Rajoy y el otro

Entrevista de Mariano Rajoy en la Cope/Jose María Cuadrado Jiménez/EFE

Entrevista de Mariano Rajoy en la Cope/Jose María Cuadrado Jiménez/EFE

Por Rubén Diez Tocado, @dieztocado1

Como buen sentimiento que es, Mariano Rajoy tiene seres humanos. En concreto dos. Uno de ellos se llama Partido. El otro, Popular. En esa dicotomía diaria vive Rajoy, hombre duplicado, doppelgänger en funciones. Mientras Partido lo sustenta, repleto de arcaizantes, Popular, más anaranjado, delata sus carencias en tiempos de crisis, sobre todo comunicativa. Por el momento casi nunca en público. La mayoría de los ministros los colocó ahí Partido, de gran aparato engendrador. Los de Popular, menos, son capaces de mostrarse empáticos, conectar con la ciudadanía y dar por zanjado el siglo XX, su trastero de las ideas. Hay un PP de García-Margallo, de Cristina Cifuentes y Pablo Casado. El otro, con un basilisco de ministro del interior a la cabeza, comprende alas extremas que en periodo de elecciones no se van con los de Vox pensando en el voto útil. No descubro nada si digo que el PP ha sido un aglutinador de la derecha variopinta. Hasta las pasadas elecciones. Entonces buena parte de su perfil más dialogante, menos tradicional, fue a parar a Ciudadanos. Cuarenta escaños que, si Rivera no lo estropea, jamás regresarán a la bancada del PP.

Los dos presidentes que habitan en Rajoy lo obligan a debatirse entre conceptos invertidos. Es el poder real, ahora erosionado, y no la cantinela de los mítines, lo que se los hace irreconciliables. Semejante bifurcación traza el retrato crudo de una legislatura que en realidad han sido dos. Cuando quiso lograr que los españoles consiguieran trabajo de calidad promulgó la reforma laboral, que lo destruye. Para mejorar la educación promovió sin el consenso necesario la peor ley de las recientes, repleta de cambios traumáticos en lo formal que dejan el fondo acaso como estaba; trilerismo legislativo que no soluciona los problemas pero exige a niños de ocho años, al menos en Madrid, que se aprendan el nombre de todos los países europeos, capitales incluidas.

Para bajar los impuestos los subió. Con el fin de velar por la libertad la cohibió con la llamada "Ley Mordaza", que impide grabar a los agentes del orden mientras desempeñan su trabajo, aunque pudieran excederse. Para hacerse ver, desapareció tras un plasma, y es también experto en dar la callada por respuesta cuando el país se pregunta dónde está. Y no, Rajoy no es Batman. El superhéroe llevaba una doble vida, pero es que el presidente no es uno; son dos. Así se desenvuelve el nosi de Rajoy -perdón, el sino-: cuando algo hacer quiere lo trastoca hasta la hartura. Y lo demás consiste en aguardar, no a que el Rajoy cenizo ceda el turno al más brillante, sino a que las circunstancias neutralicen a ambos, de voces intercambiables hasta la fecha.

Esta condición de doppelgänger rajoyniano explica sus lapsus linguae, tan frecuentes, de una creatividad rabiosa que roza la escritura automática de los surrealistas. A saber: ha denunciado la desconfianza de los “inversobres”. Llamó cubano al gobierno peruano. Y más recientemente, mientras se dirigía a Pedro Sánchez, candidato a la presidencia del Gobierno, se sinceró de esta guisa: “Lo que nosotros hemos hecho, cosa que no hizo usted, es engañar a la gente”. Freud explica los lapsus como el afloramiento inoportuno de algún deseo inhibido, expresiones del inconsciente. Y Rajoy anda sobrado de ellas, capitán de las corrientes contrapuestas de un partido, el Popular, que sólo se salvará de su naufragio cambiando el madero sobre el que flota por un océano nuevo. No obstante, el lapsus que mejor retrata la bilocación de Rajoy lo fraguó hace algunos años cuando, desde la tribuna del Congreso, arrancó su intervención pidiendo así la venia de la cámara: “Señor presidente del Gobierno, señoras y señores diputados”. Por aquel entonces él, Rajoy, ya era el presidente. Un hombre que se pide permiso a sí mismo para empezar a hablar está necesitado de una anagnórisis salvadora.

Jorge Luis Borges, en un relato estupendo, como lo es todo cuanto escribió, cuenta el drama epatante del doble, también duplicado en su desconcierto. Lleva por título Borges y el otro. En un pasaje del relato, trenzado en torno al diálogo entre un anciano Borges y él mismo cuarenta años más joven, con el que se reencuentra, dice el más viejo de los dos: “Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar”. A lo que el Borges joven contesta (se contesta), no sin cierta ansiedad: “¿Y si el sueño durara?”. El de Rajoy a punto está de quebrarse. Recibirá entonces una lección de realidad que lo llevará a cernirse sobre sí mismo. Por fin, uno.