas.

Omar Montes utilizó su ticket dorado con una cría de siete años con trenzas que cantó Roar, de Katy Perry, y que yo creo que lo hizo porque era chiquitina y mona. Daba como ternurica, con esa carita de no saber muy bien por dónde había entrado ni por dónde se salía y con pequitas de muñeca encima de la nariz. Yo también se lo habría dado. Y galletas de chocolate antes de comer, y coca cola con cafeína antes de dormir, y lo que me hubiese pedido, con esos ojillos azules y ese vestidín rojo y su camisita y su canesú.

Ana Mena se lo dio a una que contó enseguida que le habían hecho bullying y ya todos contaron cuando a ellos les hicieron bullying, y se emocionaron y ya sabíamos todos que iba a pasar directa a la semifinal y que daba igual si había cantado bien, o mal o regular. Porque si abuela con llanto y versionear a jurado es jugada perfecta, bullying tampoco le va a la zaga.

Es lo que yo llamo “el efecto Master Chef”, que es aquel por el cual a cualquier talent show hay que presentarse, más que con aptitudes, con drama (padre muerto, abuela dando pena, historial de bullying, ser murciano o diseñador gráfico, pertenencia a minoría étnica) o no eres nadie. Estoy dispuesta a discutir por defender esta teoría con quien sea. La tengo comprobadísima. Son años ya de estadísticas.

Además de los tres concursantes con ticket dorado (niña adorable, nieta de abuela llorica y víctima de bullying) entraron en las semifinales, estos ya por valoración de jurado y público, Guerri, Joel y la miniRosa de España del principio, por la que apostaba yo cuando, ingenua de mí, no sabía que iban a jugar fuerte a la lástima.

Guerri es mi favorito ahora. Porque el tío, con un par y pudiendo entrar con la racialización por bandera y sacar, no sé, un patriarca ciego u otra abuela llorando, sacó su guitarra nomás y se cantó una de Alejandro Sanz con una gracia que quitaba el sentío, los ojillos cerrados, y ni pena ni peno. Todo arte. Voy con todo a Guerri en las semifinales.

Entre actuación y actuación, el jurado se hacía el dicharachero, el espontáneo y el disfrutón, y daba un poco de cosita porque era de todo menos espontáneo, dicharachero y disfrutón. Sobre todo Dioni, el de Camela, que se subió a la mesa, llamó a la mujer, jugó con la cámara. Estaba un poco Albano Power en Tómbola hace mil años pero de baja intensidad.

Omar Montes, que se tiró todo el programa hablando como si le faltara riego o tuviese unas decimitas de fiebre, me ha ganado y tengo que decirlo. Yo, desde hoy, fan de Omar Montes. Que no sé ni qué canta ni de dónde es, ni a qué dedica el tiempo libre. Pero ha sido majete con los chiquillos, cariñoso con las abuelas, atento con sus compañeros.

Con uno de los concursantes, un argentino con hermano futbolista en el Olympique de Marsella, Leonardo Balerdi, que los nervios le traicionaron, pobre, y se puso tristoncillo, se comprometió a producirle una canción. Ese es el momento en el que yo me he hice omarmontista. Por generoso. Ese y cuando dijo que el no tenía muchos estudios pero sí sabía de pasarlo mal. Pobre criatura. Me dieron ganas de abrazarle, de hacerle un cocido, de comprarme todos sus discos y hasta su libro. Que tiene un libro.