Para la princesa Leonor, en ausencia

La princesa Leonor.

Para un poeta, tener una princesa es un lujo. No, un ensueño como las princesas de Rubén Darío o la fatal de Elton John.

Mi princesa es tan real como la pluma con que escribo. Y a la vez imposible.

Pues, nobleza obliga, debería besar su legendaria mano y no me será dado.

¿Habrá acto más transcendental para un poeta que besar la mano de una

princesa?

El poeta, libre de prejuicios, sacude los árboles republicanos y proclama la

salud de los bosques coronados de princesas. Princesas que no viven en

suntuosos palacios, sino en fortalezas donde aún acuden los pueblos

perseguidos por la piratería.

En Occidente, los poderes absolutos de los reyes han desaparecido. Pero se conservaron sus castillos defensivos e intacta su biología simbólica. Cuando no fue así, en Rusia, en Francia, en Inglaterra, en España, en Brasil, se desataron revueltas sangrientas y guerras civiles. Derribadas las regias almenas, otras fueron levantadas. Las poblaron impasibles tiranos, como Stalin. Un sectario tártaro justificado por el idealismo marxista. Dejó a Rusia en la miseria. Y sus sufrimientos fueron silenciados por el más terrible de todos los silencios :el silencio siberiano. Escribió Anna Ajmátova: "sin verdugo y sin cadalso, no se es poeta en esta tierra". Tanto fue así que llegaron a añorar al zar. Después de la Segunda Guerra Mundial, el gran liberador de la clase obrera secuestró a buen número de científicos alemanes. Así comenzó el despegue industrial de Rusia, ¡con burgueses y nazis!

¿Qué sería Covadonga, los insondables verdes del Auseva, sin una princesa? Roca desgraciada, altura banal, brevadero beduino, orfandad lacustre, tránsitos terribles hacia la disgregación nacional. El poeta evoca la ausencia de la princesa para que torne a la majestad de sus montañas. Le pertenecen sus fuentes, la resistencia de los robles, los aromas de los pastos de altura, la historia primigenia, palpitante y transcendental de Asturias.

Vienes de la verde cuna

donde manaron las fuentes,

los cánticos transparentes

en noches sin media luna.

Vienes del alto esplendor

sencillo como la espuma

vencedora de la bruma

que ocultaba su valor.

Vienes de siglos arcanos,

tan lejos de viejas sombras,

que sólo es hombre a quien nombras

desde el trono de tus manos.

Vienes de la mar que baña

cantábricas soledades,

de los llantos litorales

cuando te ausentas de España.