Releo la frase de Celia Villalobos sobre las rastas de sus señorías y sigo sin encontrarla tan ofensiva como esa proclama dadá, "Nunca más un país sin su gente", con la que los diputados de Podemos dieron por inaugurada la democracia con 40 años de retraso.

Con una encomiable disciplina, cada uno de ellos adosó el estribillo a su promesa. "Nunca más un país sin su gente", destilación perfecta del populismo, que presupone que hasta el 13 de enero de 2016 las Cámaras legislativas de España estuvieron ocupadas por una especie invasora que no se puede clasificar dentro del genérico gente, que en realidad ya no es tan genérico pues por fin hemos identificado que sólo engloba al 20,66% de los españoles. En España gente, lo que se dice gente, son 5.189.333 personas. El resto, a ver si se aclara. Incluidos los de IU, que como mucho son gentecilla. Ahora que ya sabemos cuánta es la gente, les vamos a poner cuatro grupos parlamentarios para que no se diga que la gente no es plural.

Se entiende la emoción, incluso el Orinoco vertido a las puertas del Congreso. Para llegar al escaño Pablo Iglesias ha tenido que afrontar muchos disgustos. Le habrán escuchado muchas veces la letanía: "A mí no me gusta que... pero...". El otro día se refirió a ello Jorge Bustos en lo de Herrera y entonces caí en la cuenta. Veamos. A Iglesias no le gusta que en Venezuela se encarcele a alcaldes. Es más, no le gusta que se pueda encarcelar a alguien por hacer política. No le gusta que se utilice el Parlamento para declarar repúblicas. No le gustaría que Cataluña se fuera de España. No le gusta que las mujeres que trabajan en Hispantv tengan que trabajar con velo...

No le gusta. Pero.

Iglesias es un remedo de Bartleby. Él preferiría no hacerlo. Pero.

Son tantos los problemas que resuelve con esta fórmula que podemos concluir que el último refugio de Pablo Iglesias es el disgusto.

Lo de Hispantv está ahora de actualidad. La colaboración con Irán es una de tantas contradicciones que ha tenido que cabalgar, por utilizar su hórrida metáfora. Para explicarlo, en una charla a las Juventudes Comunistas, recurrió a una analogía histórica, el viaje financiado por Alemania que permitió el regreso de Lenin desde el exilio a Rusia en 1917: "A los alemanes les interesaba poner un tren a Lenin para que desestabilizara Rusia, a los iraníes les interesa que se difunda en América Latina y en España un discurso de izquierdas porque afecta a sus adversarios ¿Lo aprovechamos o no lo aprovechamos?".

Era una pregunta retórica, Iglesias claro que aprovechó los recursos ofrecidos por la teocracia iraní para difundir su mensaje. Los votantes, que son quienes habían de juzgarlo, lo saben y no se lo tuvieron en cuenta.

Lo que se dirime estos días en los periódicos es si Irán es sólo el programador de Fort Apache o también un patrocinador financiero de Podemos. No es una cuestión de coherencia, ya resuelta por el electorado, sino de legalidad.

Es casi tan sospechoso que una cadena pague 700 mil euros anuales por la producción de Fort Apache como que los países del Alba le pagaran a Monedero 400 mil euros por unos folios sobre una posible moneda común. Pero, por más que Podemos haya utilizado con éxito la diseminación de la sospecha para generar un estado de alarma, la sospecha no es suficiente para sentenciar. Así que, por el momento, hay poco que decir. El Estado de Derecho es todavía lo que protege a los españoles de la gente.