El último baile. La última cena

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Netflix acaba de ofrecer la más profunda aproximación audiovisual del mayor Dios contemporáneo que ha dado el deporte, Michael Jordan y su resultado y la polémica generada, están a la altura de una figura tan superlativa y llena de excesos como la que trata. 10 episodios que toman como eje la temporada del último campeonato de los Chicago Bulls, la de 1997-98.

El documental se llama The last dance, una frase que acuñó el entrenador Phil Jackson para definir esa temporada, que describe el episodio final del Dios del deporte y sus apóstoles, unidos en el desafío de lograr una última victoria y que ahora reaparecen para transmitir a las actuales generaciones la esencia de su figura. Un grupo variopinto de convencidos, con algunas puntuales negaciones, sobre el papel del líder al que ayudaron en su gloria, pero sin cuya compañía nunca hubieran alcanzado la misma.

Como toda deidad, a lo largo del documental se glosan algunos de sus milagros, el primero los 63 puntos que anotó en los play off de la temporada 1985/86 a los Celtics de Larry Bird, primer seguidor de la religión del 23, al declarar "Dios se ha disfrazado de Michael Jordan".

Hubo más. Jordan en una versión moderna del milagro de los panes y los peces multiplicó los beneficios de la NBA y la convirtió él solo en la mayor marca planetaria. Desafió a la gravedad con acciones en las que cuando todos los defensores caían él aún se seguía elevando. O cómo tras retirarse y sufrir la muerte violenta de su padre, Jordan volvió y ganó 3 anillos más siendo el mejor. Sin olvidar una intoxicación en mitad de play off a la que respondió anotando 38 puntos en el quinto partido de las finales contra los Jazz.

En un acto de magnanimidad, el Dios Jordan ha dado algo de protagonismo a sus más privilegiados escuderos. Resaltan dos, Pippen, tipo discreto con aspecto de tótem indio, su lugarteniente más importante. Increíblemente mal pagado y con alguna duda puntual sobre su carácter, es el que más espacio ocupa. El otro Dennis Rodman, encargado de la intendencia, pero cuya aureola se incrementa por una conducta personal incalificable y que es protagonista de alguno de los mejores y más surrealistas momentos del documental. También hay espacio para Toni Kukoc y Steve Kerr, hoy entrenador del equipo que más podría recordar a aquellos Bulls, los Golden State Warriors.

Hay que advertir que el documental está producido por Jordan y él asume un protagonismo absoluto y sin duda un claro sesgo en su favor, pero si soy sincero, esto no me importa demasiado. Como en toda religión, mi fe en él es inquebrantable desde mi adolescencia, y no creo que nada pudiera tumbarla.

Pero interesa ver cómo en la magnanimidad de su superioridad sobre el resto, nos ha mostrado algunos de sus defectos. La crueldad con la que se comportaba con sus compañeros, su afición por apostar y su actual figura repanchingada con su vaso de whisky, que desmerecen un tanto su recuerdo. Da la impresión de que quiere hacernos ver que no es perfecto, pero lejos de arrepentirse, Jordan defiende desafiante cualquier actitud, por discutible que sea, escudándose en la singularidad de su posición y la terrible autoexigencia que él mismo se imponía. Y claro, desde esta mentalidad, qué menos que el resto aguantasen algo de su calvario personal.

Pero como todo drama, hay un poder oscuro que no pudo superar. Una fuerza que como la kriptonita terminó con su Imperio. El propietario de la franquicia Jerry Reinsdorf que con aplomo asume y defiende su versión de los hechos y Jerry Krause, el General Manager.

Jerry Krause es el malo de la historia y además no se puede defender ya que falleció hace 3 años. Es el contrapunto al brillante elenco de jugadores de los que técnicamente era jefe, y cuyo divismo hizo que algunos como Jordan o Pippen llegaran a humillarle, insultarle y burlarse de él, como reconocen, en la última etapa. Un contrapunto que en pantalla se acentúa, ya que frente al porte apolíneo de Jordan él se nos aparece como un tipo gordo, bajito y feo que acabó con el sueño y al que solo con la perspectiva de los años y su fallecimiento parecen reconocerle su papel en los éxitos del equipo.

Mucho más se podría hablar. Son innumerables las anécdotas, los duelos contra equipos y jugadores, la incansable presión de gente y medios que convierten a Jordan en un ser poco accesible incluso para sus compañeros, la búsqueda enfermiza de la motivación, el asesinato de su padre y esa desgarradora imagen en el suelo del vestuario llorando al ganar un título precisamente el día del padre. Todo un deleite para cualquiera, aunque no sea aficionado al baloncesto, pero directamente extasiante para un amante de ese deporte como yo, que viví mi adolescencia y juventud disfrutando, trasnochando y emocionándome con las gestas de Jordan.

Tras ver este documental, me siento rejuvenecer.