La educación y la nueva economía digital

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Martin Ford, en su libro "Rise of the Robots" apunta que, si los ordenadores son hoy capaces de componer música, dentro de pronto también podrán desarrollar estrategias empresariales y solventar problemas de gestión. Su conclusión: casi todos los trabajos delante de un ordenador y que tengan que ver con sistemas de información, están en peligro de extinción. En el mismo sentido, un famoso informe de la Casa Blanca al Congreso de los Estados Unidos ya afirmó que en 2040 el 80% de los empleos con ingresos de menos de 20 dólares por hora serán sustituidos por ordenadores o robots. El porcentaje baja al 31% para empleos con ingresos entre 20 y 40 dólares por hora y al 4% para empleos con ingresos mayores.

Lo anterior pone de relieve que la educación se encuentra ante un gran desafío, que es el de qué hacer ante la revolución digital y la automatización de los procesos económicos. El sistema educativo debería ser capaz cuanto antes de ponerse al frente de las transformaciones, liderando las adaptaciones para que la sociedad siga siendo humana. Porque no se trata de que el ser humano y su educación se pongan al servicio de la tecnología digital. Más bien al contrario, en lo que consiste el reto es en cómo incorporar adecuadamente a nuestra vida social y educativa las innovaciones que la robótica y la computación están trayendo consigo y que muchos sectores de la economía ya experimentan.

El pesimismo tecnofóbico debe dar paso a un cierto realismo e incluso a un cauto posibilismo tecnooptimista. La tecnología digital permite responder ya a algunos anhelos verdaderamente democráticos en múltiples ámbitos socioeconómicos, haciendo más participativos algunos procesos organizativos y decisorios. Ello lo consigue gracias a las nuevas posibilidades de accesibilidad a la información, al análisis y comparación de datos, al ahorro por automatización de determinadas tareas, y a la eliminación de procesos largos y costosos. La incorporación de la tecnología digital a todo tipo de organizaciones permite conocer mejor sus deficiencias internas, y las características y necesidades de los destinatarios de sus servicios. Todo ello en su conjunto puede contribuir determinantemente a la resolución de problemas concretos. Profesores y alumnos, pueden tomar nota de estas potencialidades y enfocar sus investigaciones y materias bajo este prisma.

Las promesas que algunos tecnólogos profetizan sobre algunas herramientas serán tarde o temprano una realidad. Detrás de muchos anuncios sensacionalistas sobre aplicaciones tecnológicas e innovaciones hay sin duda mucho interés y técnicas marketinianas, pero también un horizonte repleto de oleadas de nuevas realidades y oportunidades exponenciales que no pueden obviarse. El sistema educativo no debería responder con miedos, frenos, resistencias y obstáculos a estos horizontes de posibilidades. La educación debe contribuir a la humanización de la tecnología, a encauzar las demandas de democratización de la economía digital.

Por esta razón, para obtener estas ventajas potenciales, es necesario no sólo que haya una masa crítica dentro de las comunidades educativas que se vaya despertando del letargo, sino también el concurso de una política educativa que dé efectivamente cabida a estas pretensiones de innovación y adaptación a la nueva realidad mediante una mejora en la cualificación y desempeño de los docentes y estudiantes. Esto resultará clave si es que realmente queremos que la interconexión y distribución abierta de información produzca resultados reales que redunden en un mejor conocimiento de la realidad y en una política de bienestar para toda la sociedad, evitando la aparición de brechas digitales, no sólo sociales o geográficas, sino también inter e intrageneracionales.

La sociedad y la nueva economía digital demandan personas con nuevas competencias y habilidades, nuevas formas de interactuar, presentar y compartir conocimientos. Habilidades y competencias que deben aprenderse y cultivarse en el aula, impulsándose desde un cambio de actitud del profesorado pero también por la propuesta de mejores incentivos. Para afrontar el rumbo de todas estas dinámicas no sólo faltan medios, sino también motivación y creatividad de muchas de las partes involucradas, y por supuesto, voluntad política. La innovación educativa ante la economía digital no llega sola. Hay que creérsela primeramente y demostrarla con actitud y motivación, elaborando proyectos y liderando iniciativas, pero sobre todo cambiando las cosas a pequeña escala, en los ámbitos concretos que afecten a cada uno. El marco institucional sólo cambia desde pequeñas inquietudes y decisiones personales. La revolución educativa, como todas las revoluciones sociales, sólo puede darse de abajo hacia arriba, desde lo pequeño a lo más grande.