La batalla (incruenta) de los camioneros en Canadá
Occidente se está asiatizando. Y no porque China se esté convirtiendo en el nuevo imperio hegemónico, sino porque la moral colectiva estatal se está imponiendo sobre la individual, poniendo en peligro los derechos y las libertades públicas.
Desde hace una semana, Ottawa, la capital de Canadá, es una ciudad en estado de emergencia. Miles de camiones y decenas de miles de manifestantes han tomado su centro en torno a la sede del Parlamento canadiense, en Parliament Hill.
Todo empezó con un grupo de camioneros que hicieron sonar los cláxones de sus vehículos contra las restricciones del Gobierno de Justin Trudeau, que ha prohibido a los transportistas no vacunados atravesar la frontera con los Estados Unidos.
Según una encuesta de Abacus Data citada por la BBC, el 32% de los canadienses dice tener “mucho en común” con los transportistas.
Un tercio de la población canadiense, más de doce millones de personas (Canadá tiene 38 millones de habitantes), es mucha gente.
"Ottawa se ha convertido en el teatro de operaciones del debate central de la política contemporánea"
El natural instinto de supervivencia juega a favor de los Gobiernos restrictivos de derechos cuando sus ciudadanos tienen miedo a contagiarse de una enfermedad que podría ser mortal. De ahí que haya sido tan sencillo para tales Gobiernos confinar domiciliariamente a sus poblaciones, incluso durante meses (como en España), sin que casi nadie se haya atrevido a protestar.
Ir a la contra es muy difícil. A la gente le cuesta mucho no sumarse a la mayoría. Prefiere no parecer díscola. Y de ahí la importancia de la formulación concreta de las preguntas en una encuesta o en un referéndum.
[Hace años, los vecinos de mi comunidad tuvimos que decidir sobre la instalación de un ascensor. En el instante crucial de la reunión, la administradora quiso pedir los votos a favor de los asistentes. Yo repliqué que era mejor preguntar si había algún voto en contra. No hubo ninguno, a pesar de que todos sabíamos que varios propietarios no estaban dispuestos a rascarse el bolsillo. El miedo a verse en contra de la corriente impidió que manifestasen su verdadero deseo].
Ottawa se ha convertido en el teatro de operaciones del debate central de la política contemporánea: interés social versus derechos y libertades individuales.
"Los derechos fundamentales contenidos en las Constituciones occidentales han hecho creer que existe un límite infranqueable"
Con las excepciones del fascismo y del comunismo, la historia de los dos últimos siglos europeos (y de sus prolongaciones en América y Oceanía) ha sido la de unas democracias en las que poco a poco se ha ido construyendo un sistema jurídico de garantías y derechos individuales. Empezando por la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, de 1787.
Los derechos fundamentales contenidos en las Cartas Magnas occidentales han hecho creer a los ciudadanos que existe un límite infranqueable ante el cual los Gobiernos deben detenerse.
El interés general, cualquiera que este fuera, tenía un límite en los citados derechos. No se trataba de un límite demasiado estricto. Pero al menos servía para que el individuo se sintiera relativamente seguro frente a la grandiosidad del Estado.
Esos listados de derechos no han variado formalmente en muchos años. Los artículos 15 y 19 de nuestra Constitución siguen siendo los mismos que hace cuarenta años. Sin embargo, la “integridad física” y la “libertad de circular libremente por el territorio nacional” parecen haber perdido una parte de su significado original.
"El miedo es capaz de paralizar el ejercicio de los derechos fundamentales"
Es cierto que ni siquiera los derechos fundamentales son derechos ilimitados. Sin embargo, los límites deberían seguir siendo menores que el contenido del derecho o de la libertad de que se trate. De lo contrario, perderían su significado y su razón de ser.
Un camionero que debe vacunarse para poder seguir llevando comida a su familia no es un ciudadano al que el Estado reconozca su derecho a la integridad física y moral.
Lejos de las democracias occidentales, la subordinación del individuo a supuestos intereses generales nacionales (el llamado bien común) es un hecho ilimitado. Por eso no nos sorprendieron las imágenes televisivas que mostraban a ciudadanos chinos durante los primeros meses de la pandemia siendo reducidos por la fuerza y detenidos si no llevaban puesta la mascarilla o se atrevían a circular por las calles durante su confinamiento.
Más tarde vimos escenas parecidas en España. No tanto en televisión, pero sí en las redes sociales. El miedo es capaz de paralizar el ejercicio de los derechos fundamentales. Y, lo que es peor, puede enardecer a la masa amedrentada contra los individuos que se atreven a ejercer esos derechos.
"Que nadie piense que una cultura liberal de derechos y libertades individuales se va a dejar vencer tan fácilmente"
Lo que estamos viendo en Ottawa son los últimos estertores del hasta hace poco in crescendo sistema de derechos y libertades individuales que las democracias occidentales hemos generado durante los últimos siglos.
Occidente se está asiatizando. Y no porque China se esté convirtiendo en el nuevo imperio o porque vaya a convertirse en la primera potencia mundial en menos de diez años (aunque todo ayuda). Sino porque en Europa, Norteamérica y Australia la supremacía de la moral colectiva estatal se está imponiendo sobre la moral individual y, consecuentemente, sobre los derechos y libertades de los ciudadanos.
Si empezamos a consentir límites a nuestro derecho a la integridad física, ¿cómo no vamos a ceder ante la restricción de otros derechos y libertades que los propios Tribunales Constitucionales han considerado de menor rango, como la libertad de expresión o el derecho al honor y a la propia imagen, a la educación o a la libertad religiosa?
En Ottawa se libra una batalla por los principios. De momento, no es un enfrentamiento cruento, al margen de algunos altercados aislados. No obstante, hay quienes sostienen ya que esto no ha hecho más que empezar. Durante los próximos años asistiremos a otras situaciones semejantes en otros lugares de Occidente. Que nadie piense que una cultura liberal de derechos y libertades individuales se va a dejar vencer tan fácilmente.
*** Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica. Su último libro es Contra la corrección política.