París

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Zineb El Rhazoui apenas sonríe. Las pocas ocasiones en que lo hace coinciden con el relato de momentos surrealistas que se ha visto obligada a vivir desde los atentados en Charlie Hebdo, donde trabaja como periodista desde 2013. Entonces a su gesto risueño le acompaña un arqueo de cejas que delata lo absurdo de su situación.

Treinta minutos bastan para llegar donde me ha citado la mujer más protegida de Francia, en un barrio céntrico de París. No ha sido tan fácil para ella, que ha preparado este encuentro al detalle con sus guardaespaldas. Así lo hace desde que los hermanos Kouachi asesinaron a sus compañeros.

Algunos de esos guardaespaldas forman parte del primer equipo de protección que Zineb encontró al pie de su avión al aterrizar en París un día después del atentado contra el semanario satírico.

La voz de Zineb es firme pero se tambalea cuando evoca el día en que el terrorismo islamista derrumbó su mundo. “Yo estaba en Casablanca”, explica. “Me desperté pronto para enviarle a Charb una propuesta para un artículo. De hecho, le proponía un tema sobre el Estado Islámico, que acababa de publicar un texto 'jurídico' que pretendía regir la venta de mujeres”.

“Si compro dos hermanas, ¿puedo acostarme con ambas? ¿Tengo derecho a vender al hijo de mi esclava?”, recuerda con una media sonrisa indignada. Después su gesto cambia y dice: “Por desgracia, nunca recibí la respuesta de Charb”.

Zineb guarda un largo silencio.

Luego alza la voz y dice: “Después de enviar el correo, volví a quedarme dormida y me desperté con la llamada de un amigo marroquí, gritándome que dónde estaba. Le dije que en Casablanca. Recuerdo que me soltó: ‘¡Zineb! ¡Tiroteo en Charlie Hebdo!”.

Agita las manos y explica que mientras llamaba uno a uno a sus amigos de Charlie, estaba convencida de que encontraría al otro lado del teléfono sus risas canallas contándole que cuatro imbéciles les habían roto las ventanas. “Muchos no me contestaron”. Aprieta los labios y suspira. “Lo cual es lógico porque ya estaban muertos”.

Al día siguiente a primera hora, el avión de Zineb llegaba a París, donde se encontraría con los supervivientes del atentado. La vida que le esperaba en tierra nada tenía que ver con la que había dejado unos días antes en la capital.

Zineb durante la entrevista.

Zineb durante la entrevista. Alexandra Gil

“Mi cárcel ambulante”

A sus 34 años, Zineb lamenta haber perdido la libertad. “La mía. La de movimiento. No la de pensamiento ni la de expresión. ¡Ni mucho menos! Aunque yo vivo en esta cárcel ambulante, soy mucho más libre que esos gilipollas que quieren matarme”. Se señala la cabeza con el dedo índice: “Ellos tienen la cárcel aquí”.

Las amenazas que empezó a recibir a través de las redes sociales después del atentado hicieron que ese equipo reducido de guardaespaldas fuese creciendo hasta convertirla en la persona con más protección de Francia.

La ola de intimidaciones se extendió cuando la periodista concedió entrevistas en árabe a medios árabes. “Eso fue inconcebible para ese público, que no está acostumbrado a escuchar voces discordantes. Que yo me explicase sobre la portada del profeta en un árabe perfecto era todavía un insulto mayor”.

La periodista, especializada en Sociología de las Religiones, fue profesora durante años en una universidad de Egipto. “Hablo mejor árabe que todos esos terroristas”, dice con un atrevimiento del que no se arrepiente pese a estar en el ojo del huracán.

Pronto llegó “esa amenaza”. La que terminaría en la primera denuncia en la sección antiterrorista de la Policía Judicial. La profirió un tal Mohamed Ahmed “en un árabe clásico perfecto. Sin ninguna falta. Un árabe casi medieval”. Zineb hace memoria para reproducir con precisión el mensaje.

“Has escapado por un milagro del destino a nuestro augusto ataque de París en el que tus hermanos han perecido porque pasabas el Año Nuevo en Marruecos. Pero te juramos que no cerraremos los ojos hasta que no hayamos separado tu cabeza del resto de tu cuerpo”.

“Te vamos a degollar”

Zineb recuerda lo impresionada que quedó la agente de policía que le atendió aquel día, que aseguraba no haber visto antes semejante ensañamiento.

Alguien le dijo: “Sucia puta, te vamos a degollar”. Pero aquello no le inquietó en absoluto. Sí encontró un vídeo que de nuevo llamó su atención. “Hace menos de dos meses que lo han borrado”, explica. “Estaba en YouTube. Es una especie de voz aterradora, automática, publicada por un grupo llamado Los Anonymous Juventud del Islam. Decían que ésta es una religión de amor y de paz pero que los textos eran claros: quien insultaba al profeta debía morir”.

La grabación terminaba con esta frase: “Zineb El Rhazoui, estás condenada a muerte. Muy pronto”.

Zineb se encoge de hombros. “No precisan cuándo, pero por lo que se ve será pronto”, bromea sin que el gesto le acompañe.

A estas advertencias se sumaron dos hashtags en lengua árabe que fueron compartidos más de 7.500 veces en Twitter en febrero de 2015. Con una normalidad escalofriante, los internautas aportaban una justificación teológica al asesinato de la reportera.

Los mensajes no solo alegaban los motivos por los que su asesinato sería justo a ojos del islam. También difundían un sinfín de métodos para llevarlo a cabo. “Si no tenéis balas ni bombas, aisladla. Abridle la cabeza con piedras gigantes. Degolladla. Quemadla viva o al menos quemad su casa”, enumera Zineb con una voz que esta vez no tiembla. “Ah. Compartieron fotomontajes con mi cara en el traje naranja de los rehenes de Daesh, con un terrorista armado detrás”.

Sus agentes se tomaron estas amenazas más en serio cuando se percataron de que se estaban produciendo intentos de geolocalización. “Compartían en redes sociales un mapa que iban rellenando con los lugares por los que yo iba, con el día y la hora incluídos. Decían dónde me habían visto o dónde había estado según mis redes sociales”.

En ese momento la protección aumentó muchísimo. Por motivos de seguridad, no puedo revelar el número de agentes que aguardaban durante la entrevista en la puerta del local.

Zineb.

Zineb.

Huir en el país de la libertad

Ir a por el pan o bajar a comprar tabaco son movimientos que Zineb debe preparar cada día con su equipo de protección, del que sólo se separa a la hora de dormir. “Y eso porque en mi apartamento tengo otro despliegue securitario de otra naturaleza”, aclara.

“Mi apartamento”. Zineb llevaba meses esperando poder pronunciar estas palabras. A partir de febrero de 2015, cuando esas amenazas se hicieron palpables y continuadas, la periodista se convirtió a su pesar en una ciudadana nómada. Cada 48 horas un hogar diferente y esto durante más de seis meses. La solidaridad de sus amigos y los hoteles de París y alrededores vieron danzar a Zineb en una interminable lucha por no dejar rastro. En esta parte de la entrevista, recuerda con firmeza que la salud de una democracia puede medirse a través de la libertad de sus periodistas.

“Yo debo vivir en esta prisión ambulante para sobrevivir pero ellos no se esconden. Abdeslam, Al-Bakraoui y otros fanáticos que volvieron a atacarnos en Bruselas… Ellos se pasean tranquilamente y yo, que me expreso libremente en un país que se dice libre, que tengo un discurso acorde con la legalidad del país en el que vivo, tengo que vivir así. Algo falla, ¿no?”.

Lo que “falla” para la periodista es consecuencia de una acumulación de “errores y cobardías políticas” que a su parecer han conducido a una situación en la que aplicar la laicidad es sinónimo de islamofobia.

“Para mí esa palabra no vale nada: cero”, dice. “Aquí en Francia me llaman islamófoba los mismos que cuando voy a países como Marruecos me tratan de apóstata, traidora, no creyente. Y esto porque en Francia no pueden condenarme como harían en un país islámico. ¡Como si no ser creyente fuese un insulto!”.

Zineb cuenta que su día a día le ha llevado a vivir situaciones que califica de “surrealistas”. Explica que su relación con los guardaespaldas que la protegen es de respeto mutuo con inevitables momentos de complicidad.

“¡Pero todavía nos tratamos de usted!”, dice antes de recordar que un día entró en una tienda de ropa interior y bromeó con el agente: “¿Qué color me llevo?”. Se ríe. “Me compro sujetadores rodeada de hombres armados. En Francia. ¿Se da usted cuenta?”

Otras veces se levanta de su mesa en un restaurante para ir al baño. “Cuando estoy a punto de entrar, veo que ya están detrás de mí y da lugar a situaciones muy surrealistas. Nos decimos: “¡Qué baño tan sucio! ¡Qué mal olía ahí dentro, ¿verdad?”. Y sonríe de nuevo.

Pero la vida ya no es la misma.

Vivir, recuerda, también era ir dejando huellas de su paso por el mundo. “Incluso huellas administrativas. Mi existencia. Hasta eso debo cuidar”, lanza prefiriendo no entrar en detalles para no perjudicar su protección.

“Echo de menos esa despreocupación del día a día”, dice. “No sé, cruzar la calle y tomar un camino diferente al que está escrito en un plan trazado. Volver andando a casa de un bar, pasear sola o preparar una mochila a última hora y saltar en el primer avión que venga”.

Su gesto se entristece pero pronto regresa la voz firme y raspada por el tabaco y enciende otro cigarrillo. Dice que su deber es seguir por los que no están.

“Abrir todavía más el pico. Eso es lo que voy a hacer. Porque tengo la suerte de que el Estado francés me protege para que mis palabras no causen mi muerte. Cada día pienso en todos los periodistas que se atreven a decir lo mismo que yo con gran valor y sin esta protección. Y no hablo sólo de los que sufren las amenazas de la ley islámica. También los que informan bajo otras dictaduras o amenazados por mafias. Pienso en los periodistas mexicanos que se atreven a informar sobre los cárteles de las drogas arriesgando su vida”.

Zineb se incorpora en su sillón y agita de nuevo las manos: “Parto de la base de que el Estado francés no protege mi persona. Protege mi voz, mi libertad de expresión y mi mensaje. Así que no tengo derecho a callarme, y no lo haré”.

La periodista durante la conversación.

La periodista durante la conversación. Alexandra Gil

“Una bestia malherida”

El mensaje que Zineb defiende a ultranza continúa siendo el de una Francia laica. “Si tuvieran un poco de cultura, verían que los fascismos no han ganado nunca. Siempre han terminado humillados en una derrota absoluta e irreversible. Y eso es lo que les va a pasar a todos esos fanáticos”.

En varias ocasiones recuerda que el islam es político como cualquier otra religión desde el momento en que un ciudadano se declara musulmán antes que ciudadano, pues el texto sagrado regirá en él antes que las leyes del país en el que vive. “Esta violencia extrema que vemos hoy representa los últimos balbuceos de una bestia herida. Una bestia que se vuelve más violenta antes de morir”.

Zineb evoca escandalizada el caso del imam de Brest, que apareció en un vídeo en septiembre de 2015 explicando a un grupo de niños que la música según Mahoma era obra de Satán y que quienes la escuchen se convertirán en cerdos y en monos”.

“¿Desde cuándo aceptamos en Francia un discurso de adoctrinamiento así?”, dice Zineb.

Hasta su adolescencia vivió en Marruecos, donde todavía viaja para visitar a su familia. “Yo sé lo que es vivir en un Estado teocrático al que seguimos llamando moderado”, dice. “En Francia tenemos un dispositivo judicial que nos permite luchar contra el racismo y contra la homofobia, y pienso que ha llegado la hora de aplicar esas leyes a rajatabla. Ya es hora de dejar claro que en Francia las leyes priman sobre las creencias de las personas”.

Para la reportera, la extrema derecha y el fanatismo religioso defienden los mismos intereses. Se necesitan para sobrevivir.

Asegura que la batalla contra el islam político será larga. “En el plano ideológico, el proyecto del islam político ha fracasado. Ya solo le quedan las armas y la política terrorista. No nos vamos a librar de estos zarpazos mañana. La bestia todavía no ha salido de su guarida. Pero en el plano intelectual y a largo plazo, ya han perdido la batalla”.

Manifestación en enero de 2015.

Manifestación en enero de 2015. Christopher Furlong / Getty

El adiós de 'Charlie'

Seguir en Charlie Hebdo se ha ido convirtiendo en una misión imposible para Zineb El Rhazoui. Miembros de la redacción como el caricaturista Luz o el colaborador Patrick Pelloux han abandonado el proyecto a medida que se iban dando cuenta de cómo actuaba la nueva dirección.

“El futuro de Charlie Hebdo lo decidieron las balas”, explica la periodista. “De los cinco accionistas, tres murieron a manos de los terroristas. Entre ellos Charb, que era accionista mayoritario y director editorial”.

El azar de los disparos tiró por tierra los pilares del semanario francés. “Ahora Riss y Eric Portheault son los dos únicos accionistas. De la noche a la mañana, Charlie Hebdo dejó de ser un periódico indigente para convertirse en uno rico, uno de los más ricos del lugar”.

Zineb lamenta que Portheault, socio mayoritario, firme los editoriales de la publicación. “El socio mayoritario firmando nuestros editoriales. ¡Esto va en contra de la independencia y de la libertad!”.

En marzo de 2015, apenas dos meses después del atentado, empezó el verdadero pulso entre la redacción y la nueva dirección del semanario. Los periodistas firmaron en Le Monde una tribuna en la que denunciaban que el dinero recaudado por la explosión de ventas que siguió a la conmoción hubiera ido a parar a los bolsillos de los dos socios, y no a las víctimas de los atentados.

“Ese dinero está manchado de sangre”, recuerda Zineb. “Estamos hablando de casi ocho millones de ejemplares vendidos en el número que siguió al atentado. Nadie debería enriquecerse con la sangre de esas personas”.

Zineb nombra a Chloé Verlhac, viuda del dibujante Tignous. “Su marido era colaborador en Marianne. Pues bien, después del atentado ellos le hicieron un cheque y durante un año ha cobrado el sueldo de Tignous, cuando Tignous no fue asesinado en la redacción de Marianne sino en la nuestra. ¿Qué le ha dado Charlie Hebdo a Chloé? Nada. Cero”.

Defender esto le costaría una sanción a Zineb y a punto estuvo de convertirse en despido por falta grave. “Unos meses antes, me habían aumentado el sueldo y después de firmar la tribuna ya no era una periodista modelo sino un obstáculo”. Encogiéndose de hombros, Zineb suspira y lamenta la ironía que supone ver en qué se ha convertido lo que no hace tanto fue el icono de la libertad de expresión.

Después de los atentados de noviembre, Zineb El Rhazoui ha dedicado su tiempo a escribir el libro 13, que publica ahora ediciones RING. En este poderoso relato, la periodista saborea momentáneamente otra de las libertades de las que el fanatismo le ha obligado a despojarse.

“Ser reportera, hacer mi trabajo. Con este libro he podido contar la historia de 13 vidas que se cruzaron aquel 13 de noviembre”, explica. “Por desgracia, no serán las primeras, pero tenemos que seguir contándolas, por muchas que sean. Esas personas han vivido experiencias terribles y necesitan exteriorizarlo”.

Zineb admite que no sabe si seguirá formando parte de Charlie Hebdo. “Por ahora estoy de baja...”, dice mirando al suelo mientras acaricia su tripa de embarazada. Abre otro bombón de chocolate. El tercero desde que nos hemos sentado a charlar.  

La vida sigue. A pesar de todo.