Benjamin Netanyahu (izquierda), Yoav Galant (centro) y Benny Gantz (derecha)

Benjamin Netanyahu (izquierda), Yoav Galant (centro) y Benny Gantz (derecha) Reuters

Oriente Próximo

Rencillas en el gabinete de guerra de Israel y dudas estratégicas retrasan la respuesta al ataque iraní

La alta tensión entre los tres miembros del gabinete está dificultando la definición de una réplica, así como de la estrategia a adoptar en Gaza. 

17 abril, 2024 02:53

Durante la tarde-noche del lunes, corrió el rumor de un ataque inminente de Israel sobre Irán como represalia al sufrido el pasado sábado. El Gabinete de Guerra se reunió para seguir evaluando los posibles escenarios y los ayatolás cerraron su espacio aéreo por si acaso. Y es que ahora mismo Israel es impredecible. Desde el primer momento, tanto el primer ministro Netanyahu como el ministro de defensa Yoav Gallant y otros miembros del gobierno han prometido venganza contra Irán, pero es imposible anticipar en qué consistirá dicha venganza ni cuándo se producirá.

De momento, da la sensación de que al menos Israel ha esquivado el error que cometió con Hamás, sin duda porque la magnitud de la tragedia no es comparable. Después del 7 de octubre y aunque Estados Unidos y otros aliados recomendaron calma y un plan cerrado a Netanyahu antes de entrar en Gaza, las acciones militares en la Franja han sido erráticas: desprecio absoluto a la vida de los civiles, poco sentido de la proporcionalidad y, sobre todo, ausencia total de un plan sobre cómo volver a la normalidad y bajo qué parámetros realistas definir la victoria.

Todo eso ha provocado que la simpatía inicial hacia Israel producto de la barbarie terrorista se haya convertido en una queja casi unánime por parte de la comunidad internacional. Incluso China, cuyos intereses en Oriente Próximo no van más allá de lo comercial, ha pedido en las últimas horas un alto el fuego en Gaza y el fin de las hostilidades entre Israel e Irán. Uno de los temores de la administración Biden era que la historia se repitiera, pero afortunadamente no ha sido el caso.

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Los problemas de la diplomacia

Las opciones que tiene Israel sobre la mesa son varias, pero podríamos reducirlas a tres. La primera es la vía diplomática, pero eso no se sabe muy bien qué quiere decir. Es lo que recomienda Estados Unidos y parece una manera de darle una patada al problema y mandarlo hacia adelante. La diplomacia no funciona con Irán y no hay ninguna esperanza de que lo haga. El principal objetivo de la república islámica es acabar con el Estado de Israel y así lo ha manifestado suficientes veces. Si mantiene económica y militarmente a Hamás, a Hezbolá, a los hutíes y a la Guardia Islámica Revolucionaria es para acercarse a ese objetivo.

¿Qué puede negociar Israel con Irán? Nada. Tampoco puede Estados Unidos. Rusia no está por la labor porque prefiere el caos mientras medra en Ucrania. China no tiene músculo suficiente en la zona como para imponer nada… La diplomacia, en ese sentido, llega hasta donde llega, es decir, a un acuerdo tácito de seguir adelante sin atacarse mutuamente. Al fin y al cabo, Israel nunca ha atacado territorio iraní e Irán nunca lo había hecho hasta el pasado sábado.

En Teherán anunciaron públicamente que daban la cuestión por zanjada, pero en Tel-Aviv no se lo creen y probablemente hagan bien. Desde luego, no quieren esperar a que Irán haya completado su programa nuclear para descubrir si eran sinceros o no en su compromiso. Precisamente la experiencia con Hamás ha provocado que los “halcones” de la política israelí prefieran unir disuasión y prevención. No solo atacar de una manera definitiva, sino hacerlo antes de lo que, probablemente, sea necesario. Otros, obviamente, opinan lo contrario.

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Porque, aunque el ataque preventivo-disuasorio es una opción apetecible después del desastre iraní del fin de semana, lo cierto es que exige una contundencia y una precisión que no se puede improvisar en cuarenta y ocho horas. Si Israel quiere atacar Irán en vez de hacer caso a todos sus aliados y dejar el agua correr, debe hacerlo para destruir su programa nuclear y para dañar su estructura militar. Sin términos medios. Obviamente, eso no es fácil y desde luego será complicado lograrlo sin un número elevado de víctimas civiles, lo que, de nuevo, colocaría a Israel en el disparadero internacional.

Israel ha demostrado que es más fuerte que Irán, la pregunta ahora es qué va a hacer con ello. Biden les pide que se conformen, como lo hacen Macron o David Cameron. Que se limiten, como mucho, a la tercera opción plausible: seguir su interminable conflicto con las milicias proxy. Derivar esa venganza hacia los subordinados de los ayatolas e infringirles a ellos el daño que, diplomáticamente, no se puede infringir a un estado soberano sin graves consecuencias para propios y ajenos.

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Ninguna de las tres opciones es perfecta en sí misma, con lo que es imposible saber por cuál va a optar Israel. A la indefinición estratégica hay que añadirle el hecho de que las decisiones se toman en un Gabinete de Guerra donde las enemistades personales están a la orden del día. Según publicaba este martes el Wall Street Journal, la tensión entre los tres miembros del gabinete es enorme y cada uno tiene su propia agenda: el ministro de defensa, Yoav Gallant, es el más agresivo de los tres, y junto a Benny Gantz, ex jefe de las FDI, abogó el sábado por un contraataque en tiempo real. Netanyahu, por el contrario, tiene otras preocupaciones políticas, que incluyen guardar las apariencias con Estados Unidos, Jordania o Egipto… aunque en Gaza esté haciendo justo lo contrario.

Rivales declarados

Lo cierto es que resulta muy complicado encontrar un trío con menor afinidad. Gallant y Netanyahu forman parte del mismo gobierno, pero el ministro de defensa cree que se le está ninguneando en la guerra contra Hamás y el primer ministro cree que no se le está pasando toda la información necesaria en el conflicto con Irán. Por su parte, Gantz, aunque formalmente tiene el título de ministro sin cartera, en realidad es el líder de la oposición. Se ha enfrentado a Netanyahu en las cinco últimas convocatorias electorales y su relación personal es pésima. De hecho, hace un par de semanas, Gantz pidió la dimisión del primer ministro y un adelanto electoral que acercara a Israel a sus socios y desbloqueara la situación en la Franja.

La unidad con la que, aparentemente, actuaron los tres en las primeras decisiones respecto a Hamás -que nadie se equivoque, Gantz es un hombre políticamente moderado, pero, desde luego, no es ningún pacifista- se ha ido diluyendo con el paso del tiempo. Los tres estaban de acuerdo en que el objetivo debía ser el fin de Hamás, pero se ha demostrado que, como objetivo, es demasiado difuso. En los últimos meses, ante la incapacidad de hacer cambiar de opinión a Netanyahu, la administración Biden se ha volcado en la “solución Gantz”, con visita incluida a la Casa Blanca.

Eso, obviamente, no ha ayudado a disipar las rencillas, sino más bien al contrario. Es difícil ser enemigos durante veintidós horas al día y reunirse las otras dos para decidir el futuro militar de la nación. De momento, Estados Unidos ha conseguido frenar el instinto israelí a la autodefensa, pero nadie sabe cuánto tiempo más va a seguir la cosa así y es obvio que Biden se juega buena parte de su prestigio en ello. Si Israel contraataca, debe hacerlo a sangre fría y confiar en que los países árabes no vayan a enfadarse demasiado por ello: al fin y al cabo, Irán también es su mayor enemigo local. Un mal paso, en este momento, podría ser fatídico.