Ha pasado una semana desde las elecciones generales y dos días desde que se han fijado los resultados definitivos incluyendo los votos del exterior, y parece que no hemos aprendido nada. Los españoles seguimos profundamente divididos y parece que a la mayoría las satisface la situación de bloqueo institucional en la que nos hallamos con tal de que no triunfe el adversario.

No sé si a ustedes les sucede lo mismo. Tengo amigos todas las ideologías y una semana después seguimos discutiendo sobre lo sucedido el pasado domingo y sobre las escasas posibilidades que se abren para la formación de un gobierno. Es más, las discusiones en el seno de los bloques son tan agrias como las de entre bloques distintitos.

Que si tú has demonizado a mi partido; que si tú has dividido nuestro votos; que si hemos parado al "fascismo"; que si el otro es capaz de pactar con cualquiera incluso con el riego de romper la nación... Discusiones estériles que solo producen hartazgo. Sobre todo porque los cuatro principales partidos (de carácter nacional) suman más del 80% de los votos pero el futuro político de España está en manos de quienes les gustaría ver al país disgregado en cantones.

Las reglas del juego son las que son y estaban claras antes de los comicios. No cabe ningún reproche ni un "qué hubiera pasado si...". Las cosas son así. Ahora hay que tratar de construir sobre estos mimbres. Pero mucho me temo que estamos abocados a unas nuevas elecciones a finales de otoño. Sobre los mismos presupuestos: barrer al que no piensa como yo con el que nunca pactaría. 

Por eso, cuando desde fuera de la Comunidad Valenciana, en las tertulias, se habla del daño que ha provocado a la derecha el pacto entre Carlos Mazón y Vox, pienso que es un mantra absurdo. Por lo menos aquí hay un gobierno claro, con nuevos consellers, con nuevas políticas que ya se están poniendo en marcha, y que nada se asemeja al "fascismo" con el que algunos se llenan la boca.

Más bien al contrario. Puede que estemos viviendo el preludio del gobierno autonómico más liberal que ha tenido la Comunidad Valenciana. Sobre todo, porque los de Francisco Camps terminaron basándose más en el conservadurismo y la democracia cristiana que en el liberalismo.

Por lo menos ahora en la Comunidad sabemos quiénes son los liberales y quienes los conservadores. Por cierto, conservadores que no persiguen a ninguna minoría como tratan de hacernos creer. Que no han restringido ninguno de nuestros derechos. Así que vayámonos de vacaciones (los que puedan), tranquilos. Que se avecina otro otoño caliente.