Vista aérea del pueblo de Zaragoza que antes era un barrio de la capital de Aragón. Ayuntamiento de La Muela Zaragoza
Este es el pueblo más curioso de Zaragoza: se construyó en el siglo XIII y antes era un barrio de la capital aragonesa
Surgió como bastión estratégico para defender las tierras deshabitadas que se extendían hacia la ciudad en la época medieval.
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Hay pueblos que se fundan con calma, y otros que nacen con una misión. La Muela, a unos 25 kilómetros de Zaragoza, surgió en el siglo XIII como bastión estratégico para defender las tierras deshabitadas que se extendían hacia Zaragoza.
Fue el propio Concejo de la ciudad quien promovió su fundación en lo alto de una altiplanicie de 600 metros de altitud, un emplazamiento que no solo ofrecía seguridad, sino también unas vistas privilegiadas del valle del río Ebro.
Hasta bien entrado el siglo XIX, La Muela no sería más que un barrio zaragozano. Pero en 1834, con la nueva división judicial del país, alcanzó su independencia municipal y comenzó a escribir su historia con voz propia.
Así consta en el Extracto del Libro de la Historia de La Muela, de Miguel Plou Gascón (23 de abril de 1995). En uno de los fragmentos se cuenta que España se dividió en provincias por Real Orden de 30 de noviembre de 1833, y como consecuencia de ello se hizo casi seguidamente la subdivisión de éstas en estos partidos judiciales.
Ocurrió esto en 21 de abril de 1834, fecha que fue de suma trascendencia para el pueblo de La Muela, porque significa el fin de la jurisdicción que sobre él ejercerá Zaragoza desde el mismo día de su fundación como aldea o barrio suyo. Es decir, "pasó a ser pueblo libre correspondiente al partido judicial de La Almunia".
Su singularidad
Hoy en día, La Muela es una de las localidades más singulares de la comarca de Valdejalón, tanto por su origen como por su fisonomía. Mientras la mayoría de los pueblos de la zona buscan la cercanía fértil del río, La Muela se erige en lo alto, abrazando el cierzo y convirtiéndolo en fuente de energía gracias a sus parques eólicos.
Esta relación con el viento ha quedado inmortalizada en uno de sus espacios más emblemáticos: el Museo del Viento, ubicado en un edificio aerodinámico que invita a explorar el fenómeno que define su identidad.
El trazado de su casco antiguo no responde al azar. Sus calles, dispuestas en ángulo para suavizar las embestidas del cierzo, muestran un urbanismo funcional y sabio. En el centro histórico destaca la iglesia parroquial de San Clemente, templo gótico del siglo XVI con torre mudéjar. Reformado en el siglo XIX, conserva retablos de los siglos XVI y XVII y lienzos de la escuela aragonesa del XVIII. A pocos pasos, la calle Mayor reúne joyas arquitectónicas como el Ayuntamiento o la actual sede de la escuela de música, instalada en una antigua casa-palacio.
Justo al lado, en una calle paralela, se encuentran dos elementos esenciales para entender la cultura local: el Museo del Aceite, ubicado en un antiguo molino donde se conserva maquinaria del siglo XIX, y el palacio gótico de los Torres, del siglo XV, del que se mantiene en pie su impresionante fachada con escudo de armas.
Ermitas y casas-cueva
La historia de La Muela también se respira a las afueras. El camino que lleva a la ermita de San Antonio Abad, del siglo XVIII, está jalonado por peirones decorados con cerámica de Muel y Manises, que narran el Vía Crucis hasta el conjunto formado por el templo y la casa del ermitaño. En sus inmediaciones, una antigua balsa del siglo XIV ha sido transformada en el parque de la Jupe, un espacio verde que conjuga naturaleza y tradición.
También en esta zona se localiza el enigmático Barrio de los Imposibles, formado por casas-cueva excavadas en la roca, con su pozo, su corral y su cuadra, frente a los antiguos neveros que, aunque no del todo conservados, todavía susurran historias del frío y del esfuerzo. Y no muy lejos de allí, los pozos artesanales del siglo XVIII se han restaurado para crear el parque de los Pozos, otro rincón que conecta pasado y presente con sensibilidad.