Trump y la sociedad líquida

Donald Trump durante una rueda de prensa como presidente de los Generals.

Por José Gabriel Real, @Josega90

El otoño nos ha traído un cambio de hora. Los días han torcido el gesto, volviéndose hoscos, fríos y oscuros. A mí me ha dejado en paro, regalándome ese puñado de horas de luz que se disipan antes de terminar el primer café de la tarde. Dejé la cafetería una semana antes del cierre con la esperanza de que me seleccionaran en el college donde había hecho una entrevista. Y aunque no conocía al resto de candidatos, creí en mis posibilidades, convencido de que estamparía mi firma en el contrato. Pasé los días siguientes en casa, tumbado en la cama, leyendo algunos libros empezados y amortizando la suscripción de Netflix. Anteayer me comunicaron que no había pasado la prueba. Estuve a punto de llamar a Pedro Sánchez y preguntarle si seguía en Washington para recoger a Hillary en su coche y ahogar las penas los tres juntos, entre cervezas, hamburguesas y patatas fritas.

Pienso en la entrevista de Papel a Zygmunt Bauman, sociólogo polaco y padre del concepto “vida líquida”. Según Bauman, en la sociedad capitalista, tras el avance de la globalización y la desregulación de los mercados financieros, las relaciones sociales se caracterizan por el individualismo, la precariedad y la volatilidad.

Las instituciones que, como el estado, la familia o el trabajo moldeaban las expectativas de cada uno en el pasado, han perdido buena parte de su influencia. Las certezas se evaporan y la incertidumbre aumenta. Huimos de los compromisos y el sacrificio, aferrándonos al placer inmediato que nos reportan los objetos de consumo del Mercado.

Lastrado por mi ignorancia supina, intento relacionar esta teoría con la victoria de Trump. Me pregunto si sus votantes, o algunos de ellos, indignados por la precariedad de su trabajo con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo y preocupados por el futuro de sus hijos, han preferido escuchar los cantos de sirena de un tipo infame que les promete seguridad, soberanía y empleo, a una candidata que encarna las supuestas lacras que atentan contra su país. Termina triunfando un discurso que menoscaba el sentido común y la razón y se dirige a las emociones en un entorno cambiante e inaprensible donde muchos receptores carecen de las referencias o el tiempo necesarios que desmonten las mentiras y falacias relacionadas con la inmigración o el terrorismo. La victoria de Trump también denota el declive de las élites.

Mientras, la mayoría de los medios de comunicación tradicionales caricaturizaban a Trump y encumbraban a Clinton desde sus editoriales, viñetas y columnas, apoyándose en estudios demoscópicos de todo tipo, pocos vaticinaron un escenario parecido al resultante. Este error se agrava en la sociedad de la información. Según Bauman, la mayoría de las personas usan las nuevas tecnologías para blindarse ante los conflictos reales, usando las redes sociales como un eco de sí mismos y no como fuente de información. De todas formas, esto lo estás leyendo desde tu perfil de Facebook, a través del móvil o el portátil. No me hagas mucho caso.