Que "un mayo" te acompañe en el viaje

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No estábamos preparados para el golpe, para un destino que deshace de forma sumarísima nuestras preguntas, nuestros miedos y nuestras certezas, pero el Gran Guionista lo tiene todo previsto.

Te viniste a Burgos en abril, tras el ictus de mamá. ¿Los detalles? Una temprana llamada de teléfono, un diagnóstico y un alta fría y rápida tras unos días de hospital. No podíais seguir en vuestra casa, en la que habíais aguantado una despiadada pandemia de distancia y soledad. Mamá necesitaría más cuidados durante más tiempo. La decisión no fue fácil, “antes de juzgar a una persona, camina tres lunas con sus mocasines”. Optamos por una Residencia de mayores para ella y por algún tiempo compartido en nuestra casa para ti.

En la Unidad de Ictus se lo expliqué a mamá. A pesar de su caos mental y de su disartria, me expresó su alegría porque vinieras con nosotros. Sabía que la soledad y tus miedos no eran una opción.

Tus días en Burgos también fueron un premio para nosotros. A pesar de tus dolores, “¡ay, estas rodillas!” y de tu preocupación por mamá, se te veía disfrutar con Jimena, con Mencía, con Ana e incluso con Troylo, para ti “Matador”o “Pillatigres”, que tardó poco en hacerse contigo. Por mi parte, seguí con los viejos rifirrafes... y con otros nuevos.

Calladamente me alegró ver cómo las niñas y Ana reían con las mismas cosas que me contabas de pequeño. Un día les explicabas que para cortar el césped lo mejor era una cabra cruzada con tiburón que tenía tu hermano, otro les contabas una historia de Drácula con una gorra de visera y al siguiente la de un perro al que volviste metiendo tu brazo por su boca y tirando fuertemente de su rabo cambiándolo de dirección. Todos tus disparates comenzaban igual: “Esto que os voy a contar es verídico”. La frase provocaba la sonrisa de Jimena, segura de que nada de lo que dijeras ocurrió jamás, pero impaciente por escucharlo.

Las mañanas transcurrían con tus nietas en el colegio, yo con mi bricolaje y tú con tus cavilaciones. Te animaba a caminar algo, “al menos desde un extremo al otro del jardín”. A veces lo hacías, elogiando “este verde de Burgos”, otras argumentabas que “con este tiempo no hay quien salga fuera”. Un Burgos y un tiempo que conociste por primera vez en 1958, durante tu servicio militar en el 63 Regimiento de Artillería, del que hoy sólo queda tu atractiva juventud en unas fotos en blanco y negro en el cuartel nevado y dos grandes pinos que aún existen en la calle Vitoria. De aquella época y de otras hablaste incansablemente durante tus últimas tardes, con Miguel.

Mucho antes de la hora de salida del colegio me recordabas que me preparara para ir a recoger a las chiquillas. La cara te cambiaba cuando entraban por la puerta.

Hoy, días después de tu inesperada muerte, lamento el tiempo que te faltó para contar a mis hijas otras historias reales que nos contabas a nosotros, las de tu infancia y adolescencia con tus padres y tus seis hermanos en el Salido Alto, una gran cortijada cerca de Navas de San Juan, entre miles de olivos, en plena Sierra Morena, que había sido alquería árabe y convento en una época indeterminada y que fue vuestro hogar entre los años previos a la guerra y los más duros de la posguerra.

Les hubieras contado cómo unos milicianos que apreciaban al abuelo Antonio le avisaron de que abandonara El Salido porque vendrían a matarlo por defender la propiedad de un terrateniente. Y cómo sus primos acudieron con camiones desde su Granada natal para salvarlo y salvaros.

Les hubieras contado cómo la abuela María, cuando la hambruna apretaba en la posguerra, sacó algo de comida a un pobre hombre que se tragaba hasta los huesos de las aceitunas aliñadas, porque no sabía cuándo volvería a comer.

Les hubieras hablado de las escaramuzas de vuestro perro Bombo con los lobos, de las trastadas que preparabais al maestro jubilado que acudía al cortijo, de tu hermano Manolo disfrazado con capa y tricornio golpeando la puerta una fría noche de invierno, sobresaltando vuestra tranquilidad alrededor de la chimenea y provocando la bronca de vuestro padre.

Les hubieras hablado de cómo la abuela María os levantaba de madrugada cada primero de mayo, Romería de La Estrella, para recorrer sin calor los veinte kilómetros de caminos de tierra que separaban El Salido de la Ermita, en cuyos llanos aprendió a andar tu hermana Adela.

Muchos años después seguimos yendo cada mayo a La Estrella, yo hasta que abandoné un presente que no quería..., pero esa es otra historia.

La música de tus mejores recuerdos y la de nuestros primeros años, sería la de un Mayo a la Virgen de La Estrella, cuyos acordes os provocaba algunas lágrimas y un nudo invisible que desde mi pequeñez de tres o cuatro años no entendía. Después comprendí que aquellos mayos os transportaban a una infancia y a una adolescencia feliz, de travesuras y anécdotas en aquella cortijada mágica, a pesar de las penurias.

Que esos mayos sean tu música hacia la infinita Felicidad sin miedos.