Lo que le gusta a la gente de hoy un experto en cosas con un bestseller. De los que hablan despacio, con la dosis justa de emotivismo y con storytelling de charla TED.

Uno de esos es el historiador Yuval Noah Harari, que vendió millones de copias con su libro Sapiens. Y luego otra vez con Homo Deus y con 21 lecciones para el siglo 21.

El escritor Yuval Noah Harari.

El escritor Yuval Noah Harari.

No es que sus obras no contengan aportaciones valiosas para el debate público. Pero desde que vende libros se le ha puesto un micrófono delante para opinar sobre cómo gestionar la pandemia, qué pasará con la guerra de Ucrania y cómo va a ser el futuro en la era de la inteligencia artificial.

El resumen es que el mundo se va al garete y que no podemos hacer nada para evitarlo. "Todas las generaciones han pensado así, pero ahora es de verdad", dice el historiador en una entrevista reciente.

Ahora es de verdad porque lo dice él y porque los que lo decían antes no eran él.

Uno hace un repaso por las entrevistas y por las publicaciones de Harari y resulta que siempre estamos asistiendo al momento que va a cambiarlo todo para siempre de manera irreversible. Más que una propuesta intelectual, parece el lema aquel de Facebook de "muévete rápido y rompe cosas".

"Es la primera vez en la historia de la humanidad en la que nadie tiene ni idea de cómo será el mundo en 20 años", dice Harari en la entrevista.

Como lo dice con autoridad calmada parece que acaba de explicar la teoría de la gravedad para todos los públicos y que sólo queda asentir con asombro y aplaudir admirados.

Pero decir que la vida dentro de 20 años va a ser distinta y que no sabemos exactamente cómo de distinta no es una novedad: es una obviedad. Que nos lo diga alguien con plaza en la universidad no lo convierte en dogma.

Ya advertía Chesterton (sí, esto es otra columna más con una cita de Chesterton) que "sin educación, corremos el terrible peligro de tomar en serio a las personas educadas".

"Nadie tiene ni idea de qué enseñar a los más jóvenes que vaya a seguir siendo relevante en 20 años", asegura Harari.

Qué peligroso es ya no sólo querer hacer interpretaciones del pasado, sino convertir el futuro en un lugar desierto en vez de un escenario de posibilidades. Destrozando las perspectivas de futuro, Harari ahoga también el sentido del presente.

Debe ser pura suerte que a él le haya pillado el fin del mundo en la cumbre de su carrera profesional. El sistema que a él le ha aupado hasta ahí le sirve para decirnos que ya no nos va a servir al resto.

Eso sólo lo dice quien fía el sentido de la vida y de la existencia del ser humano al mercado laboral. No se puede esperar menos de quien piensa que la libertad, la felicidad o la identidad no existen, sino que son constructos imaginados.

Aunque Harari es un tecnopesimista, en el fondo piensa lo mismo que los que apuestan por que el único progreso posible que nos queda es el tecnológico: que toda la trascendencia que le niegan al ser humano la encontraremos en la era digital. A algunos eso les entusiasma y a Harari le aterra.

A cada uno lo suyo, pero ojo con convertir en mesías a quien no cree en el ser humano. Quizá lo que se busca es contagiar su falta de alternativas para que cuando parezca que ha llegado ese escenario de profecía autocumplida, el único remedio sea girarse hacia quien ya lo avisó.

Profetas del apocalipsis ha habido siempre. La diferencia no es, como dice Harari, que ahora tengan la razón, sino que ahora no se rasgan las vestiduras en las plazas sino que se hacen virales en las redes.

El mundo lleva acabándose desde que comenzó. Mientras eso ocurre, el Museo del Prado se va de gira por España a mostrar algunos de sus tesoros. Y habrá alguien a quien, dentro de veinte años le seguirá pareciendo relevante haber visto una de las obras que se van a exponer en todas las Comunidades Autónomas.

Así que quizá no tenga tanta razón Harari cuando dice que no sabemos qué hacer con nuestra vida. Algo sí sabemos. Agarrémonos a esas certezas, por pocas que sean, que desde ahí se puede construir. Algo más complicado que vaticinar el fin de todo, pero bastante más gratificante y con más capacidad creadora.