No a la fusión Cs-PP

Arrimadas y Casado, a su entrada a la reunión en el Congreso. Pedro Ruiz

Estos días se ha hablado de lo oportuna que sería la fusión entre el PP de Pablo Casado y el Ciudadanos de Inés Arrimadas, y no puedo estar más en desacuerdo con esa idea por tres motivos fundamentales: falta de oportunidad, falta de visión y falta de capacidad de movilización.

En política, dos más dos no siempre son cuatro, pero los políticos españoles tienden a olvidar esta realidad. Los líderes del PP dan por hecho que los votantes (y los potenciales votantes) de Cs van a ir en masa al regazo de Pablo Casado, como olvidando por arte de magia que el PP lleva ya más de quince años sin capacidad real para seducir al ciudadano liberal-progresista.

Cuestiones como su oposición a la regulación de la eutanasia, su recurrente postura antiabortista, su cuestionable defensa de la confesionalidad del Estado, su reciente y latente corrupción endémica, su falta de cohesión territorial y su imperdonable confusión del liberalismo con el neomercantilismo, conocido recientemente como “capitalismo de amiguetes”, siguen desprendiendo un olor a rancio que repele al votante liberal. Pablo Casado parece que ignora este hecho, y también ignora que los años 20 de este siglo poco o nada tienen que ver con los 90 del siglo pasado, por mucho que se empeñe en visualizarse como un nuevo Aznar.

El tablero político en Europa es claramente plural: no vivimos en un entorno bipartidista, sino pluripartidista, y debemos adaptarnos a la realidad que nos ha tocado vivir, que ya no entiende la política según el eje izquierda-derecha. Una cosa son los populares (EPP), que defienden políticas desde el conservadurismo más profundo hasta la democracia cristiana, y otra los liberales (ALDE/Renew Europe), con su espacio propio en la política europea y que además han demostrado una capacidad de liderazgo lo suficientemente sólida con liderazgos como el de Macron en Francia, Rutte en Países Bajos o Kaja Kallas en Estonia, por no hablar de Justin Trudeau en Canadá, que ha demostrado ser el adalid del multilateralismo en el continente americano en la época más oscura del trumpismo.

Pablo Casado tiene una mentalidad de otra época, de verdad piensa que constreñir al ciudadano y limitar sus opciones a la hora de votar es positivo para la democracia. Él ve aquel sistema caciquil, corrupto e impostado llamado canovismo como el paradigma de la democracia española, ignorando que fue éste precisamente la causa de la gran polarización que nos terminó trayendo dos dictaduras y la peor guerra que recuerda este país. Pablo Casado culpa a la ciudadanía española del hecho de que el PP haya cosechado sus peores resultados históricos en los últimos años, por eso quiere privarla de opciones que puedan hacerle la competencia.

Además, la situación no pinta bien ni para el PP ni para Ciudadanos, y una fusión, lejos de resolver el problema, lo agravaría seriamente. La realidad es que ninguno de los dos partidos sabe movilizar correctamente a sus potenciales votantes en este momento y deberían ser capaces de hacerlo, cada uno a su estilo. Casado, en su obsesión por culpar a las moiras del fracaso de su estrategia, ha abandonado la sede de Génova mientras Arrimadas decide desmarcarse de todos para reivindicar su propio espacio. No sabemos si alguna de las dos estrategias funcionará, lo que sabemos es que, hasta la fecha, ninguna de las dos parece haber dado sus resultados.

Cualquiera que sepa un mínimo de fusiones y adquisiciones de empresas sabe que, para emprender una fusión, es recomendable que los estados financieros de las dos entidades estén en condiciones, pues de lo contrario se deberán establecer mecanismos de compensación. Pablo Casado ve en la fusión con Ciudadanos la salvación de un maltrechísimo PP, pero lo cierto es que, si fuera inteligente, haría como Arrimadas y se esforzaría por construir su propio espacio, distinto tanto del liberalismo naranja como del conservadurismo nacionalista verde.

Pero Casado no se siente cómodo con la competencia porque no es un liberal. Si fuera liberal, no tendría miedo de enfrentar su proyecto al de otras formaciones ni de que el ciudadano pueda elegir libremente. Si fuera liberal, no soñaría con el monopolio del “centro-derecha” a través de acuerdos colusorios, transfuguismos sorpresivos y OPAs hostiles. Casado, como buen pepero, juega sucio, y es por eso por lo que su gran sueño de servir de casa madre de liberales y conservadores está destinado a lo mismo que la fatídica y dolorosa operación “Lorena Roldán” llevada a cabo en Cataluña.