Hacía casi 13 años que Carlos Hipólito (Madrid, 1956) no desembarcaba en Barcelona con una obra teatral. La última fue Todos eran mis hijos de Arthur Miller en el Poliorama. Aún no le ha dado tiempo a tomarle el pulso a la ciudad condal, pero siente que está en armonía, su belleza es latente y la energía que emana es lo suficientemente fuerte como para apostarlo todo. Hasta el próximo 2 de junio el actor representa en el teatro Romea La obra Burro, una tragicomedia con música en directo a cargo de Fran García, Iballa Rodríguez y Manuel Lavandera.
El director Yayo Cáceres le ha dado forma a la dramaturgia de Álvaro Tato que ha recopilado 6.000 años de historias de burros de diferentes países. Carlos hace especial inciso en que “no es hasta el siglo XX que al burro se le pone nombre y es gracias a Juan Ramón Jiménez con Platero y yo. Hasta este punto se le ha maltratado a este animal tan noble e inteligente”. Y añade: “No sé por qué alguien decidió hace siglos que burro es sinónimo de tonto. Ellos son capaces de aprender más que los caballos y tienen una empatía enorme con los humanos. Los burros siempre han estado con el ser humano y nunca se les ha tratado como mascotas como al perro, el gato e incluso al caballo. Y de ahí surge la idea de Álvaro Tato de darle voz a esta especie maltratada para que pueda reivindicarse”.
Al igual que ciertas bandas sonoras están acopladas a nuestros cuerpos como si fueran parte de nuestro Adn, véase My Way, California Dreamin’ o Imagine, la voz de este madrileño resuena como un eco tras haber sido el narrador de Cuéntame cómo pasó durante 22 años. Ponerse en la piel de Carlitos Alcántara es algo que marca. Al actor le hace gracia que EL ESPAÑOL no le pregunte por esta experiencia. "Pues mira, mejor (risas). Te diré que ha sido un lujo y un privilegio", suelta a quien escribe estas líneas antes de ir al ensayo. Se cuenta por cientos las veces que le han hecho la misma pregunta.
Parece que fue ayer, pero a Carlos le contemplan 45 años años de cine, teatro y televisión. A diferencia de la mayoría de familias españolas, en su hogar no se veía fútbol. Los López-Hipólito eran adictos a la cultura. Hasta llegar a la sobredosis. En la televisión veían los clásicos de Estudio 1, en las habitaciones de su hogar del madrileño barrio de Chamberí se escuchaban discos de poemas y rara era la pared que no estaba empapelada de libros. Por eso no resulta extraño que con 5 añitos se le despertara lo que comúnmente se denomina el gusanillo de la actuación. Qué casualidad que su debut fuera con un papelito en la obra Proceso a la sombra de un burro (1976), aunque considera que profesionalmente las puertas se le abrieron con un Lorca, Así que pasen cinco años (1978).
Pregunta.- Parece que el burro es su amuleto.
Respuesta.- (Risas) Pues sí. En aquel momento estaba en la escuela del TEI (Teatro Experimental Independiente), un grupo estupendo donde William Layton impartía clases y que a tanta gente formó. La compañía tenía un montaje emblemático que era Proceso a la sombra de un burro, donde el animal era un personaje con muy poca presencia ya que salía a escena al final diciendo unas palabritas. A veces faltaba el actor que lo interpretaba y entonces cogían a gente de la escuela, así que en una ocasión me tocó a mí. Algo he mejorado porque ahora el burro habla todo el rato.
P.- ¿Cree que el tiempo pasa demasiado deprisa?
R.- De eso te das cuenta en las conversaciones con amigos cuando empiezas a contar algo y dices 'pues mira, hace 10 años que…, hace 20 años que…'. Llega un momento en el que te das cuenta de que de todo hace muchísimo tiempo y eso es lo que te da la medida del mismo.
"Closas se hizo amigo de mis padres. Venía a mis estrenos y desde el patio de butacas solía decir: ¡Qué hijo tenemos!"
P.- Desde el principio tuvo la suerte de que le tocaran grandes maestros.
R.- Como profesores tuve a William Layton, Miguel Narros, José Carlos Plaza y Arnold Taraborrelli y después tuve la posibilidad de trabajar con muy buenos directores y actores. Pero entre estos, hay una persona muy especial con la que coincidí en el 1988.
P.- Alberto Closas.
R.- Era una persona muy especial, tremendamente cariñoso y se convirtió en una especie de segundo padre y se hizo amigo de mis padres. Venía a mis estrenos y desde el patio de butacas solía decir: "¡Qué hijo tenemos!" (Risas). Representamos Largo viaje hacia la noche de Eugene O’Neill en el Teatro Español dirigidos por Miguel Narros y William Layton. Aprendí mucho viéndole trabajar porque teníamos escenas muy largas, difíciles y dramáticas. Fíjate que aún a día de hoy, cuando estoy ensayando, me pregunto: "¿Es así cómo lo haría Alberto? ¿Le gustaría que lo hago?". Sin duda, es un referente.
P.- ¡Qué elegancia tenía!
R.- Lo reunía todo. Naturalidad, carisma, clase y mucha inteligencia que transmitía desde el escenario.
P.- ¿La idea que tiene sobre esta profesión difiere mucho de la del principio?
Lo básico es lo mismo. Me quise dedicar a esto por la necesidad y el deseo de comunicarme emocionalmente con los demás. Esa sensación sigue siendo importantísima. Luego hay un montón de cosas que rodean a este oficio como la promoción que te lleva a sitios que no pertenecen a nuestro ámbito. Nosotros construimos personajes. Todo lo demás, lo de la imagen pública, es una cosa sobrevenida. Sigo teniendo el mismo pellizco en el estómago en escenario que con 20 años, aunque es verdad que las emociones e ilusiones se matizan, el tiempo te va dando experiencia y recursos en los que apoyarte para hacer un mejor trabajo. Pero la sensación de que aquí empieza la magia cuando se levanta un telón la sigo sintiendo exactamente igual.
P.- Muchos de sus compañeros afirman que aún se sienten inseguros. ¿Es algo bueno?
R.- Mientras te permita trabajar y no te bloquee, la inseguridad es buena. Hay que sentirse un poco inseguro para no creerse que uno lo sabe todo y que es el dueño de la verdad. Como artista hay que estar aprendiendo y cuestionándose permanentemente porque nuestro oficio es así de lógico. Trabajamos en algo que es difícilmente codificable. Un actor le puede gustar mucho a alguien y al que está a su lado no tanto porque emocionalmente conectan menos. Sin embargo, ambos están viendo al mismo intérprete que lo hace bien, pero a uno le llega más una forma de actuar que otra. Nunca llegamos a saber si lo hacemos bien. Porque dependemos siempre de lo que nos digan los demás. El juicio a nuestro trabajo nos vuelve más frágiles.
P.- ¿Cree que el aspecto físico condiciona más a la hora de percibir los personajes cuando dos actores tienen los mismos registros, los mismos tonos…?
R.- El físico es un condicionante para los intérpretes. Es lo que los franceses llaman phisique du rol, es decir, el dar o no el tipo ante el personaje que ofrecen. Aunque esto también depende de la mirada con la que te contrata el director o el productor ya que muchas veces existe una visión tópica de determinados personajes. Sin embargo, algunos directores miran un poco más allá, se arriesgan y sale bien.
"Miguel Narros me llamó para interpretar el Tenorio. Cuando me lo comentó, le dije: ¡Pero tú estás loco!"
P.- ¿Por ejemplo?
R.- En mi caso me he beneficiado mucho de ello. Tengo el físico que tengo y nunca pensé que podría hacer el Tenorio. Pero Miguel Narros me llamó para interpretarlo en la Compañía Nacional de Teatro Clásico en El burlador de Sevilla. Cuando me lo comentó, le dije: "¡Pero tú estás loco!". Y él insistió. Funcionó de maravilla. Hay que dejarse convencer por los directores que apuestan por ti para papeles que a priori piensas que no puedes hacer.
P.- Desde hace unos meses existe el debate público sobre qué influencias tendrá la inteligencia artificial (IA) en ciertas profesiones. ¿Cómo lo ve como actor?
R.- A nivel global no lo sé, pero personalmente me inspira bastante desconfianza. Comprendo que se pueden conseguir cosas estupendas, pero por sí sola la inteligencia artificial en el terreno del arte tiene poco recorrido. El arte necesita de una chispa de creatividad que dudo que posea la IA a pesar de que puede almacenar una información infinita con múltiples combinaciones. Es difícil que tenga el ímpetu y el hálito creador. También es verdad que en el terreno de la interpretación nos asusta que se puedan crear ya casi películas de manera falsa, con actores reproduciendo voces, movimientos y rasgos físicos. Asusta bastante. Espero que legalmente lo controlen para no crear problemas.
P.- Llama la atención que a raíz de la proliferación de las plataformas de 'streaming', a muchos de sus colegas no se les entiende y, por ello, en numerosas ocasiones el espectador echa mano de los subtítulos. Por no decir que el doblaje al castellano también ha empeorado. ¿Comparte esta opinión?
R.- Cuando yo era joven la mayoría empezábamos en el teatro. La disciplina que adquirías vocalmente te forzaba a tener una preparación más exhaustiva, se te tenía que escuchar sin gritar, aprendías a proyectar la voz, a usar los resonadores y el aparato fonador. En la actualidad mucha gente joven empieza en el cine y la televisión, por lo que no se acostumbran a usar el aparato fonador. A veces les hace confundir la naturalidad de la calle con la del escenario o la de ante la cámara, que no siempre es la misma. No es necesario exagerar. No hay que reproducir cómo se habla en la calle porque hay que articular. Nuestro mundo es emocional y hay que aprender a trabajar nuestro cuerpo. Dicho esto, hay muchos jóvenes con mucho talento que van a hacer carrera ya que poseen disciplina. A unos se les entiende mejor que a otros, pero eso también ocurre entre nosotros, los mayores, ja, ja. No hay que estigmatizar.
P.- ¿Qué tan difícil lo va a tener su hija Elisa?
R.- Igual que cualquiera. Afortunadamente está teniendo mucha suerte. Tras muchos castings en los que no la cogieron, pudo conseguir el papel que le ofreció Javier Fesser. Mucha gente puede pensar que le he enchufado, pero conocí a Fesser a través de mi hija. Elisa está ahora haciendo teatro, ha hecho musicales y creo que es una actriz con una formación bastante completa que sigue fomentando ella misma con cursos, clases y conferencias. Estoy muy contento por ella y le deseo mucha suerte porque tiene el ánimo y el talento. Por ello, no creo que tenga ni más ni menos dificultades por llamarse así ya que cuando hacen un casting los apellidos cuentan poco. Además, a la mitad de los directores de casting ni les conozco.
P.- Por cierto, ¿qué se dice a sí mismo cuando se mira en el espejito que conserva de su madre?
R.- Mira, estoy bastante conforme con lo que veo. Hay muchas cosas que me gustaría mejorar, pero en general mi vida me gusta. He tenido la suerte de dedicarme y de vivir bien de mi trabajo, he tenido la suerte de formar una familia con una mujer y una hija a las que adoro. Somos una piña. No me produce demasiado rechazo verme más allá de que a veces no me reconozca y diga '¡pero ese señor quién es!' (Risas). Por dentro tenemos una edad más joven de lo que muestra nuestro físico.
P.- Desde un punto de vista cinematográfico, ¿qué le diferencia de los demás para que haya trabajado tanto con José Luis Garci?
R.- No lo sé. Supongo que le gustó mi manera de hacer porque empecé haciendo una pequeña escena, un monologuito muy bonito, en You are the One y en la siguiente ya me dio el protagonista. Luego nos hicimos amigos y la verdad es que siempre ha sido estupendo en las cuatro o cinco películas en las que he intervenido. Garci es un director al que le gusta mucho el trabajo con los actores, es muy respetuoso y muy agradecido. Me ha dado personajes preciosos. También tengo a gala que con otros directores he repetido en teatro y en cine como con Carlos Saura, Pilar Miró, Mario Camus o Jaime Chávarri. Cuando repites es muy gratificante porque la primera vez puedes pensar en si no había otro disponible, pero ya con la segunda…
P.- Qué jugada le hicieron a Saura en la ceremonia de los Oscar del año pasado cuando su nombre no apareció en el In Memoriam.
R.- Fue muy lamentable. Carlos era miembro de la Academia y había estado nominado varias veces. Paseó el cine español por el mundo. Le echo mucho de menos. Le he querido muchísimo. Estuvo en mi boda y dos días antes de fallecer estuve con él en su casa. Donde de alguna manera nos pudimos despedir. Voy echarle de menos siempre porque era una gran persona y enorme director. Además, era un artista consagrado, tomaba fotografías extraordinarias, escribía de maravilla… Un todoterreno.
P.- Este domingo se celebran elecciones en Cataluña. Si el independentismo gana o adquiere una fuerza considerable, ¿podría suponer el fin del teatro español?
R.- No estoy de acuerdo con que no vaya a haber plaza. Yo no he venido por diferentes circunstancias, pero hay muchos compañeros que han estado trabajando y en estos momentos somos dos que venimos de fuera, Pedro Casablanc y yo. La gente me dice que hay mucho público para ver teatro en castellano. Creo que es más un problema creado artificialmente por los mismos políticos quienes desde el punto del independentismo se fomenta ese enfrentamiento. Es un error porque en general la gente es mucho más abierta. ¡Qué maravilla que en una zona de España se tiene el privilegio de ser bilingües!. No creo que el independentismo vaya a desterrar el teatro castellano. Si lo hiciera sería una estupidez porque la variedad lingüística enriquece y hay muchísima gente que habla castellano.
P.- En fin, no les diremos que los políticos son unos burros porque les estaríamos echando un piropo.
R.- (Risas) Son animales muy inteligentes, cariñosos y emocionantes. Eso sí, son muy tercos. Cuando un burro decide pararse, se para. Pero si lo hace es por alguna razón. En una estampida, si ves a todos los animales corriendo a toda velocidad y un burro se para, probablemente todos los que le sobrepasan se despeñarán en un precipicio. El burro sabe cuándo hay que pararse y por muchos palos que le den, él no camina.
Carlos Hipólito se despide con una frase que dice en la función cuando en una escena un burro se come un montón de libros abandonados en una biblioteca: "Ya sabes que me callo cuando hay humanos cerca porque no quiero acabar en el circo o en el Congreso".