Benjamin Netanyahu antes de reunirse en Jerusalén con la ministra de Exteriores alemana, Annalena Baerbock, el pasado 17 de abril.

Benjamin Netanyahu antes de reunirse en Jerusalén con la ministra de Exteriores alemana, Annalena Baerbock, el pasado 17 de abril. Europa Press

Oriente Próximo

El miedo de Netanyahu a romper su coalición cierra el camino a un alto el fuego duradero con Hamás

El primer ministro israelí todavía no descarta la opción de atacar Rafah, ya que lo considera necesario para acabar de forma definitiva con Hamás.  

27 abril, 2024 02:24

¿Cuál es el precio de acabar con Hamás? Es una pregunta que Israel debería haberse hecho antes de iniciar la ocupación de Gaza y que solo ahora empieza a rondar insistentemente la cabeza de sus dirigentes. El 8 de octubre, el país lleno de ruido y furia tras la salvajada de los terroristas, cualquier respuesta era válida. Casi siete meses después, la realidad militar y geopolítica se impone: Israel es consciente de que no podrá eliminar por completo al grupo terrorista si no entra en sus túneles, cosa que sería un suicidio… y teme que un ataque mal medido sobre Rafah, donde buena parte de esos túneles acaban y empiezan, suponga un distanciamiento con Estados Unidos, Jordania y Egipto.

A estas alturas, Netanyahu está atrapado entre dos paredes que se cierran sobre él. Por un lado, la presión exterior le pide que llegue cuanto antes a un acuerdo, bueno o malo, con Hamás y se firme por fin un alto el fuego.

Por otro lado, sus compañeros de viaje en el gobierno, ultraderechistas y ultraortodoxos, jamás le permitirían algo parecido. El primer ministro sabe que, si renuncia al ataque a Rafah y a cambio llega a un acuerdo con Hamás, buena parte de su pueblo le aplaudirá, pues los rehenes volverán a casa. También sabe que inmediatamente tendría que convocar elecciones y probablemente las ganaría Benny Gantz.

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En esta situación, como en tantas otras, Israel está buscando opciones intermedias, que no suelen ser buenas consejeras. Netanyahu lleva ya un par de meses asegurando que la ocupación de Rafah es imprescindible para acabar con la operación militar en Gaza. Ahora bien, a la vez, sigue escuchando los consejos estadounidenses y parece que esta vez por fin habrá una planificación que tenga en cuenta las necesidades humanitarias de los civiles hacinados en la ciudad fronteriza. En resumen, dice que atacará, pero no ataca. Tranquiliza a sus socios, pero siempre dejándoles claro que no piensa obedecerlos.

La lucha dentro de Hamás

Más que nada porque, llegados a este punto, lo que sus socios piden no es realista. Pongamos como ejemplo la última oferta presentada por Egipto y Estados Unidos: Hamás liberaría a los 40 rehenes con salud más precaria y a cambio Israel no solo dejaría en la calle a centenares de presos palestinos, sino que se comprometería a una tregua de seis semanas que, en la práctica, supondría la reactivación de los comandos de Hamás y casi empezar de cero militarmente. Todo esto, sabiendo que aún quedarían decenas de rehenes por los que tendrías que seguir negociando.

Para Netanyahu, la oferta es ruinosa. Mucho peor de lo que podría haber conseguido en diciembre o en enero, cuando la voluntad negociadora de Hamás era bastante mayor. Sin embargo, y a pesar de las consecuencias que puede tener para su coalición, la información que llega de El Cairo es que la ha aceptado.

Lo que ya no puede aceptar bajo ningún concepto es la contraoferta de Hamás, planteada por el mismísimo Yahyah Sinwar, es decir, el cerebro detrás de la matanza del 7 de octubre: o alto el fuego indefinido o nada. Según ha informado el grupo terrorista en la madrugada del sábado, ya ha recibido la respuesta oficial del gobierno israelí sobre el posible alto el fuego y ahora "estudiará su propuesta", sin dar más detalles de sobre las exigencias de Israel.

No obstante, la oferta de Hamás ha irritado sobremanera al gobierno de Tel Aviv. Incluso al de Qatar. Consideran que Hamás no se está tomando en serio la negociación e incluso desde Doha ya han amenazado con cortarles el grifo y expulsarles de las oficinas que mantienen en su país.

Este mismo viernes, una delegación egipcia aterrizó en Israel para intentar convencer a Netanyahu de que no dé carpetazo a la diplomacia. El gobierno israelí ha respondido aceptando "una última oportunidad" y enfatizando que lo de Rafah va muy en serio, algo que Egipto ve con horror, pues teme una avalancha de desplazados a su territorio.

El problema aquí es que Egipto y Qatar tal vez puedan hacer fuerza sobre la facción "política" de Hamás, es decir, la que reside en Doha, pero nada hace pensar que los de Ismail Haniyeh y compañía tengan a su vez influencia sobre el ala militar que está combatiendo en Gaza y que controla el destino de los rehenes. En ese sentido, matar a los hijos de Haniyeh en una operación especial, tal vez tampoco fue una gran idea, pero esa es otra historia.

Solución de los dos Estados

Aparte, Israel ni siquiera entiende qué implicaciones tiene en realidad un "alto el fuego duradero". En las últimas horas, coincidiendo con la propuesta ante la ONU de reconocer a Palestina como estado independiente, Hamás ha declarado que dicho reconocimiento iría acompañado de una entrega de armas. En otras palabras, que la verdadera paz en Gaza pasaría por "la solución de los dos Estados" que defiende buena parte de la comunidad internacional, incluidos los Estados Unidos, aunque esta vez hayan vetado la propuesta.

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Hablar de dos Estados suena muy bien, pero tiene un difícil desarrollo práctico. La Autoridad Palestina, que, en principio, debería controlar el estado palestino resultante, solo domina (y no del todo) Cisjordania. Son los herederos de Yasser Arafat, los que hicieron posibles los acuerdos de Oslo y de Madrid y los que, sí, podrían plantearse un escenario de paz duradera con sus vecinos hebreos. Ahora bien, Gaza es territorio de Hamás y lo es precisamente porque expulsó a Fatah en 2006 en algo muy parecido a una guerra civil.

¿De qué estado hablaríamos entonces? Eso se preguntan en Israel. Y como saben perfectamente que Hamás no responde por sí misma, sino que depende de Irán y de su fanatismo antisemita, intuyen que toda promesa es en realidad un ardid. Ni entregarían las armas ni desde luego cejarían en su empeño por acabar con Israel. En consecuencia, Netanyahu no va a dar ni un paso en ese sentido: primero, por convicción personal; segundo, porque sabe que perdería el gobierno por mucho menos de eso.

Tiene, por lo tanto, que navegar entre dos aguas con la mayor destreza que pueda. Contentar a sus socios internos, no espantar a los externos e incluso controlar a sus compañeros del Gabinete de Guerra, Yoav Gallant y el propio Gantz, cuya formación militar a veces los lleva a impulsos que un político no se puede permitir. Enfrente, un grupo terrorista que no entiende de cesiones ni compromisos. En ese contexto, hablar de paz parece ahora mismo una quimera, por mucho que se empeñe Antony Blinken.