Con rumbo fijo

Museo naval/Carlo Mirante/Flickr

Museo naval/Carlo Mirante/Flickr

Por Juan Pedro Iglesias García, @jiglesiasgarci

El otro día volví al Museo Naval. Llegaba tarde, al menos eso pensé, y no era porque echaran el cierre, sino que a causa de los azares de la vida y que no vienen a cuento, ya llevaba un tiempo tratando de ir. Dos días después de mi visita, la exposición temporal de Cartografía llegaba a su fin. Siempre creí que hay exposiciones que uno debe tratar de no perderse y ésta era una de ellas.

Llegué con la nostalgia de volver a un lugar entrañable, en donde son fáciles los encuentros y cercanas las palabras. Ese lugar mítico en el cual los mapas, los libros, los utensilios de navegación, los cuadros, las armas, los restos arqueológicos y un largo etc., conviven para mostrarnos lo que en definitiva somos, la historia del tiempo en un antes y un después. Un lugar que también da luz a las sombras, como le comenté el pasado día a Dalmau Ferrer, al ver su maravillosa pintura del cuadro El Glorioso.

Tuve la suerte de descubrir junto a Carmen García, algunos secretos y algunas de las nuevas adquisiciones del museo. Siempre hay algo nuevo que ver, -me decía ella-, entre las miles de piezas que éste atesora. Carmen es el alma ilustrada del Museo, además de una excelente Social Media, porque entre otras cosas, sabe mantener la llama viva del museo, con un amable y personal encanto.

Es curioso, pero el Museo Naval pasa desapercibido cuando caminas frente al Banco de España por el paseo del Prado. Tiene una fachada deslucida y simplona, como la de esos edificios de oficinas que tan fríos me resultan. Pero enseguida lo identificas cuando ves asomar el hermoso galeón que tiene colgado en su fachada y te anuncia que has llegado a buen puerto.

Recuerdo como testimonio de buen afecto y con magnífico sabor de boca, que el pasado año pude ver la exposición temporal que capitaneó Arturo Pérez-Reverte en Hombres de la Mar, barcos de Leyenda. Corría el mes de agosto, creo, y relajado, en un tuit, me dijo:

“Celebro que disfrutara la exposición del Museo Naval, querido amigo. Para eso la organizamos lo mejor que pudimos”.

Desde este Post, otro saludo y un abrazo, Capitán.

No acudir, decía antes, hubiera supuesto varias cosas. Entre ellas, faltar a la palabra en un tiempo en el que es necesario entender la historia de lo que somos, mirando al mar y a los honrados hombres que en ella murieron. Porque ésta siempre estuvo rodeada de mapas y libros, en donde los caminos invisibles fueron dibujados, en ocasiones a sangre y fuego, sobre una cartografía cada vez más delimitada y precisa.

Sentí, quizá, esa necesidad que tienen los amantes de la mar y salí a su encuentro. Hablar en ese espacio de libertad y de sinceridad. Algo vital donde afrontar derrotas y victorias. Un rumbo seguro y con la aventura de imaginar los graznidos de las gaviotas revoloteando cerca del barco, o sentir como el oleaje golpea por la amura de babor.

Toda nuestra historia marítima se encierra en él, como el cofre de un tesoro aún por descubrir. El museo naval es, como yo digo, un barco construido con los miles de pedazos de la historia de otros barcos y de muchos hombres, cuyos restos son custodiados en el fondo de la mar salada.

La entrañable exposición temporal de Cartografía marítima y que bajo el título Dueños del Mar, Señores del Mundo, ha estado expuesta hasta el pasado mes de mayo, me ha enseñado a comprender las acertadas palabras de José María Moreno Martín, comisario de esta exposición, cuando dice: “es necesario mirar al mar para entender la historia de España. La grandeza de sus aguas no fue obstáculo suficiente para doblegar la necesidad innata del hombre por comunicarse con sus semejantes cuando sus pasos no tenían más tierra sobre la que pisar. Y lejos de calmar su impulso natural por conocer el medio que le rodeaba, el hombre fue capaz de dominar las aguas y representar su percepción del mar sobre una superficie plana”.

Esta evolución, desde las artísticas y trabajosas cartas portulanas, representando ese Mare Nostrum, hasta los, hoy en día, mapas electrónicos capaces de localizar un buque en cualquier parte del mundo, es sin duda lo que armoniza esa línea que traza el rumbo de ocho siglos de navegación, conquistando e innovando. Conocidas y controladas nuestras costas, se pasó al conocimiento de otros rincones, de otros mares, uniendo puentes eternos con otras civilizaciones.

Esta exposición ha trabajado muy honrosamente todos los ámbitos temáticos sobre la historia del mapa. El mar Mediterráneo, América, la Casa de la Contratación, el influjo europeo en los mapas del s.XVII, los Virreinatos, Tordesillas y las Comisiones de límites, y un largo etc. Dejo en el camino muchas cosas, de las que quizá otro día cuente y que ahora, por falta de espacio, no puedo hacer. Mi sincero agradecimiento y mi enhorabuena a todos sus trabajadores.

Nota: La APP gratuita de la Expo; novedosa, única y de inmejorable calidad. Muy lograda. Visiten el Naval, les sorprenderá.