Sándwich mixto

Hoy no les voy a hablar de política. Me parece un coñazo. Tampoco lo voy a hacer sobre el 'brexit' y mucho menos después de haber mantenido una conversación con Mr. Dawson, un ciudadano británico con quien coincidí en la entrada al Museo del Prado. Les diré que no dejé pasar la ocasión y me pudo la curiosidad por conocer su  opinión acerca del 'brexit'. Algo no debió funcionar bien porque el susodicho me puso  al corriente sobre el apareamiento de la ballena jorobada y su comportamiento social en época de celo. Me despedí de él de manera amistosa a sabiendas de que mi nivel de inglés sigue siendo de fabricación casera. 

A parte de mi sosería lingüística  me quedó claro que este asunto del 'brexit' es algo inexplicable, o sea, que no tiene traducción posible. Los británicos siempre tan raros y tan diferentes para casi todo. Sin ir más lejos lo de conducir al contrario y lo del sistema métrico anglosajón. No me imagino a la señorita del GPS por aquellas tierras: “En la cuarta rotonda a cien yardas y diez pulgadas tome la salida on the rigth, pero para usted, que no es de aquí, le aconsejo que lo haga on the left”. El humor inglés es algo muy serio, tanto que hace algunos años  en un viaje en tren entre Londres y Newcastle presencié como un elegante caballero se dirigía a una dama embarazada sentada justo en el asiento  enfrente a él: -“Distinguida lady, espero que no le importe que encienda este puro y me lo fume” –Oh, gentil caballero, en absoluto, siempre y cuando a usted no le importe que yo vomite sobre su bonito traje” –respondió ella.     

El 'brexit' viene a confirmar que podemos sobrevivir a base de elementos y elementas que hacen, deshacen, inventan cosas y que en realidad no sabemos bien la utilidad que luego van a tener en nuestro día a día. Eso sí, seguro que nos cuesta dinero de nuestros bolsillos. Aquí las ocurrencias se pagan y sabido es, por razón de higiénica tradición, que siempre es para empeorar nuestra maltrecha condición de paganos. 

Ese mismo día, el de mi interesante conversación con Mr. Dawson, ya saben, el inglés de más arriba, me propuse tomármelo de asuntos propios. Entré en una cafetería situada en pleno barrio de Los Jerónimos. Por cierto, una zona de Madrid que aglutina historia y conocimiento a raudales. No en vano este distrito está considerado como el paisaje de las artes y las ciencias. Se trata de un espacio privilegiado en donde se mezcla la riqueza arquitectónica con el talento de cuantos maestros en diferentes disciplinas del arte se dan cita, ya sea en el umbral de la palabra como en el de la pintura o las ciencias. Ante tanto paisaje cultural nada de extraño tiene que el visitante calme sus apasionados votos turísticos refugiándose en el Parque del Retiro o el Jardín Botánico en busca del bálsamo reparador.      

A lo que iba. Apoyado sobre la barra de la cafetería andaba yo a sorbos de un descafeinado de máquina, cuando se me acercó una señora de muy buen porte. Japonesa ella y con un correctísimo inglés se dirigió a mí. ¿Do you speak english? –me preguntó. “Solo un poco” –le respondí, confiando en que no me llevara a un terreno comprometido. Lo cierto es que la dama en cuestión pretendía desayunar junto a su hijo, que por cierto aguardaba sentado dándole vueltas a un mapa turístico de Madrid. Lo cierto es que ella no sabía la manera de entenderse con los empleados de la cafetería para pedirles aquello que querían tomar. Caí en la cuenta de que mi móvil lleva incorporado un traductor y a fe que dio resultado: “dos sándwiches mixtos, acompañados de dos cafés capuchinos”.

A partir de ahí todo resultó bastante fluido. Ella fue muy recurrente y utilizamos el traductor para asociarnos a un recíproco sentido del humor. Ambos reímos. Ella en japonés y yo en español, pero fueron unos instantes de risa agradecida. Se hizo un selfie conmigo al que me presté gustoso. Supongo que en Japón me verán como a un raro arquetipo, pero es lo que hay. Fui a pagar mi café y resultó que ella me había invitado. Sin necesidad de traductor me acerqué a su mesa y le agradecí su amable detalle. Ella se levantó, me devolvió el cumplido, me reverenció y se abrazó a mí. Siempre creí que los japoneses no eran tan efusivos con los extraños en eso del roce de la piel, pero así fue la cosa.

Salí a la calle con aire renovado, convencido de que este planeta, a pesar de ser enorme, hay días que por suerte resulta bastante pequeño. En fin, merece la pena apostar por las personas aunque algunas confundan lo del 'brexit' con las ballenas jorobadas. Seguiré dando clases de inglés. Nunca se sabe.