En una misma semana hemos creído asistir al final de una época y un paradigma económico basado en la cooperación entre aliados para terminar dándonos cuenta de que tan solo hemos sido espectadores -aunque seremos sufridores- del trilerismo económico de un populista maleducado que ha tomado decisiones únicamente basadas en su interés personal y en el de sus amigos. Al menos eso se está investigando, ya veremos cómo acaba.

La expectación del mundo para conocer qué aranceles ponía Donald Trump al resto del orbe ha finalizado en una brutal caída de los mercados. Y tras eso, hemos descubierto finalmente que el populista iba de farol. Al menos durante tres meses. Su megalomanía enfermiza ha quedado retratada (y satisfecha a tenor de la respuesta externa) en un deseo, que el resto del planeta "le bese el culo" (sic).

He coincidido en el interés informativo de todas las noticias que llegaban desde el otro lado del charco con la lectura, durante esta semana, de Guía práctica del estoicismo. 53 breves lecciones para una vida plena, de Massimo Pigliucci (Ariel), un pequeño manual filosófico-divulgativo editado con mucho gusto.

Es curioso que durante los últimos años se hayan puesto de moda, de nuevo, el legado de escuelas filosóficas como el epicureísmo y el estoicismo con largas tradiciones en nuestra cultura. Pigliucci rastrea lo que nos queda del pensamiento de Epicteto y sus discípulos para actualizarlo a los tiempos modernos. Al fin y al cabo, la naturaleza humana no ha cambiado mucho en los últimos 2.000 años por mucho que creamos que hemos progresado mucho. A lo sumo, ha existido desarrollo económico y tecnológico, pero poco progreso moral.

El autor nos presenta esta guía como una herramienta para una vida buena basada en cuatro virtudes: la sabiduría, el valor, la justicia y la templanza. Y en este ambiente geopolítico de los últimos días es inevitable hacer odiosas comparaciones. Está claro que no se trata de un texto dirigido a los gobernantes, sino a los ciudadanos. Pero cuando ves que ninguno de esos principios se siguen en las altas esferas, es como para echarse a temblar.

Claro que tampoco deberíamos temblar, según los estoicos. Debemos orientar nuestros deseos y preocupaciones sobre lo que podemos controlar, centrar nuestros esfuerzos en lo que depende de nosotros. Y aceptar la pérdida, ya que finalmente nada es nuestro, sino cedido por la vida, algo que se escapa de nuestra determinación.

Difíciles enseñanzas. Pero si han durado veinte siglos y han procurado la felicidad de millones de personas cultivadas en el estoicismo, pueden ser para muchos un cambio de perspectiva útil en estos tiempos convulsos.