Este país

Por Francisco Félix Caballero

Muchas cosas, demasiadas, se han hecho mal a lo largo de los últimos años. El resultado es un problema que no se circunscribe ni se limita a una determinada región. Quizás tampoco a una determinada ideología, si es que la nacionalidad de un sitio o de otro pudiera ser patrimonio de alguna de ellas. Con explicaciones vacías, silencios que pretendían simular una disculpa y la entrada en escena de algún oportunista sin sentido de Estado (que sólo ambicionaba una cuota de poder con la que vivir sin preocupaciones), se ha acabado por armar esta función. El oportunismo tampoco es patrimonio de ninguna ideología. Como la corrupción u otras lacras similares. Que algún ciudadano se quiera creer esto o se niegue a vivir en otro lugar que no sea el extremo de su cuerda, puede ser comprensible.

Sin embargo, a un político hay que exigirle más, hay que exigirle que sea un representante de lo mejor de la Sociedad, y preferiblemente (aunque esto es sólo opinión personal) en el sentido intelectual más que en lo relativo, a que tenga una cara bonita o sepa expresar sus ideas en tan solo 140 caracteres. No siempre es así, por supuesto. Hay muchos ejemplos de lo contrario en el día de hoy, entre la tontuna y la canallería.

Existen cientos de razones para estar desencantado con este país. La corrupción, decíamos antes; la burocracia y sus silencios eternos; el paro, el todo gratis, la demagogia (tan relacionados entre sí); los recortes en los aspectos importantes y la duplicidad de organismos que no sirven para nada; la falta de valentía para invertir en I+D+i; el funcionamiento obsoleto y el doble rasero de Hacienda.

Con todo, una cosa es estar desencantado y otra no hacer otra cosa que insultar a la tierra que habitas. Insultos que se convierten en menosprecio hacia la gente de este país que se siente orgullosa de pertenecer a él, de vivir en esta casa. Esa gente que no entiende por qué ese hermano eternamente cabreado sigue yendo a casa de sus padres, día tras día, cuando no les traga, cuando les ha difamado en público y en privado. Esa gente que no entiende por qué no se va de una vez y les deja en paz, cumpliendo la promesa de ese “me voy” que suena simplemente como una amenaza porque todos sabemos que nunca será una realidad.

Todo es tan sencillo como irse. Este país tiene muchos defectos (que además tiende a enseñar mejor que sus virtudes), pero también tiene algunas cosas buenas. Una de ellas, a diferencia de otros territorios del mundo, es que te puedes marchar de aquí cuando quieras, y además nunca tendrás la obligación de volver. Un individuo puede salir de aquí con infinidad de destinos a los que acudir; incluso es posible que en alguno de ellos le concedan esa otra nacionalidad que le permita sentirse de otro lugar, totalmente ajeno a esto.

Si decides marcharte, hazlo con la seguridad de que si después vuelves tendrás más oportunidades que los que se quedaron (porque así es también este país). Si te quedas, hazlo porque te gusta vivir aquí. Y si quieres cambiarlo, cámbialo, trabaja en ello. Construye el país en el que quieres vivir y convence a tus conciudadanos de que esa es la mejor solución. Pero si eliges esta última opción, que sea porque te sientes arraigado a este lugar y haz el favor de llamarlo por su nombre. No es una cuestión de nacionalismo ni de patriotismo barato, sino de sentido común. Cuánto desprecio he visto tantas veces oculto en esa expresión, en “este país”. Este país, por cierto, que se llama España.