La mejor pócima contra la ignorancia es el amor

Si algo caracteriza indudablemente al ser humano es su capacidad de superación; el siglo XX, con sus dos hecatombes mundiales, lo demuestra sin tapujos. Un cambio de enfoque frente a las injusticias humanas puede hacernos despertar cada día con mayor optimismo. 

Los avances científicos de los últimos siglos han sido una auténtica maravilla: Darwin dio en el clavo con su Teoría de la Evolución, que nos enmarca en el último eslabón de la lucha por la supervivencia como especie más avanzada, y Einstein fue genial al adoptar la Teoría de la Relatividad: todo conocimiento es relativo dependiendo de la perspectiva según la cual lo abordemos, por tanto no hay verdades absolutas; en el Big Bang termina la lógica según cómo la conocemos.

Dos concepciones, la de la ley de supervivencia y la de la relatividad, que sirven de contrapeso para cualquier tipo de dogmatismo político, y que garantizan el camino para una mayor liberalización económica y social; aunque no lo creamos, nos hallamos en un punto de inflexión en la historia de la humanidad en el cual el conocimiento es tan elevado y la tolerancia tan alta que sólo podemos ir a peor o a mejor; Einstein, heredero de las teorías críticas de Marx, Nietzsche y Freud respecto a la tradición académica occidental, fue genial al postular que el amor es la fuerza más grande y enigmática que existe; para él, como el Big Bang, se nos escapa de la lógica, pero mueve montañas; es la mejor forma de arte que existe.

¿Qué ha pasado en realidad en el siglo XX culturalmente? Primero, Occidente quedó paralizado. Tras la Belle Époque, cuando los avances tecnológicos parecían erigir a Europa como civilización modelo por antonomasia, el desastre de las dos guerras mundiales mostró la otra cara de la moneda: no por ser ejemplo de progreso científico implicaba ser eje de progreso moral. Por vez primera en la historia Europa contempló como, en uno de sus más brillantes momentos de progreso artístico y técnico, todo parecía derrumbarse frente a la barbarie más atroz

Occidente necesitó encontrarle un sentido a todo lo que pasaba sin dejarse llevar por un valle de lágrimas; al fin y al cabo los campos de concentración nazis demostraron que el amor seguía fluctuando incluso en los momentos más críticos. Porque la noción de cultura tuvo que cambiar forzosamente. Nietzsche, filósofo de la sospecha, fue el germen de una integración de diferentes concepciones culturales: el estructuralismo y el existencialismo, para los cuales la realidad es una interpretación, relativa, de los hechos vivientes, son herederos del filósofo germano; adoptaron de Oriente una visión cíclica y dual de las cosas: igual que nos gobiernan el día y la noche, también nos gobiernan el miedo y el amor; pero al final éste es el que termina venciendo.

Marx nos vendió un nuevo mundo utópico para liberar al proletariado de sus nefastas condiciones, y la atención al inconsciente irracional humano de Freud se hizo notar en el desarrollo de la comunicación masiva y la frivolización de la sociedad; superado el marxismo, una síntesis entre sus puntos solidarios y la idea de deseos infinitos freudiana marcan a la sociedad infantil de hoy en día, deslumbrada por el colorido de las redes sociales, una mera proyección del “ideal del yo”, que jamás termina siendo nuestro “yo ideal”.

Porque si algo ha salvado al mundo en la historia es la capacidad de hacer frente a las adversidades. Desde que el mundo es mundo la guerra ha servido como purificación de la especie al tener que enfrentarnos a la supervivencia de la forma más directa posible. Y cuando se gana se celebra; el arte es el más fiel reflejo de la esencia humana. Pero cuando la guerra pierde su sentido y el hombre alcanza altos grados de civilización, parece que ha de olvidar el pasado en lugar de aprender de él; tras la barbarie del 45 el ser humano se ha debilitado escapando del talento por el riesgo que conlleva, y alineándose en la idea de “masa”, más cómodo y desapercibido. Como no hay nada por lo que luchar, no hay nada que celebrar. El buen arte, el buen saber, es ahora para extraños, no para genios.

¿Y por qué? Por miedo. Miedo al fracaso. A no seguir la norma. A ser visionario y talentoso. Es la nueva dictadura encubierta. La dictadura de lo políticamente correcto. De ser uno más entre el rebaño del siglo XXI.

Pero acuérdense. Mientras sigamos existiendo seguirá existiendo el talento. La creatividad va innata a nuestro genes. Por ello, frente al miedo siempre triunfará el amor.