Coronapulso

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Los guionistas de películas apocalípticas y de pandemias mundiales están de enhorabuena. Difícilmente podía imaginarse un escenario similar al que estamos atravesando. No es plato de buen gusto para nadie afrontar una crisis de tal calibre, de modo que la maquinaria de autodefensa de la ejecutiva de Sánchez ha querido transmitir un mensaje: no es momento de críticas ni partidismos. Esta, podría argüirse, es una noble empresa. No obstante, sería conveniente señalar en qué punto una solemne tregua ante un enemigo común puede transmutar en una inviolabilidad estatal que derive en impunidad ante las críticas.

A comienzos de abril, el Ministro de Interior, Grande-Marlaska, aseveró en una entrevista que el gobierno de España no tenía nada de lo que arrepentirse. Incluso achacaba la razón de las tardías medidas adoptadas por cúpula de mando a que la supuesta imprevisibilidad del virus también había encontrado desprevenida a Italia. El Gobierno parece haber acogido como solución una huida hacia adelante, una despreocupación por pedir disculpas que no sigue la estela de otros países en nuestro entorno europeo.

Al mismo tiempo, se pide una conmiseración incorruptible por parte de una oposición a la que voces progubernamentales han tachado de «indigna» y de «vergonzosa». Bien es irrevocable que las muestras de sintonía por parte de la oposición en los parlamentos vecinos han sido mucho más explícitas (válgame Portugal), sin embargo, también se revela cierto que la situación no es igual y que el nivel de impacto del Covid-19 en esos países se ha mostrado distinto al español.

España cuenta con el mayor número de defunciones por millón de habitantes del mundo. Esta circunstancia debe su razón de ser a muchos factores, y no todos ellos son, por supuesto, achacables a una ejecutiva que ha debido confrontar una crisis sanitaria sin precedentes en el siglo que corre. Sin embargo, se desvela lógico que la ciudadanía y, políticamente, la oposición exijan declaraciones que arrojen algo de luz al porqué de esta macabra situación.

Empero, aún hoy por hoy, los responsables de la gestión nacional parecen enzarzados en varios pulsos que desembocan, indefectiblemente, en una señera falta de autocrítica. Véase, estos pulsos son: el pulso sanitario, el pulso político y, sobre todo, el pulso (un coronapulso, por su carácter políticamente vírico) con la verdad.

Vivimos en tiempos de verdades difusas. Por ello, discursivamente, se pone tanto empeño en combatir las noticias falsas. Estas son una lacra hija de la era digital, una consecuencia lógica y esperable del mundo electrónico e hiperconectado que habitamos. Para tener el control es indispensable mantener la primacía dentro de la narrativa que se erija como la verdad oficial. La ejecutiva de Sánchez ha llevado, a dos bandas, un proceso de búsqueda y captura de las noticias falsas y, al mismo tiempo, ha consumado su labor bilateral de escurrir el bulto y no dar explicaciones acerca de los sucesos que ayudaron a desencadenar nuestro estadio de virulenta infección actual.

El pulso del gobierno por la preponderancia del relato político no ha sido unidireccional, la oposición también ha batallado por la supremacía discursiva. Pero la diferencia entre ambos contendientes en la pugna por el relato está en que el gobierno ha intentado levantar una cortina de humo para escapar de la responsabilidad intrínseca de sus propias acciones y, además, su prisma de visión político se ha visto reforzado por medios de comunicación afines y auxilios en ciertas encuestas que reflejan un apoyo casi increíble a las medidas tomadas por el combinado PSOE-UP durante este estado de alarma prorrogado en diversas ocasiones.

Mientras un bando debe recurrir a unas versiones subalternas para proteger la verdad oficial, el otro lado ataca la actitud gubernamental ejerciendo presión sobre la cúpula de poder que, desde los albores de la crisis, debía haber actuado para la protección y beneficio de todos los españoles y, demostrado queda, fracasó estrepitosamente.

¿Es esta la realidad de la política española? ¿Estamos confinados en un sempiterno cainismo radicado en la misma corteza nuclear del alma política del país? Ninguna de estas dos cosas es cierta. Las exigencias del gobierno de un respeto absolutamente inapelable de los acontecimientos nacidos a partir de estos extraordinarios momentos se encuentra fuera de lugar y representa una voluntad totalmente dislocada si tenemos en cuenta y en memoria los eventos que han asediado España en los meses antecesores.

La ejecutiva de Pedro Sánchez ha encabezado el gobierno durante la crisis que nos ha grabado en el mapa como el epicentro telúrico de la pandemia. Ante esto, Sánchez tendrá que remangarse, apoyar el codo sobre el tablero y prepararse para afrontar los pulsos que pondrán a prueba su entereza: el pulso sanitario, el pulso político, y uno que parece decantarse de forma desfavorable para nosotros, los ciudadanos, el coronapulso: el pulso con la verdad.