La Barcelona que fue

Federico Jiménez Losantos. Silvia P. Cabeza.

El placer de leer hace una década el libro de Federico Jimenez Losantos que ahora se reedita, me ha hecho revivir la experiencia de los setenta, que yo viví en mis años universitarios en otra ciudad con ciertas similitudes por el problema lingüístico, en Valencia, y la amargura me la ha producido la convicción con que Federico muestra, para quien quiera ver, los negros y preocupantes horizontes que se abren de nuevo sobre el solar hispano por los fanatismos insaciables de las minorías lingüísticas.

La Historia moderna de España ha sido muy difícil y parece que lo va a seguir siendo en el futuro. A los momentos de explosión de la libertad, como fue precisamente la Transición política de los 70, siguen momentos en los que la hiedra del tradicional fanatismo hispánico, del que nos acusan otros países que nos han conocido, empieza a crecer y subirse por los quevedescos muros patrios, a los que amenaza con el derribo.

Al final de su libro, Federico alude al Jovellanos retratado por Goya en actitud melancólica, (a la que pone como texto sus presuntas últimas palabras: ¡Nación sin cabeza!… ¡Desdichado de mí…!) ante el fracaso de sus intenciones de Ilustración y modernidad del país, arrastrado a la guerra y la devastación por la invasión napo-leónica. Creo que aquí, en esta declaración de melancolía compartida con el ilustrado asturiano, está la clave del atractivo principal del libro que consiste en el desarroyo de una cura de esta amargura que nos embarga y nos hace desdichados a muchos ante un futuro previsiblemente malo, la balcanización inexorable de una nación, otra vez, sin cabeza. Pues la melancolía, si no se cura, al menos se alivia con el recuerdo de las cosas, las vivencias extraordinarias, ya perdidas.

El libro tiene un tono festivo todo el desde el principio, que se percibe muy bien en la apelación constante a las canciones del momento, con sus letras y sonidos que permanecen imborrables en nuestra memoria, en la memoria sobre todo de la generación del autor, que no es la que hizo la Transición, sino la de los Adanes en el paraíso que disfrutamos de sus ventajas muy pronto, al inicio de nuestra juventud, de aquellos años vividos en una ciudad mediterránea que con su clima benigno y la claridad del cielo evocaban al paraíso. La relajación de la vida estudiantil de entonces con interminables huelgas, asambleas, manifestaciones, conspiraciones en el bar de la Facultad, etc., vida noctámbula con discusiones y conversaciones interminables, convivencia muy libre en aquellos pisos algo destartalados pero embellecidos por nuestras compañeras, novias, amantes, María, Coral, Emilia, Teresa…, que lucían entonces sus amplios capazos y alpargatas ejerciendo una seducción muy payesa, muy mediterránea. 

Como contraste había alguna angustia ante la omnipresente policial político-social del régimen, alguna detención y visita a la comisaría. La militancia fugaz en alguno de aquellos partidos que eran la única oposición organizada al régimen. La lectura de aquellos libros venidos de París o de las editoriales españolas del exilio mejicano o argentino, en los que se nos inoculaba por parte de la generación anterior, la del 68, el “sueño dogmático” marxista, pero también muchas obras de la filosofía moderna. El descubrimiento de la tradición liberal española más reciente, la de Ortega, Azaña, Madariaga, por los que empezábamos ya a despertar del “sueño dogmático” al darnos cuenta que éramos unos Adanes que empezábamos a vivir el “sueño crítico” de la joven democracia española, llena de problemas pero también de vitalidad e ilusión al sentirnos abriendo una prometedora nueva pagina de la Historia de España. Y cine, mucho y extraordinario cine, era el que veíamos por los cine-clubs de los colegios mayores o las llamadas Salas de Arte y Ensayo.

Como es natural el libro alcanza su final con la condena del autor a la expulsión del paraíso de aquella Barcelona que fue. La causa fue haber comido la fruta prohibida de la descentralización sensata y autonomista que entonces defendía el Tarradellas de ciudadanos de Cataluña. El relato pormenorizado del secuestro y el tiro en la pierna que sufrió Federico a manos del terrorismo nacionalista catalán constituye el nudo dramático del libro, tras el cual se precipita el inevitable desenlace: la huida a Madrid, cuando Barcelona deja de ser. El libro concluye con la inserción de su obra profética Lo que queda de España.

Adan-Federico salió del Paraíso, con un tiro en la pierna. En la década siguiente, la década del triunfo socialista, para Adan-Federico y los de su especie se había acabado el paraíso y comenzaba la condena del ganarás el pan con el sudor de tu frente. La formación de una familia, la búsqueda de la promoción en los márgenes del sistema oligárquico, es lo que hará con creciente e inesperado éxito nuestro hombre. Gracias a ese éxito ha contado su vida estudiantil en una editorial de las más importantes.