Nostalgia del Corpus de Toledo
Una se da cuenta de que se hace mayor por muchos detalles, ¡qué les voy a contar!Ya saben, los hijos crecen, se gradúan una y otra vez y les llega el momento de enfrentarse al mercado laboral. Los padres envejecen, enferman, mueren… Y todo tan deprisa… A mí hay otra cuestión que me da que pensar sobre el vertiginoso devenir de la existencia: mi sentimiento hacia el Corpus. Sí, llega la Fiesta Grande de mi ciudad, de mi Toledo, y la nostalgia se sobrepone a la ilusión de antaño.
Ya ven, ahora prefiero que no me molesten los miles de jóvenes que acuden en manada a escuchar el insufrible concierto de música electrónica, que el hecho de que en Toledo se organicen actividades que intenten arropar a ese colectivo a los que les importa más bien poco la tradición del Corpus. También me solidarizo con los vecinos del Casco, que andan desesperados por no encontrar un hueco para dejar sus vehículos durante estos días y sufren, aún más, los inconvenientes habituales de su vida cotidiana.
Lo cierto es que el paso del tiempo ha mantenido intacta la procesión, el rito que rodea a la Catedral cuando ha de trasladar la Custodia desde el Tesoro a la carroza en la que desfilará en procesión, o los adornos que saludan el paso de la comitiva, pero el significado de esta fiesta ha cambiado mucho, tal vez de manera inexorable. Seguro que muchos de ustedes, toledanos de pro, ya no reciben visitas de amigos o allegados en el Corpus, sino que más bien esperan ese puente festivo que les hará disfrutar de unas precoces vacaciones. Sí, no nos engañemos, nuestro sistema de vida ha cambiado y los jóvenes, salvo los más ligados a hermandades o cofradías, sienten esta fiesta como un evento lúdico, con música de Máxima o los 40 Principales. Y poco más.
Antes, el Corpus era sinónimo de trasnochar, tal vez por primera vez a lo largo del año. Ahora, ya no hay horas ni puertas cerradas. La primera horchata tampoco se toma cuando llega esta fiesta, ni es necesario estrenar zapatos, ni vestido, que eso ya lo hacemos cuando nos viene en gana. Así pues, si me apuran, este año ni siquiera la Fiesta viene acompañada de la incipiente manga corta, que, con este calor, hace días que nos decidimos por las hombreras y las sandalias. Esto no es lo que era.
Bueno sí, como les decía, hay costumbres que han soportado el paso del tiempo y que los toledanos repetimos invariablemente, como una cadena que tememos romper: recorrer las calles engalanadas la víspera, observar el mágico escenario en el que se convierte el Casco Histórico con mantones, reposteros, faroles, flores y guirnaldas de boj, apretujarnos en algunas de las calles más estrechas, asomarnos para atisbar las plantas de los patios más hermosos y, cómo no, madrugar el jueves para ver los magníficos mantones del cardenal Porto Carrero en las fachadas de la Catedral o para oler ese tomillo que nos recuerda que el Corpus de Toledo resistirá magnífico los envites del tiempo. En domingo, con dos procesiones como hace unos año, en jueves… Será eterno.
Pasarán los años, no tendremos las mismas manos a las que agarrarnos, ni un pequeño al que vigilar, ni ningún amigo que recibir, pero esto es tan nuestro que si nos vamos fuera durante estos días de calor y eternas noches toledanas, llegaremos a echar de menos nuestros ritos, nuestros hábitos y, por qué no, nuestra rutina, la que hemos repetido desde que la Tarasca anuncia nuestra Fiesta Grande. ¡Feliz Corpus!