Ilustración: Guillermo Serrano.

Ilustración: Guillermo Serrano.

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Los otros gobiernos títeres de Putin: así quiere Rusia que sea la nueva Ucrania

Los títeres de Putin cumplen una función estratégica: son aliados complacientes que pueden poner en apuros a Occidente.

24 enero, 2022 06:04

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Yevhen Murayev. Ese sería, según el Ministerio británico de Asuntos Exteriores, el hombre designado por Vladimir Putin para gobernar en Kiev y hacer de correa transmisora de las voluntades del Kremlin. Murayev, de 45 años, fue uno de los principales aliados de Viktor Yanukovich durante su presidencia, pero, a diferencia de su líder, no salió corriendo a Moscú cuando las cosas se complicaron en Ucrania tras la invasión de Crimea. Después de coquetear con varios partidos de orientación pro-rusa, Murayev dirige ahora el Partido por la Vida, un remedo del Partido de las Regiones de Yanukovich.

Murayev es un altavoz de la narrativa de Putin por la cual los enfrentamientos en la región del Donbás y la cuenca del Donetsk entre el ejército ucraniano y los milicianos afines a Putin son en realidad una muestra de opresión occidental. “El presidente Volodomir Zelenski es rehén del chantaje del MI6 y la CIA. Mañana mismo, pueden obligarle a lanzar una ofensiva en el Donbás que nos lleve a una guerra civil”, afirmaba el año pasado.

De hecho, ese escenario de “guerra de falsa bandera” parece la excusa más probable para que Rusia pueda entrar en Ucrania con su ejército a defender a los supuestos oprimidos. El hecho de que la diplomacia británica lo señale de forma explícita refuerza aún más esta tesis.

Rusia tiene un poderosísimo ejército, pero pensar en la ocupación de toda Ucrania y el mantenimiento allí del orden una vez completada la invasión parece demasiado optimista para el gobierno de Putin. Lo lógico sería entrar por el Donbás, bajar quizá a Crimea o incluso tomar toda la costa del Mar Negro hasta Odesa. Una vez conquistado el sudeste del país casi al completo, una operación que sí parece viable con el apoyo de la numerosa población de origen eslavo, la idea es que Zelenski se vea obligado a dimitir y dé paso así a un gobierno títere, encabezado por Murayev o por Viktor Medvedchuk que garantice el orden y la paz.

Esta táctica, habitual en todas las superpotencias, y, por supuesto, también en Rusia, permitiría a Putin controlar Ucrania sin tener que pegar un tiro, igual que la controló de 2010 a 2014 con Yanukovich o intentó controlarla en 2004, cuando sus servicios secretos envenenaron a Viktor Yushchenko en plena campaña electoral. La idea es ganar terreno sin necesidad de mover tanques y ganar relevancia internacional a base de aliados complacientes que puedan poner en apuros a Occidente. 

Lukashenko y Bielorrusia

Quizá el más famoso de estos “gobiernos títere” controlados por Moscú sea el de Bielorrusia, más que nada por su continua beligerancia hacia la Unión Europea y por la virulencia de su régimen represivo, encabezado desde hace veintiocho años por Alexander Lukashenko. Lukashenko es uno de los fieles de Putin desde su llegada al Kremlin y es consciente, además, de que no podría ser otra cosa. Bielorrusia es un país pequeño, una antigua república soviética cuya existencia histórica no se entiende sin el manto protector de la madre Rusia

El presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko.

El presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko.

Pese a contar con solo nueve millones y medio de habitantes, su importancia geográfica es enorme: Bielorrusia conecta a Rusia con Polonia y lo hace por la llanura al norte de los Cárpatos que utilizaron en el pasado los ejércitos de Napoleón o de Hitler para intentar ocupar territorio ruso. Estar a las puertas de la Unión Europea permite decisiones esperpénticas como la del pasado mes de noviembre, cuando Lukashenko y Putin engatusaron con viajes baratos y promesas de entrada en Occidente a decenas de miles de kurdos, la mayoría salidos de Afganistán huyendo de los talibanes, y los colocaron a todos en el mismo punto de entrada a Polonia.

La crisis que se vivió fue tremenda, aunque ya parezca olvidada. Tanto la diplomática, con un cruce intenso de declaraciones y amagos por las dos partes de ir más allá y entrar en el país vecino, como la humanitaria: aquellos inmigrantes quedaron expuestos al frío, el hambre y la sed durante días y días hasta que poco a poco han sido repatriados a sus países de origen. Ya habían cumplido su papel en el chantaje, podían volverse sin problemas. 

Aparte, Bielorrusia puede a su vez servir de amenaza a Ucrania si esta sigue con su comportamiento díscolo hacia Rusia. Lukashenko no tendría problemas en dejar pasar al ejército ruso hasta la frontera norte de Ucrania y facilitar desde ahí una invasión que haga pinza sobre la capital, Kiev, situada a apenas ciento cincuenta y ocho kilómetros en coche de la frontera entre ambos países. De hecho, esta misma semana, Putin ha enviado una serie de tropas para mandar un claro mensaje. En principio, las ha retirado ante la presión internacional, pero puede volver a colocarlas allí en cualquier momento.

Kazajistán 

Si Bielorrusia es el principal aliado de Rusia hacia el oeste, Kazajistán lo es hacia el sudeste. Hablamos de uno de los países con mayores recursos naturales del mundo. El duodécimo con mayores reservas de petróleo y el decimocuarto productor mundial de gas, Kazajistán produce la mitad del uranio del planeta, con la importancia que eso tiene desde el punto de vista armamentístico. Aunque Kazajistán es un país capitalista, con grandes inversiones del mundo occidental, está gobernado con puño de hierro por el partido Nur Otan. Primero, y durante veintinueve años, bajo la presidencia de Nursultan Nazarbayev; en la actualidad, bajo el mando de Kassym-Jomart Tokaiev.

A la izquierda el actual presidente Kassym-Jomart Tokayev, a la derecha el expresidente Nursultan Nazarbayev,

A la izquierda el actual presidente Kassym-Jomart Tokayev, a la derecha el expresidente Nursultan Nazarbayev, Reuters

De hecho, a principios de este mismo mes, una protesta civil contra la creciente inflación y los continuos escándalos de corrupción fue reprimida con dureza… por el ejército ruso. Tokaiev pidió ayuda a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, una institución surgida tras la extinción de la Unión Soviética, y Putin acudió inmediatamente al rescate.

La OTSC no es exactamente el Pacto de Varsovia, pero sí es una versión reducida por la cual cada uno de su miembros -Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y la propia Rusia- tiene que apoyar a los otros si así lo solicitan.

En principio, la razón de ser de la OTSC es la lucha contra el islamismo, pero, como se ha visto, los motivos de intervención pueden ser varios. Rusia no quiere bajo ningún concepto que Kazajistán escape a su control y todo eso de las manifestaciones, las huelgas y la lucha contra la corrupción suena a amenaza occidental. Aunque las tropas ya se han marchado del país, queda la demostración de poder de cara a la oposición kazaja. Si no lo tenían claro, ya saben con quién se enfrentan cada vez que le plantan cara al gobierno. 

La excepción de Georgia

Kazajistán es la más importante de las exrepúblicas soviéticas de Asia Central, por su tamaño, sus recursos económicos y su localización geográfica: el país de Tokaiev hace frontera con el sur de Rusia, pero también con Turkmenistán, Uzbekistán, Kirguistán y el oeste de China y Mongolia. Aparte, comparte con Azerbaiyán la salida al Mar Caspio. Hasta cierto punto, igual que Bielorrusia y Ucrania son para Rusia su “espacio vital” que la protegen de Occidente; Kazajistán, Turkmenistán y Uzbekistán la protegen del polvorín afgano-pakistaní. Cualquier movimiento “extraño” en cualquiera de estas tres repúblicas será siempre visto con alerta desde el Kremlin.

Los únicos capaces de salirse de la OTSC y mantener un mínimo de independencia han sido Georgia, Azerbaiyán y la citada Uzbekistán. Ahora bien, cada caso es una historia distinta. Georgia y Rusia siempre han sido malos vecinos, casi desde la disolución de la URSS.

Desde 2008, de hecho, después de varios conflictos bélicos centrados en Osetia del Sur y Abjasia, las relaciones diplomáticas entre ambos países están rotas, con Suiza como intermediario. Rusia sigue entendiendo que ambos territorios le pertenecen y no es descartable que, si la incursión de Putin en Ucrania acaba bien, Osetia sea su siguiente objetivo.

Azerbaiyán es un aliado económico más que otra cosa. Forma parte de esa zona de Asia en la que Rusia prefiere no meterse. Si le vende armas a Armenia, Azerbaiyán se enfada. Si hace un gesto favorable a Azerbaiyán, los armenios protestan. Han preferido centrarse en comerciar con petróleo y gas y parecen contentos así. Azerbaiyán sí fue un aliado importante en la guerra de Chechenia, durante los años 90, pero a su vez sufre de lo que se conoce como “caucasofobia”. Los rusos miran con mucha desconfianza a cualquiera que venga de esa zona. Potenciales terroristas.

Por último, Uzbekistán presume de mantener buenas relaciones con todas las potencias: China, Estados Unidos, Rusia… pero lo cierto es que sus recursos naturales están gestionados por Gazprom y que, en 2014, Rusia hizo una quita de su deuda externa muy significativa. Donde hay dependencia económica, a la larga hay una dependencia política. Como decíamos antes, además, Uzbekistán, culturalmente muy alejado de Rusia, es un enclave geográfico importantísimo a la hora de controlar el terrorismo islamista que tanto daño ha hecho durante estas décadas.

En definitiva, los títeres de Putin cumplen siempre una función estratégica, pero esta puede ser solo geográfica -las repúblicas del Cáucaso, Kazajistán incluida- o añadir el componente cultural, como sucede con Bielorrusia y sucedería con Ucrania. De esta última no solo se exige control de fronteras y buen comportamiento sino fidelidad y unidad en la causa. Si esa fidelidad se conseguirá mediante las armas o mediante la política aún no lo sabemos. Lo más probable es que se dé una mezcla de las dos cosas, con Putin emergiendo victorioso del conflicto y aumentando su influencia en zonas que Estados Unidos dejó de lado durante el final de la administración Obama-Biden y toda la administración Trump. 

Ser el gendarme del mundo es costoso, exigente y da mala fama. Renunciar a serlo deja vacante un trono con aspirantes muy peligrosos.