Madrid está dormida

Imagen de la Gran Vía de Madrid vacía.

Siempre hemos dicho que Madrid nunca duerme, y parece que el refranero español nos ha callado la boca. Es pasear por la Gran Vía madrileña o ver imágenes de la capital española por los medios de comunicación, y siento que no la conozco. El confinamiento y la alerta sanitaria por Covid-19 ha destrozado la vida normal en nuestra ciudad más mimada. Y tardaremos, claro que tardaremos. Quizá meses o un par de años, pero está claro que no volveremos a caminar por Madrid de forma normal, por lo menos por ahora.

Una vez te bajas del metro en Callao, nada es igual. Todo gira diferente, se respira otro aire en nuestra gran manzana. La Plaza Callao ya no expone a nuestros artistas en sus pancartas. Ya no vemos los carteles de Sara Montiel o Penélope Cruz representados en todo lo largo y ancho del edificio de FNAC. Ya no vemos esa oleada de gente que sube de la Calle Preciados dirigiéndose a Gran Vía para comprar. Incluso me atrevo a decir que no reconozco esas cafeterías semivacías, con sus camareros enmascarados esperando en la puerta del establecimiento a que pase algún cliente.

Lo peor de esto es que sigues caminando y ves las grandes tiendas de ropa con grandes rebajas, muy vacías, sin un murmullo. Y miras extrañado, sin articular palabra por si el eco del silencio hace ruido. Hasta Simba se ha ido del Rey León, se fugó junto a Anastasia Romanov, y se fueron en camioneta junto al resto de actores de los musicales que avivaron en su día nuestro Brodway particular. Apenas hay coches, ni fiestas, ni limusinas, ni risas, ni vestidos ni trajes de fiesta. Se han ido las Meninas del Prado, Cayetana de Alba ha cogido a su bichón maltés y se ha salido del cuadro de Goya para volver más segura en otra ocasión. El Palacio Real ha cerrado aún más sus puertas. El oso y el madroño ya no están en Sol. Ahora están confinados en sus casas porque estaban muy expuestos a la muchedumbre. Todo un sinsentido. Y ahora, me pregunto, ¿qué vendrá después?

Pues siendo realistas, Madrid está dormida. Y como el oso que hiberna, Madrid despertará. Y esta vez nos tomaremos trece uvas en la Puerta del Sol, nos compraremos el traje más bonito de El Corte Inglés, conseguiremos la reliquia más antigua del Rastro y probaremos lo más exquisito del Mercado San Miguel. Me atrevo a decir que estamos en la misma condición que Madrid: dormidos. Estamos recuperando fuerza y ganas. Y cuando todo esto acabe, con todo lo ganado, construiremos la quinta torre de Madrid y el tercer león de las Cortes. Levantaremos juntos al Dios Júpiter al lado de Neptuno y Cibeles. Haremos volver a Simba y a Anastasia a sus teatros, y puede que traigamos también a Aladdin y a Hércules. Ampliaremos el Bernabéu para que entre toda España en él, enderezaremos las Torres Kio y ganaremos veinte bingos en el Canoe.

A la vuelta, pediremos cuarenta Uber y otros cuarenta taxis, nos llevarán al Palacio Real y construiremos ladrillo a ladrillo dos castillos: uno para Leonor y otro para Sofía. En La Almudena llevaremos a todas las Vírgenes de los pueblos, haremos una concentración para que se conozcan todas. En ese mismo día, queremos que vuelva Montserrat Caballé y María Callas al mundo para que canten en el Teatro Real. Porque visto lo visto, que se celebren las Olimpiadas en Madrid me es lo mismo, yo solo quiero que esta ciudad despierte –porque tiene que despertar–, para que cuando le suene la alarma, se vea tan guapa y tan grande que diga: cinco minutitos más.