Chloé en París.

Chloé en París. Gilles Delbos

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Habla la viuda del dibujante 'Tignous': "Tenemos que volver al espíritu de 'Charlie Hebdo'"

Chloé Verlhac es la viuda del dibujante asesinado en la sede de la revista satírica. Desde hace meses publica las viñetas de su marido. Así sobrevive al terror.

28 noviembre, 2015 00:59

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Han pasado algo más de 10 meses desde que los hermanos Kouachi asesinaron a sangre fría a cinco dibujantes de la revista Charlie Hebdo. Uno de esos dibujantes era Bernard Verlhac, más conocido como Tignous. Su esposa Chloé lo conoció en el instituto. Él tenía 18 años y le preguntó cómo se escribía “camionero” en francés.

Chloé me recibe en la casa donde vivió Tignous durante casi tres décadas, en el distrito de Montreuil, al este de Paris. Las paredes no se han hecho eco de la desaparición del artista.

Fotografías en familia, postales de viajes, caricaturas enmarcadas. Cada muro, cosido con interminables estanterías repletas de libros, plasma una pasión por la cultura fuera de lo común. También hay garabatos pintados con ceras pegados con celo, mandos de consola encima de un piano y un calendario de adviento de Lego. Huellas de los cuatro hijos a los que los disparos de los terroristas dejaron huérfanos en enero.

Junto a la entrada y mirando hacia la calle, una silla y una mesa con varias pinturas de colores y un par de cuadernos. Tignous inculcó a sus hijos su pasión por el folio en blanco y les hizo un hueco en su taller. Quería que le vieran dibujar y dejaran volar allí su imaginación.

“Esta casa se me hace demasiado grande ahora”, confiesa Chloé mirando hacia la mesa del jardín. Dice que sus hijos están asustados. Sobre todo el más pequeño, de seis años, que ha vuelto a preguntarle en los últimos días de dónde vienen las armas.

“Los niños son muy inteligentes", explica. "A veces más que los adultos. Se hacen a sí mismos las buenas preguntas”. Cuestión de lógica, dice. También confiesa que los atentados del 13 de noviembre en París obligan a las víctimas de Charlie Hebdo a empezar de cero un arduo trabajo de reconstrucción.

“Sobrevivimos como podemos”, dice mientras remueve el café con una cucharilla. Detrás, un ventanal da a un jardín invadido de hojas secas que lleva al despacho de Tignous, donde Chloé descubrió algunos de los dibujos que hoy se incluyen en la antología que acaba de publicar: “Ya conocía su trabajo casi a la perfección. Pero tenía tantos dibujos que alguno sí se me había escapado”.

Tignous.

Tignous. Quentin Houdas

Una mujer de negro

Hasta el 7 de enero de este año, Chloé Verlhac trabajaba como relaciones públicas en un teatro parisino. "Hoy no tendría sentido levantarme por las mañanas para hacer algo que no fuera rendirle homenaje, revivir a mi marido a través de sus dibujos", dice acariciando su último libro, que se titula Tignous y está publicado por Ediciones Chêne.  "Sé que él está orgulloso de lo que estoy haciendo y eso me basta", confiesa.

Chloé viste de negro. Tiene los ojos grandes de color miel y una sonrisa acogedora que sólo muestra cuando admira algunas de las caricaturas de su esposo. Ella misma ha elegido las que que irían en esta primera antología: “Me concentro en esto. Me concentro en él. Esto me hace seguir encontrándole un sentido a la vida”.

Tignous vive a través de Chloé y Chloé sobrevive a través de la obra de Tignous. Pasa las hojas y se detiene aleatoriamente en algunos de sus dibujos. “Mire éste. Qué composición, qué talento...”, dice mientras señala una minuciosa ilustración de un juicio que el Frente Nacional protagonizó en 2012 contra una periodista francesa por injurias.

Sigue hojeando y cae en una caricatura de una mujer con burka con una redecilla negra a la altura de la mirada. Debajo esconde unas sugerentes ligas. Es un desnudo con velo integral. En la tela interna del burka y dibujados con precisión, se ven decenas de hombres con turbante que contemplan atentos el espectáculo.

“¡Me encanta ésta!”, dice. “Hay algunas que son como cuadros. Puedo verlas mil veces y siempre descubro un detalle que no había visto”.

No puede elegir su preferida: “Algunos de sus dibujos me hacen reírme a carcajadas. Otros me hacen daño o me hacen reflexionar. Todos tienen una historia”.

Una de las viñetas del dibujante.

Una de las viñetas del dibujante.

Un tipo normal

A la esposa de Tignous le gusta decir que su marido era un tipo normal porque así se definía él. Junto con Charb, también asesinado el 7 de enero, participó en el renacimiento de Charlie Hebdo en 1992 después de más de 10 años como dibujante de prensa en Marianne o L'idiot International.

A Chloé le gusta recordar el otro Tignous, el ser humano comprometido que aprovechó sus vacaciones en la India para retratar la historia de las prostitutas de Calcuta. También trabajó en Filipinas o en Birmania, donde impartió talleres de dibujo junto a niños desfavorecidos con asociaciones como Payasos sin Fronteras.

Su esposa cuenta que Tignous también era reportero judicial y que, puestos a elegir, prefería asistir con su rotulador y su folio en blanco a los juicios de mujeres maltratadas y de trabajadores despedidos.

Prefiere que se hable de Tignous como uno de los mejores dibujantes de Francia, que a pesar de su éxito no dudó en acoger bajo su tutela a decenas de jóvenes promesas como Coco, una joven superviviente del atentado del mes de enero. Si él estaba ahí, solía decir, era porque alguien un día había querido pararse a ver sus dibujos.

“Era un hombre extremadamente generoso, comprometido con la ciudad y con las asociaciones de Montreuil", dice. "Tignous ponía el mismo empeño en crear una portada de Charlie que en diseñar las tarjetas de bienvenida de un restaurante”.

Hoy Chloé recuerda las palabras que pronunció en el homenaje a su marido el día de la despedida: “Hagamos que no haya muerto en vano”. Levanta las cejas y asiente. Después matiza: “De todas formas, pase lo que pase, murieron por y para nada”. Insiste en que su marido no es un soldado caído ni un héroe: "Tignous era un dibujante. Uno de los mejores acuarelistas de Francia".

No ha querido conocer los detalles de los últimos atentados. "Tengo la televisión estropeada. Aunque creo que tampoco sería capaz". El estigma está ahí y Chloé no lo niega. Aunque los últimos meses también le han permitido reflexionar e inculcar esta labor a sus cuatro hijos. Defiende a ultranza una Francia republicana: “Tenemos que dejar de reproducir los mismos errores del pasado, tenemos que sacar conclusiones, es nuestra responsabilidad”.

Chloé Verlhac en su jardín.

Chloé Verlhac en su jardín. Alexandra Gil

Una Francia laica

Chloé recuerda con cierta nostalgia que en Francia las generaciones anteriores han luchado por obtener algo mejor: “Desde hace ya varios años, en cambio, luchamos por recuperar lo que ya teníamos”. Abre los ojos con gesto de indignación: “Hay que volver a ese espíritu y rápido”, explica, refiriéndose al combate por la laicidad que puso a Charlie Hebdo en el punto de mira. “¡Es uno de los principios republicanos! Apliquémoslo”.

“Yo tuve que decirles a mis hijos que su papá había muerto en un tiroteo”, explica. “Prefiero contárselo yo, prefiero explicarles las cosas”.

Enumera con orgullo las conversaciones que ha tenido con ellos desde el mes de enero. Les ha hablado de la religión, de la laicidad y del obscurantismo ligado al fanatismo: “Hay que razonar contra el miedo. Les recuerdo cada día la importancia de la educación, de forjarse una opinión propia”.

Chloé asegura que hasta el más pequeño de sus hijos comprende que hay personas que adoctrinan a otras personas y que eso sólo se combate con la cultura: “Tienen que ser capaces de crear su propio análisis de lo que ven y creo que en los próximos años en Francia vamos a cuidar mucho más nuestras escuelas, vamos a proteger nuestra laicidad y vamos a empezar a hablar de otra forma a nuestros hijos. Entonces Tignous no habrá muerto en vano”.

Los atentados en la sede del semanario satírico cerraron trágicamente una larga etapa de amenazas que había obligado a los colaboradores de un periódico semanal al borde del cierre a convivir con guardaespaldas.

Eran unas medidas necesarias después del incendio que devastó la redacción en noviembre de 2011 como respuesta a la publicación de una caricatura de Mahoma. Tignous estuvo allí dando la cara por la libertad de expresión durante la larga madrugada en la que se produjo el ataque como también lo había estado en 2006, cuando el periódico se enfrentó a un juicio por injurias contra la comunidad musulmana después de publicar las caricaturas danesas del profeta.

Si en algún momento vivir escoltado le supuso algún problema, no lo dijo: “No hablábamos sobre eso. Sólo decía que si cedíamos al miedo habrían ganado”.

Charlie Hebdo, cuyas ventas rondan ahora los 200.000 ejemplares, no llegaba a vender 30.000 antes del 7 de enero. Entonces tenía 7.000 suscriptores y hoy ya reúne 270.000

¿Son los franceses más Charlie que nunca? Chloé no duda un segundo y responde: “Nunca he sabido lo que significa ser Charlie”. Matiza que tras los atentados de noviembre vecinos y comerciantes han tenido gestos de solidaridad con ella y con su familia: “Sí he notado que algo ha cambiado, que algo ha trastornado al ciudadano de a pie. He visto a la gente destruida, indignada”.

Aun así se siente asustada aunque con matices: “Como ser humano, por supuesto que tengo miedo. Lloro cada vez que escucho una sirena o veo varios coches de policía en una acera. Pero la versión oficial es que no tengo miedo. No tenemos derecho. No podemos regalarles ese poder”.

La viuda del dibujante ni siquiera es capaz de imaginar la reacción de su marido a la matanza del 13 de noviembre: "Ni siquiera podría aventurarme a decir cómo habría reaccionado Tignous si hubiera sobrevivido a los atentados de enero”. Dibujantes del semanario como Luz han abandonado la redacción en los últimos meses, incapaces de saberse supervivientes de la masacre. “No nos hemos llamado pero sé que están como yo", explica Chloé. "Sé que lo que ha ocurrido en París les ha devastado tanto como a mí”.

Ser libre hoy

Tignous murió a los 57 años porque hacía uso de su libertad. "Quiero seguir pensando que vamos a ganar, que todavía podemos ser libres”, dice su viuda, que recuerda que más de cuatro millones de personas salieron en enero a la calle para condenar el asesinato de los artistas. “Si algo me demostró esa movilización republicana, es que una gran mayoría de los franceses se dicen libres y están dispuestos a defender esa libertad. Creen en la democracia, y son laicos. Me esfuerzo en decirme a mí misma que somos más que ellos. Que son peligrosos, pero que son una minoría. Tenemos que ser libres, ésa es nuestra arma”.

Fabrice Nicolino, superviviente al tiroteo, contaría meses después que Tignous acababa de poner sobre la mesa de la redacción la responsabilidad de la sociedad en la deriva yihadista en la reunión editorial de aquel 7 de enero. Mientras tanto, Coco, una de las caricaturistas a las que Tignous había abierto las puertas años atrás, introducía el código secreto para entrar en la sala de reuniones obligada a punta de pistola por los terroristas.

En ese mismo instante, Tignous seguía discutiendo con el economista Bernard Maris, también fallecido en el tiroteo, que consideraba que Francia ya había dedicado suficiente dinero y energía a sus suburbios. Tignous insistía. “¿Quién ha creado ese monstruo? ¿Qué estamos haciendo mal como ciudadanos para que los jóvenes vean el terrorismo como una salida?”. No tuvo tiempo de responder a la pregunta, hoy tan actual.

Diez meses después, Chloé habla sin tabúes del dolor. Confiesa que nunca creyó que se haría un tatuaje. Desde finales de enero, anestesiada con la pérdida del que aún llama “su hombre”, su brazo izquierdo guarda en una frase su ferviente declaración de intenciones: "Tú querías ser libre. Yo continúo por ti".