La opinión de un ciudadano corriente

Por Esteban Peña Llamas

Yo soy un ciudadano corriente, alguien que sólo sabe de la política nacional lo que nos cuentan los medios de comunicación, que me temo que no es mucho, y que, como la mayoría, ni siquiera conoce personalmente a los actores implicados en esta trama, por lo que mi opinión probablemente no deba ser considerada muy en serio. No obstante, sí creo conocer bien al ser humano. Por eso, superando mi habitual pudor a opinar en público sobre algo de lo que en realidad no soy un experto y aprovechando la oportunidad que EL ESPAÑOL nos brinda, me he atrevido a escribir estas líneas.

Yo afirmaría que frente al interés común, los intereses del país y los de su propio partido, un político siempre va a anteponer sus intereses personales, sobre todo si está en juego su propia supervivencia. Podemos cuestionar la legitimidad moral de esta afirmación, pero desde luego no podemos negar que así es la naturaleza humana. En este sentido, la supervivencia del señor Rajoy y el señor Sánchez, pasan, utilizando un término que he podido leer en un medio de comunicación estos días, por “tocar poder” o, como se diría en mi barrio, “pillar cacho”. Esto significa controlar presupuestos, asignaciones a dedo, hacer favores y que te los devuelvan y en definitiva tener combustible para poder alimentar y engordar a esa vasta red clientelar que puede sustentarte en la política y que, para estos señores tan erosionados y cuestionados hasta por los suyos, es su única tabla de salvación. Lo que quiero decir, es que mucho me temo que para Rajoy y para Sánchez estar en el gobierno en estos momentos sea sólo una cuestión de “pillar cacho” y si esto es así, por decirlo de una manera suave, no veo el futuro de una forma muy optimista.

Si aceptamos la anterior premisa como válida, a pesar de la reciente carta abierta publicada por el director de EL ESPAÑOL, el señor Rajoy no va renunciar a su candidatura a la presidencia del gobierno, ni por España ni por “na ni na”, como diría el otro, y que ambos van a ser capaces de pactar lo que sea, con cualquiera y a cualquier precio con tal de “pillar cacho”, para luego surfear sobre las olas como nuevos Artur Mas del politiqueo nacional, todo vale con tal de aguantar un poquito más. Y si no, a morir matando en unas elecciones anticipadas, si les dejan. Teniendo en cuenta que ambos representan a los dos partidos más votados y que en definitiva, aunque necesiten apoyos de otros, son los que tienen la sartén por el mango, esto es, a mi juicio, lo que podemos esperar de la política española en los próximos meses.

Aquí viene muy al caso recordar las partes íntimas de una famosa curandera andaluza del siglo XVI que respondía al nombre de Bernarda. Los perjudicados, los ciudadanos como siempre. Los beneficiados, los pescadores, o mejor dicho pescadoras, en río revuelto y aquellos que defienden proyectos radicales, aventureros y rupturistas que nadie sabe a donde nos llevan, o mejor dicho, sí lo sabemos, basta con seguir un poco la realidad actual de países como Venezuela o nuestra historia reciente (es suficiente con leer la serie sobre el último año de la 2ª república española publicada en este periódico para saber de lo que estoy hablando).

La única alternativa razonable que muchos hombres de bien de este país sugieren consiste en taparnos todos la nariz y permitir una gran coalición de gobierno PP-PSOE con Rajoy y Sánchez con sus parcelas de poder correspondientes, recuerden que hay que “pillar cacho”, y con Ciudadanos haciendo de árbitro. Bien visto no tiene que salir tan mal, una legislatura planteada sobre la base de grandes soluciones de consenso a los grandes problemas de nuestro país, la educación, la economía, la unidad territorial, el terrorismo, la independencia judicial, la corrupción, podría hacer que los ciudadanos volvieran a mirar con confianza a los dos grandes partidos tradicionales y devolverles su apoyo, salvando de pasada a sus maltrechos líderes. Sin embargo, para ello son necesarias altura de miras y capacidad para ver oportunidades en la adversidad y, francamente, en la política española actual no encuentro ni la una ni la otra.