Pedro Sánchez se parte de risa este miércoles en el Congreso.

Pedro Sánchez se parte de risa este miércoles en el Congreso. J.J Guillén Efe

Política SESIÓN DE (DES)CONTROL

Sánchez se consagra como el Mourinho del Congreso: dejad de insultar, fascistas

Para comprender a Sánchez, hay que mirarle la mandíbula. El padre Feijóo se desorienta de nuevo. Patxi López propone prohibir la palabra "títere".

22 mayo, 2024 15:38

Ya nos vamos conociendo. Eso debe de ser el amor: la suma de tiempo y roce acaba quebrando el misterio de los hombres más fríos. Miramos a Sánchez desde aquí arriba, desde esta tribuna del Congreso que no quiere acostumbrarse a lo inaudito, y podemos adivinar qué piensa el presidente, qué siente el presidente. Si se ha levantado cantando con Serrat que puede ser un buen día o si se ha levantado con Labordeta creyendo que está perdiendo una guerra civil.

Hoy era un buen día para Sánchez. Una de esas mañanas quilomberas que lo resucitan. Se ha sentado en el escaño con la pobre cartera de piel marrón obligada a transportar los mastodónticos discursos escritos en el gabinete. La cartera es preciosa y, a vista de pájaro, nos parece que debió de nacer, como poco, allá por 1863, cuando se abrió la embajada de Argentina –con embajador ininterrumpidamente desde entonces... hasta hoy–.

El mejor camino para descubrir a Sánchez es la mandíbula. Si la deja suelta, como esta mañana, luce pletórico. Si la aprieta, si enfrenta los dientes, se sabe al filo del precipicio. Sánchez no sólo hace política con la contradicción. Sánchez es en sí mismo  la contradicción. Cuando hay sosiego a su alrededor, se hunde. Cuando se incendia el Hemiciclo, se relaja muy placenteramente.

Interlineado doble, letra tamaño 16 –como poco–, tipo Arial, que no aria, en respeto a la Ley de Memoria Democrática. Todo atado y bien atado, que decía el dictador al que pone velas cuando el electorado se duerme. En estos días de tala del Amazonas, el gabinete de Moncloa deja márgenes kilométricos a los lados y un gran blanco en el inferior. Si estas comparecencias siguen así, habrá que convertir en papel incluso los bonsáis de Felipe González.

Pensamos y anotamos estas cosas porque Sánchez va acumulando temas sin decir nada: de Bruselas a Gibraltar pasando por el Consejo Europeo, haciendo transbordo en su mujer. En "el día de las explicaciones", según el crono, Sánchez sólo ha dedicado tres minutos a hablar –sin explicar– sobre su esposa.

Un político español del siglo XXI sólo está dispuesto a explicar en la tribuna las cosas que le reportan ovaciones. Por ejemplo, cuando Sánchez ha detallado cómo y por qué España va a reconocer el Estado palestino, todos sus diputados, además de los de Sumar, se han levantado como un solo hombre. Estaban avisados.

No han aplaudido ni los nacionalistas, que también están a favor. Miraban Rufián y compañía con algo de vergüenza ajena. La ovación era demasiado mecánica, como salida de un taller de coches. Las ovaciones son lo único que debe continuar siendo fascista en Democracia. Porque las emociones deben enardecer y emocionar, estilo años treinta.

Sánchez es la contradicción de la contradicción porque, cuanto más retuerce su discurso, mejor le va en las encuestas. Algunos ejemplos: ha vuelto a diagnosticar un genocidio en Gaza, pero no retira su embajador en Israel. Ha vuelto a lamentar la ofensiva de Putin en Ucrania, pero no retira su embajador en Rusia. Ha vuelto a lamentar que los países árabes no reconozcan el Estado de Israel, pero ya se dispone a abrir una embajada en Palestina.

Se lo va a decir hasta Errejón, socio de gobierno: si retiras a la embajadora de Argentina por un insulto a tu mujer, ¿cómo no vas a retirar al de Israel "por un genocidio"? Lo ha dicho, eso sí, con palabras de politólogo.

A nosotros, que nos creímos el presunto sufrimiento que le llevó a reflexionar, nos da tranquilidad que Sánchez haya vuelto a exhibirse villano. La política se torna más divertida, está más igualada y debemos escribir las noches electorales por la noche, no como los obituarios de los mayores.

El padre Feijóo, ante esta sucesión de acontecimientos, parecía Bill Murray en el Día de la Marmota. Hoy hace veinte años era consejero en un gobierno de Fraga. Hoy, este 2024, Sánchez sólo lleva seis en el poder, pero gracias a la gasolina de la extrema derecha parece que va a estar más tiempo que Fraga. Y Feijóo, que apenas lleva dos en la oposición, desprendido del tinte, parece un monje recién salido de Silos.

El padre Feijóo ha saludado disciplinadamente a todos los diputados azules que entran tarde al Congreso. Lo ha hecho guiñando el ojo derecho y con una mueca de labios. Son tardones los diputados del PP. Si siguen con estas demoras, acabarán creándole una parálisis facial.

Debemos reconocerle al padre Feijóo la dificultad de su labor: ¿qué le dices a alguien que abre su comparecencia con un alegato en favor del juego limpio y luego te llama fascista? Transcribimos literalmente –aquí, sí, debido a su enorme interés– las palabras de Sánchez sobre el tono que invade el Parlamento. Léanlo, por favor, estando sentados:

"Convirtamos la sesión de hoy en un punto y aparte en la deriva de crispación que se ha apoderado de las Cortes Generales. Debatamos, discrepemos, critiquemos los argumentos del otro, pero hagámoslo desde la cortesía parlamentaria, no desde la mentira y el insulto a los otros oradores. Practiquemos el juego limpio, señorías, yendo al balón, no a por los jugadores".

Sólo existe una persona al nivel de Sánchez. Y no está en la política, sino cerca del balón: José Mourinho. Con la diferencia de que Sánchez gana los títulos que disputa. Lo único que nos queda es soñar con que, tras su marcha, llegará un Ancelotti.

Después de ese párrafo que acaban de leer, en apenas cuatro o cinco minutos, Sánchez ha llamado "reaccionarios", "ultraderechistas", "radicales" y "máquina del fango" a la oposición. Es un genio. Porque ha coronado esa retahíla de adjetivos con un "yo no voy a caer en el y tú más".

Feijóo tenía un buen discurso preparado. Sus asesores, que parecen buena gente, le habían colocado, estilo Paulo Coelho, una foto al frente de los papeles para que se motivara. Era la foto del día que le dijo a Sánchez: "Si sus aliados le dejan tirado, no me busque".

El padre Feijóo ha salido a la tribuna, eso, con un texto bien armado. Ha ido deletreando las contradicciones de Sánchez, pero su afición por el lapsus le ha jugado una mala pasada. Ha acusado al ministro de Exteriores de colocar España "por encima de los intereses del Partido Socialista", lo que ha provocado una ovación chistosa del Gobierno.

Con Feijóo, cuando suceden estos lapsus, se siente en la tribuna una gran incomodidad. Sobre todo cuando él está en esos segundos que van desde el lapsus cometido hasta el lapsus reconocido. Uno se siente como el que se topa por la calle con alguien que no sabe dónde está su casa.

Muy serio, el jefe de la oposición –y esto no le ha hecho tanta gracia a Sánchez– ha puesto sobre la mesa las portadas internacionales que apuntaron a la corrupción de la mujer del presidente; cosa que sucedió, no por la ultraderecha, sino por los cinco días de reflexión. "Esto lo ha hecho usted solo". Ahí, Sánchez ha apretado la mandíbula. Pero han sido apenas unos segundos.

El padre Feijóo se ha despedido agotando el as que guardaba en la manga desde hace meses: citará en la comisión del Senado a Sánchez y a su mujer. Y Sánchez lo ha celebrado con una sonrisa: allí estaremos.

Si Sánchez nos enamora, Patxi López nos hace gracia. Patxi es el Francesillo de Zúñiga de los libros de Ignacio Amestoy, aquel cortesano que hacía reír a Carlos I. Cuando ha terminado el show, se ha puesto de pie y ha pedido la voz. Ha reclamado a la presidenta del Congreso que retire del Diario de Sesiones la palabra... "títere". Es intolerable que se utilice esa metáfora para describir a Sánchez.

Le ha faltado a Patxi despedirse con lo de Juan Carlos Ortega en uno de sus últimos programas de la Cadena Ser: "Ya basta de insultar, hijos de puta". Pero no estropeemos el miércoles.

El presidente está tranquilo y nos alegramos. Eso debe de ser el amor. La suma de tiempo y roce acaba quebrando el misterio de los hombres más fríos. Y Sánchez está caliente. Se lo vemos desde la tribuna, a vista de pájaro. Está caliente porque sabe que tiene una oportunidad.